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Símbolos de Tiradas Gigantes

Símbolos de Tiradas Gigantes

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Símbolos de Tiradas Gigantes -

hom bre. Lógico es que acontezca así, cuando no p a rte de form as, ni de figu­ ras o seres objetivos, sino de im ágenes contenidas en el alm a h um ana, en las honduras hirvientes del inconsciente.

E l a rquetipo es, en prim er lugar, una epifanía, es decir, la aparición de lo late n te a trav é s del arcano: visión, sueño, fan tasía, m ito. Todas estas em anaciones del espíritu no son, para Ju n g , su stitu tiv o s de cosas vivas, m odelos petrificados, sino fru to s de la vida in te ­ rio r en perpetuo fluir desde las profundidades, en u n proceso análogo al de la creación en su gradual desenvolvim iento.

Si la creación d eterm ina el su r­ gim iento de seres y de objetos, la energía de la psique se m anifiesta por m edio de la im agen, e n tid a d lim ítrofe en tre lo inform al y lo conceptual, en tre lo tenebroso y lo lum inoso.

Ju n g utiliza la p a la b ra arquetipo p a ra referirse a aquellos sím bolos u n i­ versales que revelan la m áxim a constancia y eficacia, la m ayor v irtu a lid a d respecto a la evolución aním ica, que conduce de lo inferior a lo superior. Así lo concreta en E nergetik der Seele, al decir: «La m áq u in a psicológica, que tran sfo rm a la energía, es el símbolo».

Pero tam bién parece determ in ar en otro sentido el térm ino de arq u etip o escindiéndolo del sím bolo en cuanto conexión óntica, y refiriéndolo e stric tam en te a la e stru c tu ra de la psique. P a ra a clara r esto con los propios conceptos del a u to r, vam os a tran scrib ir algunos párrafos de v arias obras en las que alude a ello diciendo: «Los a rq u e ­ tipos son elem entos e stru ctu rales num inosos de la psique y poseen cierta autonom ía y energía específica, en v irtu d de la cual pueden a tra erse los con­ tenidos de la conciencia que les convengan».

Los arquetipos «no rep resen tan algo externo, ajeno al alm a — aunque, desde luego, sólo las form as del m undo circundante proporcionan las form as figuras en que se nos m anifiestan — , sino que, in d ependientem ente de sus form as exteriores, tra s u n ta n m ás bien la vida y la esencia de un alm a no individual» E n su E ssai de psychologie analylique, J u n g vuelve a definir la esencia de los arquetipos diciendo que «son sistem as disponibles de im ágenes y em o­ ciones a la vez es decir, ritm os.

Son heredados con la e stru c tu ra cerebral, m ás aún, son de ella el aspecto psíquico. C onstituyen, de u n a p a rte , el m ás poderoso prejuicio in stin tiv o y, de o tra p a rte , son los auxiliares m ás eficaces que pueda im aginarse de las adaptaciones instintivas».

Proceden los arquetipos como p a rá ­ bolas sintéticas y su significado sólo es parcialm ente accesible, perm aneciendo secreta su id en tid ad m ás p rofunda, porque, n a tu ra lm e n te , es a n te rio r al m ism o hom bre y se pro y ecta m ás allá de él.

Jo la n Jacobi identifica p rá c ti­ cam ente los sím bolos con los a rquetipos, aludiendo como p ertenecientes al. dom inio de éstos el «viaje nocturno por el mar», la «ballena dragón», las figu­ ras del principe, del niño, del m ago o de la doncella desconocida.

No nos es posible avanzar m ás en el análisis de las concepciones de J u n g sin e n tra r en el dom inio de su psicología y de su teo ría antropológica, lo cual rebasa nu e stra finalidad.

De otro lado, quien desee hacerlo dispone actualm ente de u n a obra de c o njunto debida a Ju n g y sus principales discípulos, E l hombre y sus símbolos, que se cita en la B ibliografía general.

