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Competencia de Mascotas Talentosas Destacadas

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Pero Destacaeas de eso tiene Mazcotas cuando uno lo ve a la Competenciz. Ahora somos muy Compstencia, ¿no? También, existen vacunas contra moquillo o DistemperCojpetencia y leptospira, así como otras Condiciones de Membresía VIP de los perros y gatos, estas vacunas son aplicadas por el médico veterinario. Descubriendo los mamíferos en el bosque seco tropical ¿Por qué debería de interesarte el ácido abscísico? Eso no era malo, claro que no, al contrario, era una ventaja, una cualidad; eso hacía que Cuchita pudiera encajar en cualquier lugar y en cualquier circunstancia. Pico y Placa Medellín Lunes: 5 - 8 5 - 8.

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La música hace soñar, también invita a bailar. Ella es universal, es un lenguaje mundial. Me has convencido, chico —dijo Chorito bostezando—.

Ahora que ya te conozco, podré dormir tranquilo. Después de unos segundos, el mono ya estaba durmiendo a pata tendida. Tutunki se quedó despierto por un largo rato, contemplando el paisaje, imaginándolo como un escenario fantástico, lleno de luces de colores. HORA DE SEGUIR EL VIAJE Luego de haber dormido algunas horas, el mono se despertó súbitamente y le dijo a Tutunki: —Amigo, es hora de seguir con nuestro viaje.

Era de madrugada y no se veía mucho, pero parecía que el mono conocía el camino a la perfección. Tal como lo planeó desde el inicio, llegaron a la carretera, subieron a un árbol y se pusieron a esperar.

uno, dos, tres… ¡Ya! Saltó el mono abrazando a Tutunki para protegerlo. El ave cerraba los ojos para no mirar si los cálculos del salto fallaban y quedaban estampados en la pista. Por suerte, Chorito era muy hábil.

Su salto fue perfecto. Desde la rama, que hizo las veces de trampolín, cayeron sobre unos sacos de frutas que el camión transportaba hacia la capital.

No eres el único con talento aquí —dijo el mono orgulloso de su proeza. Eres un mono vanidoso. No lo hubiese podido hacer sin ti —dijo el monito sonriendo. Se echaron sobre los sacos y miraron ese impresionante cielo serrano lleno de estrellas.

Pasaron algunos minutos. Veras que contando el tiempo se ira volando. Eso no puede ser… Yo te voy a enseñar, solo tienes que cantar, veras que fácil es aprender. Tutunki aclaro la garganta y luego entono una graciosa canción: Vamos a contar las estrellas del cielo, Vamos a aprender a contar; Y si tú prefieres contaremos ovejas O si no los peces del mar… Uno, dos, Contaremos arroz; Tres, cuatro, Los bigotes del gato;.

El mono, poco a poco, fue cantando el estribillo de aquella canción y, como jugando, aprendió a contar hasta diez. Quedo sorprendido. No por la voz de Tutunki ni por el canto, ni siquiera por su nuevo aprendizaje; sino que en ese momento, delante de sus propios ojos, aquel pájaro arrogante se transformó en un personaje lleno de gracia y simpatía.

El camión se detuvo en un mercado: habían llegado a la capital. Se bajaron del camión tan rápido como pudieron, pues no querían volver a ser atrapados por algún humano, pero no tuvieron problemas porque casi no se les pudo distinguir entre tanta gente, verduras y frutas.

Detuvieron la huida debajo de una carretilla. Cumplí mi promesa —dijo el mono. Luego se acordó de su niñito de los ojos grandes, pero no dijo nada más. Tutunki le adivino el pensamiento y recordó el pacto que hicieron al iniciar su camino juntos.

Y a ti también. Se abrazaron. Tutunki disimuló la pena y dijo: —¡Wank! Sin mirar atrás se fue rápidamente, dando saltitos y caminando, alejándose cada vez más de su amigo. Quería romper ese nudo que se le había formado en la garganta. Chorito, por un momento inmóvil, se quedó mirándolo, luego se perdió entre el tumulto de la gente del mercado.

Por fin había llegado a la capital, pero ahora estaba solo, perdido, sin poder volar y sin saber por dónde empezar. Lo que por tanto tiempo había parecido la meta, ahora se había convertido en un comienzo incierto.

Desorientado, el gallito de las rocas decidió dejarse llevar por el viento. A donde soplase, ahí se dirigiría, pues no tenía un rumbo trazado. Así que observo el movimiento de las hojas secas en el suelo. Se detuvo, algo cansado, al llegar a una calle solitaria para picotear unas migajas de galleta desparramadas por el piso.

Cuando levantó la vista, observó algo que le llamo la atención: un afiche pegado en la pared. Era la fotografía de un perro con un micrófono. Tutunki sabía contar, pero no sabía leer el lenguaje humano. Se quedó mirando al perro.

Si un perro podía ser famoso, él también tenía posibilidades de serlo. Y siguió caminando al compás del viento que, hasta el momento, le había dado buenos resultados.

LA CUCHI Hacia el mediodía, Tutunki llego a un parque en el centro de la ciudad y busco un lugar para reposar. Rápidamente echo un vistazo a su alrededor. Algunos niños estaban corriendo tras un vendedor de helados, unas cuantas personas conversaban sentadas en las bancas, otras caminaban apuradas.

Había árboles, arbustos, margaritas, rosas, geranios. Los geranios le parecieron ideales. Sus hojas eran copiosas y el rojo de sus flores, tan intenso como el de sus plumas; así que se metió entre ellos y se sentó a tomar aire. Zelevision he dicho. Había llegado en el momento preciso al lugar preciso y se había encontrado con el personaje preciso.

Su futuro de estrella estaba a la vuelta de la esquina, o mejor dicho, cruzando la calle, en el Canal 8.

Se ha inscrizo perros, gatos, gazos, razones, papagayos, gallinas, y más animales… no es que quiera crizicar, pero algunos mejor se hubieran quedado en sus casas, porque no son nada graciosos; pero, Zuzunki, deberías ir y probar que zienes una voz preciosa, recuerdo que zodas las muchachas andaban locas por zi… esas canciones llegaban al corazón…A propósizo de corazones, el mío anda libre… para el amor… ¡korr!

Sin perder más tiempo, Tutunki ya estaba en la vereda a punto de cruzar la pista. Los autos iban y venían rapidísimo. No estaba acostumbrado a cruzar calles, ni podía volar. Pero no le importo. Cerró los ojos y puso una pata en la pista, cuando sintió que una fuerza lo empujo al otro lado de la calle.

Soy yo, Chorito. Discúlpame por haberte empujado toscamente… ¡La próxima vez ten un poco más de cuidado al cruzar la pista, chico? Sorprendido, Tutunki abrió los ojos.

No me digas que te has quedado por mí. No es hora de hacer preguntas, sino de ponernos en la fila. Trépate sobre mi lomo y vayamos rápido, que ya están cerrando las inscripciones. Tienes razón, no quiero ser demoron. Tutunki se trepo rápidamente sobre el lomo de Chorito. Su corazón se sintió agradecido y reconfortado por haberse reencontrado con su amigo.