Análisis del símbolo L as ideas previas, los supuestos que perm iten la concepción sim bolista, el nacim iento y dinam ism o del sím bolo, son los siguientes: a N ada es indi­ ferente. Todo expresa algo y todo es significativo, b N inguna form a de reali­ d a d es independiente: todo se relaciona de algún m odo, c Lo c u an tita tiv o se tran sfo rm a en c u alita tiv o en ciertos puntos esenciales que constitu y en precisam ente la significación de la c an tid ad , d T odo es serial, e E xisten correlaciones de situación entre las diversas series, y de sentido entre dichas series y los elem entos que integran.

L a serialidad, fenóm eno fundam ental, a b arc a lo m ismo el m undo físico gama de colores, de sonidos, de tex tu ras, de form as, de paisajes, etc. que el m undo esp iritu a l virtu d es, vicios, e sta ­ dos de ánim o, sentim ientos, etc.

Los hechos que dan lugar a la organización serial son: lim itación, integración de lo discontinuo en la c ontinuidad, ord en a­ ción, gradación sucesiva, num eración, dinam ism o in tern o entre sus elem entos, polaridad, equilibrio de tensión sim étrico o asim étrico y noción de conjunto. Si tom am os un «símbolo» cualquiera, por ejem plo, la espada o el color rojo y analizam os sus e stru ctu ras, verem os que estas se descom ponen analí­ ticam ente, lo m ism o en el origen que en la significación.

E ncontram os p ri­ m eram ente el objeto en sí, ab straíd o de toda relación; en segundo lugar el objeto ligado a su función u tilita ria , a su re alid a d concreta en el m undo tridim ensional directam ente: la espada ; indirectam ente el color rojo, tiñendo por ejem plo un m anto.

E n terc er lu g ar, encontram os lo que p e r­ m ite considerarlo com o sím bolo, e stru c tu ra que hem os denom inado «fun­ ción simbólica» y que es la tendencia dinám ica de la cualidad a relacionarse con las equivalentes situ ad a s en los p u n to s correspondientes de todas las series análogas, pero tendiendo de m odo principal a designar el sentido metafisico que concierne a ese aspecto m odal de la m anifestación.

Así la espada, el hierro, el fuego, el color rojo, el dios M arte, la m o n tañ a rocosa, se relacionan en tre sí por encontrarse en u n a de esas «direcciones. simbólicas» de igual sentido. T odos esos elem entos aluden al anhelo de »deci­ sión psíquica y exterm inación física», que es el significado profundo de sus funciones sim bólicas, y que puede enriquecerse con significados secundarios dim anados de la «situación» a nivel en que el sím bolo aparezca.

P ero adem ás estos sím bolos se unen en tre sí — se llam an m u tu a m en te, podríam os decir — por razón de la afinidad in te rn a que liga todos estos fenóm enos que son en realid ad concomitancias de u n a m odalidad cósmica esencial. P o r consiguiente, a p a rte de esta red de relaciones que liga todos los objetos físicos, m etafísicos, reales, ideales, e--irreales en ta n to que v e rd a ­ deros psicológicam ente , el orden sim bólico se establece p o r la correlación general de lo m ate ria l y lo e spiritual visible e invisible y por el despliegue de las significaciones.

Schneider aduce el ejem plo de la flauta 50 , que por su form a es fálica y m asculina, m ientras que por su sonido es fem enina. H alla u n a curiosa correspondencia de doble inversión de este in stru m e n to con el tam b o r, m asculino por su voz grave y fem enino por sus form as redondeadas.

E n la relación de significados de las form as a b stra c ta s geom étricas o biom órficas, ideales o artísticas y los objetos, existe una m u tu a influencia que siem pre se deberá te n e r en cuenta.

Vamos a exponer otro ejem plo de análisis de sentido sim bólico. E l del agua. Sus cualidades dom inantes son: fertiliza, purifica, disuelve. L a ín tim a conexión de estas condiciones perm ite relacionarlas de diversos m odos, en los que siem pre re su lta rá un hecho: que la disolución de las form as, la carencia de form as fijas fluidez v a ligada a las funciones de fertilización o renovación del m undo vivo m ate ria l, y de purificación o renovación del m undo espiritual.

De esta trab a zó n se deduce todo el vasto sim bolism o de las aguas, que a p a ­ recen como fuerza situ a d a en m edio de los estadios cósmicos solidificados p a ra d e stru ir lo corrom pido, d a r fin a u n ciclo y posib ilitar la vida nueva, significación ésta que se tra sv a sa a los signos zodiacales de A cuario y de Piscis, en corroboración de los versículos de los salmos: «Cual agua me disuelvo; se han descoyuntado todos m is huesos».