EL CONCURSO DE MASCOTAS Chorito y Tutunki se pusieron en la fila. Tal como había dicho la Cuchi, pudieron ver una gran variedad de animales. Pero había un pequeño detalle del que recién se percataron: cada animal tenía un humano al costado.

Lógico, después de todo se trataba de un concurso de mascotas. Tutunki y Chorito eran los únicos que no tenían dueño. Chorito le susurró al oìdo que deje su ataque de histeria para otro momento, que no tenían que darse por vencidos antes de tiempo. Cuando les tocó el turno de la inscripción, el hombre encargado pregunto: —¿Dónde está el dueño de este par?

Tutunki nuevamente se quedó tieso de nervios, no movió ni una pluma. El monito, astutamente, mostro su moño rojo con la placa donde figuraba el nombre y la dirección de su niñito de los ojos grandes. Eres un monito inteligente —dijo el humano y le rasco la cabeza amigablemente.

Chorito asintió con la cabeza. El hombre apuntó:. El hombre le dio a Chorito un papel que tenía escrito 33 con números grandes y negros. Luego grito: —¡Siguiente! Ya estaban inscritos —¿Lo ves?

Nunca te desesperes. Siempre hay que buscarle solución a los problemas. Lo único malo es que los humanos han creído que tú y yo actuamos juntos. Nos han inscrito como dúo y yo no sé cantar. Tutunki se quedó pensando por un momento. Por su cabeza pasaron varias ideas cruzadas. Ni hablar. Estaba claro que él tenía que ser la única estrella, puesto que él y solo él era el talentoso ahí.

Por supuesto que también estaba claro que la presencia de Chorito era necesaria. Era obvio que el mono se llevaba bien con los humanos y sin su ayuda simplemente no hubiese podido siquiera inscribirse. Una actuación tan especial como la mía necesitara coreografía.

Mientras yo me pongo a cantar, ¿te gustaría bailar? Chorito acepto con gusto y de inmediato. Además, ¡tal vez su niñito de los ojos grandes lo vería por la televisión! Comenzó la prueba.

No habían ensayado, pero actuaron como si lo hubieran hecho. Tutunki cantó y el mono bailó al compás de la música del ave. Cuando finalizaron su actuación, una señora los condujo a otra sala.

Aquí —les dijo muy seria señalando el piso con el dedo índice. En aquella sala, que más bien era un salón, Tutunki, Chorito y otros cincuenta y cuatro animales, con sus respectivos dueños, debían esperar el veredicto del jurado. Había pasado aproximadamente media hora cuando Tutunki empezó a quejarse.

De los nervios me estoy atacando, ¡mira cómo estoy sudando! Tutunki, te he dicho que mantengas la calma. Nosotros hemos dado lo mejor que pudimos. Eso es lo importante. Sobre la decisión del jurado, no podemos hacer nada, salvo esperar—dijo Chorito.

Era el hombre encargado de dar el veredicto del jurado calificador. Muy ceremonioso, felicito a todos por su asistencia y, luego de decir que lamentablemente no podían clasificar todos, menciono a los seis afortunados números que pasarían a la Gran Final: —Número ocho… veintisiete… cincuenta… número catorce… cuarenta y ocho… y … numero treinta y tres.

Es nuestro número, ¿lo ves? Tutunki y Chorito se abrazaron llenos de alegría. El hombre pidió silencio en la sala y dijo que los clasificados debían prepararse para la Gran Final que iba a ser el día domingo y que se iba a pasar por la televisión en horario estelar.

Se escuchó al unísono: —¡Pio-Pío! Los dos amigos salieron del Canal 8 saltando en una pata de felicidad. Una vez en la calle, querían contarle al mundo entero que habían clasificado para la Gran Final del concurso Mascotas Talentosas. La Cuchi, que los estaba viendo de lejos, los llamo con un silbido.

Por favor, díganme, cómo les fue. Tutunki seguía trepado sobre su hombro. Vamos a celebrarlo, suban a mi árbol. La celebración fue sobre la copa del árbol, comiendo moras, contando anécdotas y riéndose de todo un poco hasta el amanecer.

Chorito nunca se había divertido tanto. Los pajaritos de la ciudad se acomodaban para ver los ensayos. La Cuchi se hizo popular en el barrio por el simple hecho de conocer a los talentosos Tutunki y Chorito.

El tiempo se pasó en un santiamén y llegó el esperado día del concurso. Chorito y Tutunki se despertaron más temprano de lo habitual para practicar por última vez.

La Cuchi los felicito. El ensayo salió perfecto. Luego se acicalaron bien, la cotorrra les dejo pétalos de jazmines y rosas que ella misma había aplastado con su pico para que se perfume y les deseo mucha suerte.

Todos los concursantes ya estaban presentes en el camerino con sus amos, preparándose y arreglando los últimos detalles antes de salir a escena. A Tutunki y a Chorito los llevaron a la sala de maquillaje. Ahí peinaron al mono y le pusieron un gracioso traje rocanrolero y unas gafas de sol. A Tutunki le acomodaron la cresta y le pusieron en el cuello una especie de collar con una estrella brillante.

La gente entraba y salía apurada. Tutunki se miraba en los espejos con luces. Los llamativos disfraces y el movimiento que había en el ambiente lo hacían sentir alucinado. Al salir de la sala de maquillaje, Tutunki y Chorito se toparon con los pollitos malabaristas. Lucían como un par de pompones amarillos.

Y contaron que estaban acostumbradísimos a todo ese jaleo, ya que no era la primera vez que aparecían en televisión. También dijeron que estaban cansados de tener que sostener pelotitas con la cabeza y el pico, y que con suerte todo ese estrés acabaría cuando se hicieran adultos.

Luego se fueron rapidito. Les había tocado ser los primeros en salir a escena. Tutunki y el mono regresaron al camerino. El perro matemático era un pastor alemán al que le habían puesto unos lentes para que se viera intelectual, la tortuga llevaba unos patines especiales para tortugas veloces, el ratoncito adivino llevaba un turbante Made in India sobre la cabeza y el papagayo llevaba una graciosa nariz de payaso en la punta del pico.

Los concursantes se observaban unos a otros con cierta rivalidad. Eran todos contra todos. Dieron las ocho de la noche y miles de personas sintonizaron el Canal 8 para ver el gran concurso anual de las Mascotas Talentosas. Entre todas esas personas que esperaban el programa estaba Cuquìn, atento y ansioso frente a su televisor.

Luego le tocó el turno a la tortuga veloz que, desgraciadamente, sufrió un ataque de timidez y fue imposible hacerla salir de su caparazón, para tristeza de su amo y vergüenza de los organizadores. Luego pasaron propaganda y más propaganda.

Luego de unos minutos, siguió la programación. Esta actuación fue verdaderamente alucinante, pues llamaron a personas del público para que secretamente escribieran una operación matemática de suma o resta y el perro nunca se equivocó. En cuarto lugar, actuó el papagayo comediante que conto chistes de todos los colores.

Tutunki estaba a punto de que le diera un patatús de los nervios, pues ellos eran los siguientes, pero Chorito nuevamente lo animo. Es nuestro turno. Chorito, tienes razón, actuemos con todo el corazón.

Entraron los dos amigos al escenario. Se levantó el telón y se pudo ver a Chorito y a Tutunki iluminados por los reflectores, luego se oyeron los aplausos del público mientras comenzaba el fondo musical. A pesar de los nervios, Tutunki comenzó a cantar con soltura y con una excelente entonación.

Estaba parado en un escenario con luces de colores, en un estudio de televisión nacional, como muchísimas veces lo había soñado, pero esta vez todo era real. Mientras tanto, Chorito bailaba concentradísimo al compás del canto de su compañero. El público estaba fascinado. Al acabar el acto, Cuquìn lloró de felicidad y orgullo.

Su Chorito no solo estaba sano y salvo, sino que, además estaba con el lorito y…. El programa continuó. En sexto lugar, le toco al ratoncito del turbante que siempre adivino el lugar donde escondieron su pelotita. Luego, comerciales y más comerciales… aceite, atún, detergente, la moda que no incomoda y más comerciales… ¡UF!

Hasta que por fin el jurado dio su veredicto. Pero sucedió algo inesperado y Tutunki cayó tieso por el espanto. Una vez más, le dio un patatús. UN MAL ENTENDIDO —¡Korr! Tutunki se encontraba en el árbol de la Cuchi.

Ahí ella y Chorito lo habían estado cuidando con mucho esmero durante todo el tiempo en que estuvo inconsciente. Hasta que por fin Tutunki abrió un ojo. Chorito quedó estático por unos segundos que bastaron para dejar ver cómo una lágrima salía de sus ojos.

Luego saltó hacia otro árbol y ahí a otro, hasta que lo perdieron completamente de vista. Tutunki se quedó serio, con el ceño bien fruncido, mirando a la nada. La Cuchi no sabía qué hacer. Se sentía muy incómoda y agobiada ante aquella situación, así que empezó a hablar sin parar, como para cambiar el tema.

Para relajarme y olvidar los problemas. Mi prima la Loli tiene una palmera en la playa. Una palmera lindísima; la querían unas gaviozas, pero ella le echo el ojo primero, apenas la sembraron.

Queda frenze al mar. Me ha dicho que por ahí hay unos pelícanos muy guapachones, ¡Korr! Tutunki lloro desconsolado. Era obvio que no había prestado atención al cotorreo de su amiga.

Ya nada tiene sentido para mi… y tanto que luché para llegar hasta aquí. Dímelo por favor. Para mí fue una sorpresa ver como salías pezrificado, mismo muñeco de cera, del Canal 8.

Con lo muchísimo que habían ensayado yo suponía que iban a ganar. Deja ya de hablar y escucha lo que voy a contar: Cuando nos anunció el presentador, se prendieron los reflectores, con muchas luces de colores, en un escenario encantador.

Yo estaba muy nervioso, pero como habíamos practicado, tenía que salir airoso, aunque temblaba como pescado. Cante mi mejor canción y Chorito empezó a bailar y, sin querer exagerar, ahí empezó la traición.

Yo sentía los flashes de las fotografías y al público extasiado con nuestra actuación. Cuando acabamos, hubo una ovación. Bravos y aplausos de admiración. Mi voz fue espectacular y todos lo pudieron notar. A mí me dieron una flor y al mono la medalla de honor.

Ahora el mono firmará contratos mientras yo seré un triste pelagato. Chorito seguía alejándose de árbol en árbol, trepando y saltando enérgicamente, como si el movimiento de su cuerpo pudiese aliviar la tristeza que sentía. Ahora estaba molesto. Chorito se calmó, respiró profundo y se echó panza arriba sobre la rama.

Admiró el cielo blanco de la capital que contrastaba perfectamente con las siluetas de los pajaritos que volaban por ahí. La belleza que vio en ese momento fue como una caricia para su corazón. Acababan de comprar un par de boletos hacia la capital.

Irían en busca de las mascotas extraviadas. Desde que vio el programa por la televisión, el niño había estado más ansioso que nunca. Aunque la palabra exacta es obsesionado. Poco tiempo después, Cuquin ya estaba muy bien sentado en el bus, con maleta de equipaje en mano y con su peinado mojado de raya al costado, en compañía de su mamá.

Eso sí, la condición había sido dejarse peinar, porque a Cuquin le encantaba andar todo trinchudo y despeinado. Me voy a ir con mi mochila a trepar cerros y voy a traerte huesos y huacos a la casa.

La madre sonrió y le dio un beso en la cabeza, luego le dijo: —Mejor los llevas a un museo. Ella también estaba contenta.

La brisa que se dejaba sentir por la ventana medio abierta le había traído recuerdos de su juventud, cuando, aún niña, viajaba con su madre para ir a visitar a sus abuelos. Ahora ella era la madre. Abrazo a su hijito con mucha fuerza y le pidió al tiempo que se detenga en ese instante.

En el canal 8 los organizadores del concurso Mascotas Talentosas trataban de ubicar al mono Choro con cierta angustia. Justo después de la premiación, con todo el movimiento del público, el jaleo de las macotas, los agradecimientos a los auspiciadores y miembros del jurado, solo unas cuantas personas pudieron ver impávidas cómo el mono ganador se escabullía hacia la puerta de escape con el gallito de las rocas bien agarrado de la cola, sin que nadie pudiera hacer nada efectivo para detenerlo.

Llamaron por teléfono a la casa de Cuquin, pero nadie respondió. Solo quedaba esperar pacientemente. Acabo la charla y cada uno regresó a lo suyo. Trataba de llenar el vacío que había dejado Chorito conversando con la Cuchi, aunque no era lo mismo.

La Cuchi tenía otro carácter, otra manera de ser. Era más ligera, o mejor dicho, tomaba la vida de una manera más ligera. Nunca estaba preocupada ni deprimida. Tampoco filosofaba. Cuando había alguna discusión, no se ponía de parte de nadie, para ella todos tenían siempre en parte razón.

Eso no era malo, claro que no, al contrario, era una ventaja, una cualidad; eso hacía que Cuchita pudiera encajar en cualquier lugar y en cualquier circunstancia. Además no estaba nada mal. Oh, oh, Tutunki, ¿será que al fin alguien que conocemos, pero cuyo nombre no queremos decir, tocó su corazón?

He sido víctima de una traición, por eso ahora vivo en la frustración. Tutunki repetía esas frases muchas veces al día. Quería convencerse a sí mismo de que Chorito era malo y de que se vengaría.

Pero, aunque las repitiera un millón de veces, por supuesto que jamás le daría con un palo ni lo pincharía con un tenedor. Lo que Tutunki decía era muy diferente de lo que sentía. En un charquito que había por ahí, Tutunki se dio un baño.

Mientras chapoteaba, trataba de poner en claro sus ideas. Tenía que rehacer sus planes de vida, tenía que tomar otro rumbo, tenía que ponerse nuevas metas… pero no podía. Estaba demasiado triste para pensar. Tenía una especie de piedra incrustada en el corazón que no lo dejaba reanimarse.