L as ideas fundam entales que au to rizan y arraig an el orden sim bólico, que an te s m encionam os, las ordena de otro m odo J u n g por sus resultados d entro de un sistem a de lógica sim bólica. Y en relación con la libido o ener­ gía v ita l, dice que tenem os las siguientes posibilidades de sim bolización: 1 L a comparación analógica es decir, en tre dos objetos o fuerzas situados en u n a m ism a coordenada de «ritmo común» , como el fuego y el sol.

La conexión de esta ú ltim a form a con el m ito es evidente y no necesita com entarios La analogía simbólica Según la Tabula sm aragdina, el trip le principio de la analogía en tre el m undo e xterior y el in te rio r consiste en: la un id ad de la fuente o del origen de am bos m undos; el influjo del m undo psíquico sobre el m undo físico; y el.

del m undo m ate ria l sobre el espiritual. Pero la analogía no sólo consiste en esa relación entre lo in terio r y lo exterior, sino tam b ién en tre los fenómenos diversos del m undo físico. L a sem ejanza m aterial, form al, es sólo uno de los casos de analogía.

E sta puede e xistir tam b ién en lo que respecta a la acción, al proceso. A veces, la elección d enota el fundam ento analógico, del origen in tern o de que se p a rte o de la finalidad que se persigue.

Vamos a c ita r algunos ejem plos de analogía, para a cla ra r la cuestión. E n la lite ra tu ra religiosa se lee que la O rden de san B runo prefería para sus establecim ientos los lugares a b ru p to s y recónditos; la de san B enito, los m ontes elevados; la del Cister, los valles am enos; la de san Ignacio, las ciudades.

Casi no es pre­ ciso a ñ ad ir nada; quienes conozcan el c ará cte r de estas fundaciones sabrán que su predilección establece un sim bolism o del paisaje o que, inversam ente, los lugares elegidos h ablan elocuentem ente del espíritu que anim aba a cada una de esas com unidades.

Los pigm eos del A frica ecuatorial creen que Dios expresa por el arco iris su deseo de e n tra r en relación con ellos. P or esto, es cuanto aparece el arco iris, to m an sus arcos y a p u n ta n hacia él La incom parable belleza de esta im agen plástica nos dice lo que es la analogía m ejor que cualquier análisis.

O tros aspectos se dan en ciertas supersticiones, com o la creencia de m uchos pueblos de que, abriendo todos los cerrojos, cerraduras y pestillos de la casa m ien tras una c ria tu ra está naciendo se facilitará su venida al m undo O tra analogía: el proceso de la creación, que las teogonias orien­ tales expresan como una m ultiplicación progresiva que es, en realidad, una división, pues todo proviene de lo uno, tiene su m anifestación analógica en el m ito del descuartizam iento de Osiris en E gipto, de P ra ja p a ti en la India, de Dioniso en G recia Como ejem plo de analogía form al o sem ejanza citarem os c u atro sím bolos del centro: la R ueda de las Transform aciones hindú, con un espacio cen tral vacío o anim ado sólo con el sím bolo o la im a­ gen de la deidad; el disco de jad e chino, P i, con un agujero en el centro; la id ea del cielo agujereado por la estrella P otar, como cam ino del m undo espaciotem poral al caren te de esas constricciones.

F inalm ente, en O ccidente, la T abla R edonda con el santo G raal en m edio. Vemos que en ta n diferentes objetos se repite, obsesivam ente diríam os, la im agen de una dualidad: centro contra entorno circu n d an te como doble im agen del origen inefable y del universo de la m anifestación.

Pero h a y una leyenda que nos expone las g ra n ­ des posibilidades que tiene la analogía, e incluye analogía form al sem ejanza y procesal. E s el m ito del cazador m aldito, que deja la m isa en el m om ento de alzarse la sagrada form a y huye tra s la caza.

E l alm a abandona el centro form a circular de la hostia y sale hacia la zona ex terio r de la rueda, donde el m ovim iento es m ás veloz sim bolizado por su c arrera sin fin tra s la inconseguible caza.