Se acordó de Chorito. Porque si hay algo horrible de verdad, esa es la vanidad. El ave salió del charquito y se sacudió el agua que había quedado en sus plumas. Mejor no pensar en el mono. Por ejemplo, sería mejor pensar en el clima… —¡Wank! Tutunki mirò al cielo y suspiró.

Con esas alas recortadas era como mirar un dulce y no poder probarlo. Nuevamente se acordó del mono. Chorito había reemplazado sus alas muchísimas veces; gracias a él, Tutunki pudo llegar hasta donde se había propuesto; la capital.

Luego se acordó de que, cuando cruzó la pista con los ojos cerrados, Chorito hizo las veces de ojos; cuando se quiso inscribir en el concurso, Chorito fue su voz. Recordó muchas cosas más: Chorito no solo hizo las veces de alas, ojos o voz, sino que fue, además, su compañero de aventuras y supo apoyarlo en los momentos difíciles.

Había sido su primer amigo verdadero. Tutunki pensó mucho en el mono, era inteligente y talentoso, luego pensó en sì mismo. Reconoció que había sido envidioso e injusto. Después de unos minutos de mucho pensar, Tutunki empezó a llamar a la cotorra desesperadamente.

Cuchita, tengo que decirte algo importante y tiene que ser en este instante. Cansados y con bastante hambre se bajaron del bus en el paradero central.

Había mucha, muchísima gente y todos parecían bastante apurados. Tienes que estar muy atento y no perder nada —decía su madre mientras con una mano lo llevaba rápidamente hacia la vereda y con la otra paraba un taxi.

Luego de negociar el precio de la carrera, ya en el taxi, se dirigieron a un hostal que estaba ubicado no muy lejos del Canal 8. Ahora somos muy importantes, ¿no?

El taxista escuchaba todo y miraba de reojo a sus pasajeros por el espejo retrovisor. Los taxistas todo lo quieren ver y todo lo quiere saber, son una especie de termómetro viviente de la sociedad, al menos en aquella capital. La señora titubeó no estaba acostumbrada a hablar con extraños. Ya se han presentado bastantes personas alegando ser los dueños del mono y del pájaro ese, pero no lo demuestran con pruebas.

La señora y Cuquìn se miraron, pero no dijeron nada, aquello que acababan de oír era como un baldazo de agua fría. UNA CAJA MUY ESPECIAL Después de mucho buscar y rebuscar por los alrededores, finalmente la Cuchi y Tutunki encontraron una caja, una caja de cartón algo vieja y no muy grande que había estado tirada al lado de la puerta de una casa para que la recoja el camión de la basura.

Esa caja será perfecta, está un poco chancada, pero eso no le afecta. La Cuchi ayudaba a su amigo sin hacer preguntas. Ciertas cosas era mejor no saber, pensaría la cotorrita, además, estaba disfrutando de toda aquella misteriosa aventura encajada.

Con mucho esfuerzo lograron llevarse la caja. La Cuchi se retiró del lugar muy intrigada. Quiso esconderse detrás de un tronco y espiar lo que iba a hacer Tutunki, pero este la detectaba muy fácilmente, pues aquella cotorrita tenía un colorido demasiado llamativo como para pasar desapercibida.

Apenas Tutunki se encontró solo, se metió en la caja. Hizo unos cuantos malabares para cerrarla desde adentro hasta que finalmente lo consiguió. Nuevamente, aquel gallito de las rocas se encontraba metido dentro de una caja, pero esta vez por voluntad propia.

En el Canal 8 la tensión subía, los días habían transcurrido sin tener noticias importantes del mono bailarín ni del ave cantora. Tanto los organizadores del concurso como los auspiciadores estaban a la espera de las novedades con muchísima expectativa.

Tal como había comentado el taxista, los rumores de la pérdida de las mascotas ganadoras y sus dueños se habían extendido por la ciudad, y varios oportunistas se habían presentado como los supuestos acongojados dueños para reclamar el jugoso premio.

Tienen fotos. Luego de unos segundos, la secretaria, muy amablemente, les pidió a Cuquìn y a su madre que, por favor, tomasen asiento, que el señor Rosas estaba muy interesado en hablar con ellos y que vendrían en unos minutos.

Y así fue que, luego de una breve espera, apareció el tal señor Rosas y los condujo a una especie de sala de reuniones. Ahí se sentaron a conversar. La madre y el niño estaban nerviosos. Habían llevado fotos del mono y las plumitas de Tutunki, además de toda la documentación que acreditaba sus identidades.

El señor Rosas se mostraba satisfecho, no cabían dudas, había dado con los verdaderos dueños. Dijo que aquellos animales eran simplemente. Tenían muchísimos planes para él: viajes, comerciales de televisión, probablemente películas de cine, sesiones de fotos.

Lógicamente, debía pasar muchísimo tiempo en la capital y tal vez se lo llevarían al extranjero. La madre y el niño escuchaban con atención y se miraban de reojo. Luego el señor Rosas dijo que no comprendía su extraña desaparición y que evidentemente el premio no se los podría entregar hasta que no apareciesen los animales.

Aquí en el canal habíamos estado guardando la esperanza de que ustedes las tuvieran bajo su custodia —concluyó Rosas. El niño estalló en llanto; su mamá lo abrazó y le acarició la cabeza con mucha ternura, ella también estaba descorazonada. Luego, entre sollozos, alcanzó a decirle que él había venido desde su pueblo, que quedaba muy muy lejos, para encontrar a sus mascotas, que no le interesaba el premio… —Dígame, señor, ¿qué voy a hacer sin mi Chorito?

El señor Rosas no supo qué responder, menos cuando escuchó que al niño no le interesaba el premio. Él solo entendía de fama y fortuna, de sentimientos no entendía ni un comino. Luego de aquella inútil reunión, el niño y su madre se retiraron del Canal 8 muy decepcionados.

EL ENCUENTRO Chorito había estado días y noches de árbol en árbol, alejado de todos y de todo, esperando que pase el tiempo, que es el único remedio para las heridas del alma y del corazón.

Aún tenía un asunto por resolver. Aquel asunto era Tutunki, que lo necesitaba. Y emprendió el camino de regreso hacia el árbol de moras de la Cuchi, tal vez ahí lo encontraría. Tanto trepar y columpiarse le despertó una gran sed, así que paró en un charquito para beber agua.

Bebió hasta saciarse, luego se refrescó el cuerpo. Iba a tenderse al sol para secarse cuando vio una caja de cartón. Sí, era la caja de cartón en la que Tutunki estaba metido. Como siempre le sucedía con las.

Casi había tomado la caja con la cola cuando escuchó: ¡Mamá, ahí está Chorito! Chorito se quedó perplejo al oír esa voz, hasta se le erizaron los pelos del cuerpo de la emoción.

Cuquìn había estado caminando con su madre por el parque, ya de regreso al hostal. La fortuna quiso reencontrar al mono con su dueño. Choris, soy Cuquìn, ¿no me vas a saludar?

El corazón de Chorito latió tan fuerte como una locomotora. Saltó a los brazos de su niñito de los ojos grandes. Ambos se miraron y mimaron. Chorito se acurrucó en los brazos de su niñito que tiernamente lo mecía como a un bebé. En aquellos brazos se sintió amado y protegido nuevamente.

Se olvidaron para siempre del premio, de la fama, de la fortuna y de la caja. NUEVAS NOTICIAS DE TUTUNKI Pobre Tutunki, estuvo a punto de que Chorito lo encontrase, pero las cosas no salieron como lo planeó y se quedó metido en la caja.

Después de mucho esperar, lloró en silencio por la amistad perdida. Seguramente, perdida para siempre. Para colmo de males, Tutunki no podía salir de la caja sin que alguien lo ayudase, pero ¿quién lo haría? El monito ya se había ido al pueblo y la Cuchi estaba demasiado ofendida como para regresar.

Así fue como Tutunki tuvo que pasar una encajonada noche sin poder ver la luz de la luna, y nuevamente, en la oscuridad total, se quedó dormido. En la madrugada del día siguiente, un barrendero municipal vio la caja y la abrió.

Hubo fiesta en el Canal 8 al tener noticias de Tutunki. Ya que no encontraron al mono, al menos encontraron al pájaro cantor. Al barrendero le dieron una jugosa propina, que luego usó para comprar un pavo, un panetòn, una lata de duraznos al jugo y una botella de pisco peruano.

Grabó unos cuantos discos de oro y actuó para la televisión muchísimas veces. Era su fantasía hecha realidad, moviéndose entre bambalinas y codeándose con la farándula. Lo trataban demasiado bien. Tenía una agenda repleta de actividades importantes como eventos, inauguraciones y celebraciones.

Sus admiradoras se multiplicaban por donde iba. Peluches, bombones, cartas de amor, flores, perfumes, entre muchas cosas más. Se alimentaba de deliciosos manjares preparados por un chef especializado en comida para gallitos de las rocas.

En fin, en pocas palabras, lo pasaba fenomenal. Tal como él lo había pronosticado, su fama creció como la espuma. Al igual que la espuma, la fama de Tutunki se desvaneció con el pasar de los días.

No es que Tutunki fuera cosa vieja. No, viejo no. Simplemente, estaba pasado de moda. Rápidamente, el camerino de Tutunki se convirtió en el de la cotorra, y lo pintaron de rosa y magenta brillante. Tutunki intento verla, hablarle, saludarla, hacia un año que no sabía nada de ella, pero fue imposible.

La Cuchi pasaba rapidito cotorreando con su teléfono móvil, sin tiempo de mirar a nadie, siempre ocupada, siempre rodeada de fotógrafos y asistentes pendientes de sus necesidades y antojos. Y sintió cierta nostalgia por aquellos tiempos lejanos y sencillos que vivió junto a su amiga entre ramas y moras.

Ahí parado, Tutunki sintió un doloroso y enorme vacío en el estómago. No sabía si era hambre, temor o angustia de no saber qué hacer ni adónde ir. En cuarto lugar, actuó el papagayo comediante que conto chistes de todos los colores. Tutunki estaba a punto de que le diera un patatús de los nervios, pues ellos eran los siguientes, pero Chorito nuevamente lo animo.

Es nuestro turno. Chorito, tienes razón, actuemos con todo el corazón. Entraron los dos amigos al escenario. Se levantó el telón y se pudo ver a Chorito y a Tutunki iluminados por los reflectores, luego se oyeron los aplausos del público mientras comenzaba el fondo musical.

A pesar de los nervios, Tutunki comenzó a cantar con soltura y con una excelente entonación. Estaba parado en un escenario con luces de colores, en un estudio de televisión nacional, como muchísimas veces lo había soñado, pero esta vez todo era real. Mientras tanto, Chorito bailaba concentradísimo al compás del canto de su compañero.

El público estaba fascinado. Al acabar el acto, Cuquìn lloró de felicidad y orgullo. Su Chorito no solo estaba sano y salvo, sino que, además estaba con el lorito y….

El programa continuó. En sexto lugar, le toco al ratoncito del turbante que siempre adivino el lugar donde escondieron su pelotita. Luego, comerciales y más comerciales… aceite, atún, detergente, la moda que no incomoda y más comerciales… ¡UF!

Hasta que por fin el jurado dio su veredicto. Pero sucedió algo inesperado y Tutunki cayó tieso por el espanto. Una vez más, le dio un patatús. UN MAL ENTENDIDO —¡Korr!

Tutunki se encontraba en el árbol de la Cuchi. Ahí ella y Chorito lo habían estado cuidando con mucho esmero durante todo el tiempo en que estuvo inconsciente. Hasta que por fin Tutunki abrió un ojo. Chorito quedó estático por unos segundos que bastaron para dejar ver cómo una lágrima salía de sus ojos.

Luego saltó hacia otro árbol y ahí a otro, hasta que lo perdieron completamente de vista. Tutunki se quedó serio, con el ceño bien fruncido, mirando a la nada. La Cuchi no sabía qué hacer. Se sentía muy incómoda y agobiada ante aquella situación, así que empezó a hablar sin parar, como para cambiar el tema.

Para relajarme y olvidar los problemas. Mi prima la Loli tiene una palmera en la playa. Una palmera lindísima; la querían unas gaviozas, pero ella le echo el ojo primero, apenas la sembraron.

Queda frenze al mar. Me ha dicho que por ahí hay unos pelícanos muy guapachones, ¡Korr! Tutunki lloro desconsolado. Era obvio que no había prestado atención al cotorreo de su amiga. Ya nada tiene sentido para mi… y tanto que luché para llegar hasta aquí.

Dímelo por favor. Para mí fue una sorpresa ver como salías pezrificado, mismo muñeco de cera, del Canal 8. Con lo muchísimo que habían ensayado yo suponía que iban a ganar. Deja ya de hablar y escucha lo que voy a contar: Cuando nos anunció el presentador, se prendieron los reflectores, con muchas luces de colores, en un escenario encantador.

Yo estaba muy nervioso, pero como habíamos practicado, tenía que salir airoso, aunque temblaba como pescado. Cante mi mejor canción y Chorito empezó a bailar y, sin querer exagerar, ahí empezó la traición.

Yo sentía los flashes de las fotografías y al público extasiado con nuestra actuación. Cuando acabamos, hubo una ovación. Bravos y aplausos de admiración. Mi voz fue espectacular y todos lo pudieron notar. A mí me dieron una flor y al mono la medalla de honor.

Ahora el mono firmará contratos mientras yo seré un triste pelagato. Chorito seguía alejándose de árbol en árbol, trepando y saltando enérgicamente, como si el movimiento de su cuerpo pudiese aliviar la tristeza que sentía.

Ahora estaba molesto. Chorito se calmó, respiró profundo y se echó panza arriba sobre la rama. Admiró el cielo blanco de la capital que contrastaba perfectamente con las siluetas de los pajaritos que volaban por ahí. La belleza que vio en ese momento fue como una caricia para su corazón.