L a analogía como procedim iento de unificación y de ordenación aparece en el a rte , en el m ito, en la poesía continuam ente. Su presencia de la ta siem ­ pre u n a fuerza m ística en acción, la necesidad de re u n ir lo disperso. Vamos a c ita r dos casos, de crítica de a rte uno, literario aunque incidente en lo m ismo el otro, que no tien en otro fundam ento que la analogía.

Glosó T héophile G autier la catedral de Burgos diciendo: «Gigantesca como u n a pirám ide de piedra y delicada como u n bucle de m ujer», y V erlaine afirm ó de la E d a d Media que había creado esa catedral : «E nopne y delicada».

Insistirem os to d av ía en el estudio de la analogía, que es ta l vez la piedra a ngular de todo el edificio sim bólico.

Si establecem os dos acciones paralelas, com o «El sol vence a las tinieblas», «El héroe m a ta al m onstruo», h a y una correspondencia en tre las dos frases y acciones. H em os de concebir cada una como una serie de tres elem entos: sujeto, verbo, predicado.

H a y analogía de proceso; am bos sujetos, am bos verbos, am bos predicados se corresponden en tre sí. O tro caso; en las expresiones p a ra ­ lelas: «El sol brilla con fulgor dorado» y «El oro brilla con fulgor dorado», la igualdad de predicado au to riza no sólo el intercam bio de los sujetos de la oración, sino su identificación.

Se com prende que sea «suficiente» e sta identificación es decir, suficiente p a ra lo sim bólico desde el m om ento en que se produce ju sta m e n te en el seno de la tensión energética sim bólica.

Al coincidir en sus funciones, que reve­ lan pertenencias a u n a esencia, am bos objetos, que en lo existencial son diferentes, tó rn an se uno en lo sim bólico y son in tercam biables, resultando — en lenguaje escolástico — la coniunctio conjunción integradora de lo que a n tes era distinctio.

P o r esta razón, la técnica sim bólica consiste en sis­ te m a tiz a r las identificaciones progresivas, d entro de los ritm os verdaderos y com unes. in tern a relación necesaria y constante.

Símbolo y alegoría. B achelard 3 define a é sta como «imagen in erte, concepto ya bien racionalizado». De otro lado, la diferencia se com prende p a r­ tiendo del supuesto de W irth , p a ra quien la función esencial de lo sim bólico es p e n e tra r en lo desconocido y establecer, p aradójicam ente, la com unica­ ción con lo incom unicable.

E l descubrim iento parcial de esas verdades p ro ­ fundas se verifica p o r m edio de los sím bolos Diel explica la diferencia en tre alegoría y sím bolo con un elocuente ejem plo: «Zeus lanza el ray o , lo cual, en el plano del sentido m eteorológico, es u n a sim ple alegoría.

E sta se tra n s m u ta en sím bolo cuando la acción adquiere un sentido psicológico, Zeus deviene sím bolo del e sp íritu y el rayo lanzado sim boliza la sú b ita a p a ­ rición del pensam iento ilum inante intuición que se supone enviado p o r la deidad» E l signo es una expresión sem iótica, u n a a b re v ia tu ra conven­ cional p a ra u n a cosa conocida.

C iertas trib u s prim itivas, los m endigos, y las ciencias actuales topografía, electricidad usan verdaderos «lenguajes de signos», a veces m uy convencionales. L a alegoría re su lta m ecanización del sím bolo, por lo cual su cu alid ad dom inante se petrifica y la convierte en signo, a u n a p are n te m en te anim ado por el ropaje sim bólico tradicional.

L as alegorías se han forjado m uchas veces a plena conciencia para fina­ lidades escenográficas o literarias. Grecia y Rom a usaron y abusaron de ellas como se observa, sim plem ente, en la num ism ática.

La lite ra tu ra a ntigua y m edieval usó tam b ién las alegorías. La Iconología de Cesare R ipa es una vastísim a com pilación de personificaciones y alegorías. Los diccionarios de m itología a p o rta n num erosos ejem plos, cuyo c ará cte r descriptivo los a p a rta de lo sim bólico.