Acababan de comprar un par de boletos hacia la capital. Irían en busca de las mascotas extraviadas. Desde que vio el programa por la televisión, el niño había estado más ansioso que nunca.

Aunque la palabra exacta es obsesionado. Poco tiempo después, Cuquin ya estaba muy bien sentado en el bus, con maleta de equipaje en mano y con su peinado mojado de raya al costado, en compañía de su mamá.

Eso sí, la condición había sido dejarse peinar, porque a Cuquin le encantaba andar todo trinchudo y despeinado. Me voy a ir con mi mochila a trepar cerros y voy a traerte huesos y huacos a la casa. La madre sonrió y le dio un beso en la cabeza, luego le dijo: —Mejor los llevas a un museo.

Ella también estaba contenta. La brisa que se dejaba sentir por la ventana medio abierta le había traído recuerdos de su juventud, cuando, aún niña, viajaba con su madre para ir a visitar a sus abuelos. Ahora ella era la madre. Abrazo a su hijito con mucha fuerza y le pidió al tiempo que se detenga en ese instante.

En el canal 8 los organizadores del concurso Mascotas Talentosas trataban de ubicar al mono Choro con cierta angustia. Justo después de la premiación, con todo el movimiento del público, el jaleo de las macotas, los agradecimientos a los auspiciadores y miembros del jurado, solo unas cuantas personas pudieron ver impávidas cómo el mono ganador se escabullía hacia la puerta de escape con el gallito de las rocas bien agarrado de la cola, sin que nadie pudiera hacer nada efectivo para detenerlo.

Llamaron por teléfono a la casa de Cuquin, pero nadie respondió. Solo quedaba esperar pacientemente. Acabo la charla y cada uno regresó a lo suyo. Trataba de llenar el vacío que había dejado Chorito conversando con la Cuchi, aunque no era lo mismo.

La Cuchi tenía otro carácter, otra manera de ser. Era más ligera, o mejor dicho, tomaba la vida de una manera más ligera. Nunca estaba preocupada ni deprimida. Tampoco filosofaba. Cuando había alguna discusión, no se ponía de parte de nadie, para ella todos tenían siempre en parte razón.

Eso no era malo, claro que no, al contrario, era una ventaja, una cualidad; eso hacía que Cuchita pudiera encajar en cualquier lugar y en cualquier circunstancia. Además no estaba nada mal.

Oh, oh, Tutunki, ¿será que al fin alguien que conocemos, pero cuyo nombre no queremos decir, tocó su corazón? He sido víctima de una traición, por eso ahora vivo en la frustración.

Tutunki repetía esas frases muchas veces al día. Quería convencerse a sí mismo de que Chorito era malo y de que se vengaría. Pero, aunque las repitiera un millón de veces, por supuesto que jamás le daría con un palo ni lo pincharía con un tenedor.

Lo que Tutunki decía era muy diferente de lo que sentía. En un charquito que había por ahí, Tutunki se dio un baño. Mientras chapoteaba, trataba de poner en claro sus ideas.

Tenía que rehacer sus planes de vida, tenía que tomar otro rumbo, tenía que ponerse nuevas metas… pero no podía. Estaba demasiado triste para pensar. Tenía una especie de piedra incrustada en el corazón que no lo dejaba reanimarse.

Se acordó de Chorito. Porque si hay algo horrible de verdad, esa es la vanidad. El ave salió del charquito y se sacudió el agua que había quedado en sus plumas. Mejor no pensar en el mono. Por ejemplo, sería mejor pensar en el clima… —¡Wank!

Tutunki mirò al cielo y suspiró. Con esas alas recortadas era como mirar un dulce y no poder probarlo. Nuevamente se acordó del mono. Chorito había reemplazado sus alas muchísimas veces; gracias a él, Tutunki pudo llegar hasta donde se había propuesto; la capital.

Luego se acordó de que, cuando cruzó la pista con los ojos cerrados, Chorito hizo las veces de ojos; cuando se quiso inscribir en el concurso, Chorito fue su voz. Recordó muchas cosas más: Chorito no solo hizo las veces de alas, ojos o voz, sino que fue, además, su compañero de aventuras y supo apoyarlo en los momentos difíciles.

Había sido su primer amigo verdadero. Tutunki pensó mucho en el mono, era inteligente y talentoso, luego pensó en sì mismo. Reconoció que había sido envidioso e injusto. Después de unos minutos de mucho pensar, Tutunki empezó a llamar a la cotorra desesperadamente.

Cuchita, tengo que decirte algo importante y tiene que ser en este instante. Cansados y con bastante hambre se bajaron del bus en el paradero central. Había mucha, muchísima gente y todos parecían bastante apurados. Tienes que estar muy atento y no perder nada —decía su madre mientras con una mano lo llevaba rápidamente hacia la vereda y con la otra paraba un taxi.

Luego de negociar el precio de la carrera, ya en el taxi, se dirigieron a un hostal que estaba ubicado no muy lejos del Canal 8. Ahora somos muy importantes, ¿no? El taxista escuchaba todo y miraba de reojo a sus pasajeros por el espejo retrovisor. Los taxistas todo lo quieren ver y todo lo quiere saber, son una especie de termómetro viviente de la sociedad, al menos en aquella capital.

La señora titubeó no estaba acostumbrada a hablar con extraños. Ya se han presentado bastantes personas alegando ser los dueños del mono y del pájaro ese, pero no lo demuestran con pruebas.

La señora y Cuquìn se miraron, pero no dijeron nada, aquello que acababan de oír era como un baldazo de agua fría. UNA CAJA MUY ESPECIAL Después de mucho buscar y rebuscar por los alrededores, finalmente la Cuchi y Tutunki encontraron una caja, una caja de cartón algo vieja y no muy grande que había estado tirada al lado de la puerta de una casa para que la recoja el camión de la basura.

Esa caja será perfecta, está un poco chancada, pero eso no le afecta. La Cuchi ayudaba a su amigo sin hacer preguntas. Ciertas cosas era mejor no saber, pensaría la cotorrita, además, estaba disfrutando de toda aquella misteriosa aventura encajada.

Con mucho esfuerzo lograron llevarse la caja. La Cuchi se retiró del lugar muy intrigada. Quiso esconderse detrás de un tronco y espiar lo que iba a hacer Tutunki, pero este la detectaba muy fácilmente, pues aquella cotorrita tenía un colorido demasiado llamativo como para pasar desapercibida.

Apenas Tutunki se encontró solo, se metió en la caja. Hizo unos cuantos malabares para cerrarla desde adentro hasta que finalmente lo consiguió. Nuevamente, aquel gallito de las rocas se encontraba metido dentro de una caja, pero esta vez por voluntad propia.

En el Canal 8 la tensión subía, los días habían transcurrido sin tener noticias importantes del mono bailarín ni del ave cantora. Tanto los organizadores del concurso como los auspiciadores estaban a la espera de las novedades con muchísima expectativa.

Tal como había comentado el taxista, los rumores de la pérdida de las mascotas ganadoras y sus dueños se habían extendido por la ciudad, y varios oportunistas se habían presentado como los supuestos acongojados dueños para reclamar el jugoso premio.

Tienen fotos. Luego de unos segundos, la secretaria, muy amablemente, les pidió a Cuquìn y a su madre que, por favor, tomasen asiento, que el señor Rosas estaba muy interesado en hablar con ellos y que vendrían en unos minutos.

Y así fue que, luego de una breve espera, apareció el tal señor Rosas y los condujo a una especie de sala de reuniones. Ahí se sentaron a conversar. La madre y el niño estaban nerviosos. Habían llevado fotos del mono y las plumitas de Tutunki, además de toda la documentación que acreditaba sus identidades.

El señor Rosas se mostraba satisfecho, no cabían dudas, había dado con los verdaderos dueños. Dijo que aquellos animales eran simplemente. Tenían muchísimos planes para él: viajes, comerciales de televisión, probablemente películas de cine, sesiones de fotos.

Lógicamente, debía pasar muchísimo tiempo en la capital y tal vez se lo llevarían al extranjero. La madre y el niño escuchaban con atención y se miraban de reojo. Luego el señor Rosas dijo que no comprendía su extraña desaparición y que evidentemente el premio no se los podría entregar hasta que no apareciesen los animales.

Aquí en el canal habíamos estado guardando la esperanza de que ustedes las tuvieran bajo su custodia —concluyó Rosas. El niño estalló en llanto; su mamá lo abrazó y le acarició la cabeza con mucha ternura, ella también estaba descorazonada.

Luego, entre sollozos, alcanzó a decirle que él había venido desde su pueblo, que quedaba muy muy lejos, para encontrar a sus mascotas, que no le interesaba el premio… —Dígame, señor, ¿qué voy a hacer sin mi Chorito?

El señor Rosas no supo qué responder, menos cuando escuchó que al niño no le interesaba el premio. Él solo entendía de fama y fortuna, de sentimientos no entendía ni un comino. Luego de aquella inútil reunión, el niño y su madre se retiraron del Canal 8 muy decepcionados.

EL ENCUENTRO Chorito había estado días y noches de árbol en árbol, alejado de todos y de todo, esperando que pase el tiempo, que es el único remedio para las heridas del alma y del corazón. Aún tenía un asunto por resolver. Aquel asunto era Tutunki, que lo necesitaba.

Y emprendió el camino de regreso hacia el árbol de moras de la Cuchi, tal vez ahí lo encontraría. Tanto trepar y columpiarse le despertó una gran sed, así que paró en un charquito para beber agua. Bebió hasta saciarse, luego se refrescó el cuerpo.

Iba a tenderse al sol para secarse cuando vio una caja de cartón. Sí, era la caja de cartón en la que Tutunki estaba metido. Como siempre le sucedía con las. Casi había tomado la caja con la cola cuando escuchó: ¡Mamá, ahí está Chorito!

Chorito se quedó perplejo al oír esa voz, hasta se le erizaron los pelos del cuerpo de la emoción. Cuquìn había estado caminando con su madre por el parque, ya de regreso al hostal.

La fortuna quiso reencontrar al mono con su dueño. Choris, soy Cuquìn, ¿no me vas a saludar? El corazón de Chorito latió tan fuerte como una locomotora. Saltó a los brazos de su niñito de los ojos grandes. Ambos se miraron y mimaron. Chorito se acurrucó en los brazos de su niñito que tiernamente lo mecía como a un bebé.

En aquellos brazos se sintió amado y protegido nuevamente. Se olvidaron para siempre del premio, de la fama, de la fortuna y de la caja. NUEVAS NOTICIAS DE TUTUNKI Pobre Tutunki, estuvo a punto de que Chorito lo encontrase, pero las cosas no salieron como lo planeó y se quedó metido en la caja.

Después de mucho esperar, lloró en silencio por la amistad perdida. Seguramente, perdida para siempre. Para colmo de males, Tutunki no podía salir de la caja sin que alguien lo ayudase, pero ¿quién lo haría?

El monito ya se había ido al pueblo y la Cuchi estaba demasiado ofendida como para regresar. Así fue como Tutunki tuvo que pasar una encajonada noche sin poder ver la luz de la luna, y nuevamente, en la oscuridad total, se quedó dormido.

En la madrugada del día siguiente, un barrendero municipal vio la caja y la abrió. Hubo fiesta en el Canal 8 al tener noticias de Tutunki. Ya que no encontraron al mono, al menos encontraron al pájaro cantor. Al barrendero le dieron una jugosa propina, que luego usó para comprar un pavo, un panetòn, una lata de duraznos al jugo y una botella de pisco peruano.

Grabó unos cuantos discos de oro y actuó para la televisión muchísimas veces. Era su fantasía hecha realidad, moviéndose entre bambalinas y codeándose con la farándula. Lo trataban demasiado bien. Tenía una agenda repleta de actividades importantes como eventos, inauguraciones y celebraciones.

Sus admiradoras se multiplicaban por donde iba. Peluches, bombones, cartas de amor, flores, perfumes, entre muchas cosas más. Se alimentaba de deliciosos manjares preparados por un chef especializado en comida para gallitos de las rocas.

En fin, en pocas palabras, lo pasaba fenomenal. Tal como él lo había pronosticado, su fama creció como la espuma. Al igual que la espuma, la fama de Tutunki se desvaneció con el pasar de los días. No es que Tutunki fuera cosa vieja. No, viejo no.

Simplemente, estaba pasado de moda. Rápidamente, el camerino de Tutunki se convirtió en el de la cotorra, y lo pintaron de rosa y magenta brillante. Tutunki intento verla, hablarle, saludarla, hacia un año que no sabía nada de ella, pero fue imposible. La Cuchi pasaba rapidito cotorreando con su teléfono móvil, sin tiempo de mirar a nadie, siempre ocupada, siempre rodeada de fotógrafos y asistentes pendientes de sus necesidades y antojos.

Y sintió cierta nostalgia por aquellos tiempos lejanos y sencillos que vivió junto a su amiga entre ramas y moras. Ahí parado, Tutunki sintió un doloroso y enorme vacío en el estómago. No sabía si era hambre, temor o angustia de no saber qué hacer ni adónde ir. Tal vez era una mezcla de todo.

En realidad, ya no tenía un sueño al cual seguir. Había perdido lo peor que se puede perder: la motivación. El deseo de toda su vida ya se había cumplido, había tocado la fama y la fortuna.

Pero ahora que no era ni rico ni famoso se encontraba, también, más solo que nunca. Solo, cansado y sin ilusiones, ahora le tocaba sobrevivir en la selva de cemento, donde las montañas son edificios y donde muchas fieras se disfrazan de seres humanos.

Por un tiempo, Tutunki se dedicó a cantar en las calles, esperando la caridad de los buenos que se animaran a alimentarlo. Un día, le tocaba un trozo de pan duro; otro día, le tocaba lo que le tocaba.

Huía de los que querían atraparlo y de algunos animales que se burlaban de su fama perdida. Este lugar no es para mí, tengo que salir de aquí —decía Tutunki de cuando en cuando, aunque cada vez con menos frecuencia.

Tutunki, poco a poco, fue perdiendo la alegría hasta volverse silencioso y taciturno. Un día dejó de hablar. Aquel rojo brillante de sus plumas se volvió negruzco por el esmog de los autos, casi no llovía en la capital y Tutunki ya no parecía Tutunki. Pero era mejor así. Era mejor pasar desapercibido que ser odiado o caer presa de algún gato o humano.

Muy diferente al panorama de Tutunki era el que veía Cuchita, la cotorrita. Ahora su vida era la de una superestrella. Pero por más baños de espuma que se dio, por más farándula que conoció y vestidos que compró, Cuchita no logró olvidar a Tutunki, lo tenía tatuado con tinta indeleble en el corazón.

La Cuchi siempre pensó que si llegaba a ser rica y famosa, tal vez Tutunki la miraría con otros ojos y se enamoraría de ella. Por eso, luego de aquel último día en el que lo vio con el asunto de la caja, se dedicó a recitar poemas.

Día y noche recitó, practicando posturas, entonaciones y pronunciaciones. Claro que nunca dejó de hablar de esa manera tan extraña, pero esa fue justamente la gracia. La Cuchi podía recitar en lenguaje humano. El día del concurso su actuación fue jocosa, aunque ella no lo pretendió así.

Esos versos, con palabras tan serias, tomaban otro sentido al ser pronunciadas de manera tan chistosa por la cotorra. Y así fue como llegó a ganar el premio del concurso. Tutunki había desaparecido por completo, le había perdido el rastro.

Una mañana primaveral, en la que la cotorrita paseaba en el auto del canal por la ciudad comiendo maíz, pudo ver a un ave que no volaba, una pobre ave mendiga, tal vez enferma, negruzca y triste parada entre la pista y la vereda de una transitada avenida.

La cotorrita sintió mucha lastima, hizo detener el auto y la llamo para compartir su comida con ella. El ave se acercó. La Cuchi dio un grito desafinado. Tutunki vio a la Cuchi y quiso escapar corriendo para evitar aquel bochornoso momento: —¡Wank! Pero ella lo jaló e inmediatamente lo metió al auto.

Le dio mucho maíz. Lo llevó al canal e hizo que le dieran un baño. Con agua, jabón y un cepillo de dientes lavaron a Tutunki hasta que al fin recuperó su hermoso color rojo brillante. En la noche, la cotorra lo invito a cenar en la azotea del canal. Tutunki y Cuchita hablaron por horas y se contaron todo lo vivido durante todo el tiempo en el que se dejaron de ver.

Ella era la misma cotorra encantadora de siempre. Pero él había cambiado. Cuchita, no sabes todo lo que he vivido… he tenido lujos, pero luego he sufrido.

Pero nada de eso tiene importancia cuando uno lo ve a la distancia. Si uno no comparte la felicidad, luego viene la soledad.

No sé qué hacer con mi vida, tengo la ilusión perdida. Si no hubiera sido por ti, no sé qué hubiera sido de mí… La cotorrita lo escuchó durante largo rato. Era obvio que su amigo necesitaba hablar y desahogarse. Pero, a pesar de que él había pasado por muchas penas, le había venido bien el sufrimiento.

Será mejor que lo repita —dijo Tutunki con una sonrisa. Y ella, en vez de aclarar el asunto, empezó a reírse mientras Tutunki la observaba. Luego se quedaron en silencio, mirando el cielo negro salpicadísimo de estrellas y escuchando los sonidos de la ciudad.

Tutunki descubrió lo que era sentirse verdaderamente feliz. EL RETORNO A LA MONTAÑA Pasado un rato, Tutunki le dijo a la Cuchi que debía regresar a su montaña, que ya no tenía nada que hacer en la ciudad. Para la Cuchi, esto fue como recibir una daga en el corazón, sintió decepción y a la vez rabia.

Era obvio que Tutunki jamás la querría. Sin pensarlo dos veces, la Cuchi tomó a Tutunki con fuerza y lo empujó desde la azotea. Tutunki comenzó a aletear desesperadamente para salvar su vida, ¡plàcata! Las plumas ya le habían crecido. Regresó eufórico a la azotea. Esta vez, a ella le dio el patatús.

Tiempo después, tras muchos días de esforzado vuelo, Tutunki consiguió regresar a su tierra bendita, colmada de bosques densos y húmedos, donde podía escuchar el sonido de los arroyos y el soplido del viento entre los acantilados.

Un lugar lleno de amigos y parientes que lo recibieron con los brazos abiertos. Hasta ahora, Tutunki no ha dejado de cantar. Tiene mucho que decir a través de sus canciones. Y muchísimos animales siguen llegando desde muy lejos para disfrutar de su canto y encanto en los recitales que da.

Hay quienes comentan que algunas veces invita a subir al escenario a un mono choro que baila. Ese monito debe ser ladrón, porque dicen que se roba el show. Abrir el menú de navegación. Cerrar sugerencias Buscar Buscar. es Change Language Cambiar idioma close menu Idioma English Español seleccionado Português Deutsch Français Русский Italiano Română Bahasa Indonesia Más información.

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Saltar a página. Buscar dentro del documento. TUTUNKI En los bosques densos y húmedos de las vertientes orientales andinas, cerca de los arroyos y acantilados, habita una especie de ave muy bella llamada: gallito de las rocas. El hombre apuntó: Dueño: Jorge Benites Número de inscripción: 33 Descripción de mascota s Monito con pájaro cabezón.

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Los perros Mascktas los gatos han sido animales importantes y Competencia de Mascotas Talentosas Destacadas en Ckmpetencia surgimiento y evolución, así como en Competencia de Mascotas Talentosas Destacadas cultura y cosmovisión mágico-religiosa de la civilización humana. Competir por ingresos en línea evidencia que el perro Compdtencia el Clmpetencia animal domesticado hace Mascotad 15, años en el este de Asia, pero estudios recientes sugieren que la domesticación fue entre los 18,00 y los 32, años en Europa. En el México prehispánico, en las costumbres funerarias el perro era frecuentemente colocado como ofrenda junto al cuerpo de la persona difunta, ya que era considerado el acompañante del alma a lo largo de su viaje al inframundo. Por otro lado, el gato se cree que se domesticó en el año a. en Egipto. En los bosques densos y húmedos de las vertientes orientales andinas, Talentowas Competencia de Mascotas Talentosas Destacadas los arroyos y acantilados, habita una especie de CCompetencia muy bella llamada: gallito de las rocas. A Regalos bonificaciones recompensas aves les Destavadas vivir entre las rocas de las montañas; allí se protegen y construyen sus nidos. Los machos son de color rojo brillante y tienen una cresta sobre la cabeza. Los gallitos de las rocas son excelentes bailarines, aunque generalmente silenciosos. Se podría decir que solamente gritan cuando están asustados. Pero entre estos hay uno muy singular: se llama Tutunki y, a diferencia de sus compañeros, canta, y lo hace de maravilla. Competencia de Mascotas Talentosas Destacadas

Author: Sazil

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