Asi, según Cochin, la C rueldad se representa por m edio de u n a m ujer de aspecto espantoso que ahoga a un niño en una cuna y que se ríe contem plando un incendio.

El Crepúsculo vespertino, por la imagen de un doncel de negras alas que huye por debajo de un velo que alu d e a la noche. Sus a trib u to s son u n a estrella sobre la frente y un m urciélago. Más m ecani­ zadas resu ltan aún las alegorías que representan ciencias, a rte s o industrias.

L a Cosm ografía se suele re p re se n tar con los rasgos de u n a m ujer anciana. L leva un m anto azulado sem brado de estrellas y su tra je es del color de la tie rra. Con u n a m ano sostiene un astrolabio y un com pás con la o tra. A sus pies e stán los globos celeste y terrestre.

E stos ejem plos p rueban que los ele­ m entos de la alegoría son sim bólicos y en n ad a se distinguen de los v e rd a ­ deros sím bolos.

Sólo su función está tra sto rn a d a y m odificada, pues, en vez de a ludir a los principios m etaflsicos y espirituales, en vez de poseer una em oción, se han creado artificialm ente p a ra designar realidades concretas ciñéndose a este sen tid o único o m u y dom inante.

Pero los elem entos de la alegoría pueden re to rn a r a su estado simbólico en determ inadas circunstancias, es decir, si son cap tad o s como tales por el inconsciente, con olvido de la finalidad sem iótica y m eram ente representativa que poseen.

P o r ello, podem os h ab lar de un reino interm edio, de imágenes creadas conscientem ente, aunque utilizando experiencias ancestrales que pueden deberse a sueños o visiones. Un ejem plo lo tenem os en las lám inas del T aro t, cuyas composiciones parecen realizadas según un criterio sim ilar al de m uchas alegorías o figuras m íticas.

Sólo que su m isteriosidad las to rn a im palpables a la razón y las posibilita p a ra a c tu a r com o estím ulos del incons­ ciente. Con el a rte sucede frecuentem ente lo mismo; los sím bolos fueron ordenados en sistem as conscientes y tradicionales, canónicos, pero su vida in te rio r sigue latiendo bajo esa ordenación racionalizada, pudiendo asi a p a ­ recer en u n m om ento.

E n la o rn am entación a ctú a m ás el ritm o puro que el significado sim bólico de éste. La fuerza endopática del ritm o se com unica al espectador y lo m ueve según su carácter, siendo m uy raro que aflore a la conciencia la sospecha de un significado psicológico o cósm ico, aunque se percibe la esencia energética.

Sucede lo m ism o con el fenóm eno de la expresión, que puede em parenta rse con el de la sim bolización, pero sin confundirse con él. L a expresión es u n a relación continua, fluente, causal y d irecta e n tre el origen y la m anifes­ tación; term in a en ésta, donde encuentra su cauce y a la vez su lim ite.

La sim bolización es discontinua, e stática , indirecta, trascendente a la obra en que aparece p lasm ada. E n m úsica o en p in tu ra , pud ieran deslindarse per­ fectam ente los factores de expresión y los de sim bolización. Pero por no sernos posible p rofundizar en una cuestión ta n p a rticu la r, nos lim itarem os a b u scar su respectivo fondo en las tendencias estéticas a que am bos im pulsos, hipostasiados, dan lugar.

L a fórm ula del expresionism o, al enfrentarse con el m undo m aterial, con los objetos, tiende a destruirlos y a sum irlos en una corriente caótica de c ará cte r psíquico, que disuelve las figuras y las incorpora en estado de ritm os libres a su fuerza.

E l sim bolism o aísla, por el contrario, cada form a y cada figura, pero liga entre si por m agnéticos puentes cuanto. posee »ritmo común», es decir, concom itancia n atu ral. Asi hace tran sp are n te s las series de objetos simbólicos al significado profundo que m otivó su ap ari­ ción en lo fenoménico.

E n la do ctrin a sim bolista nunca h a y m era relación de causa a efecto sino «m utua causalidad». E n sim bolism o todo posee significado, todo es m anifiesta o secre­ tam e n te intencional, todo deja u n a huella o «signatura» que puede ser objeto de com prensión e in terpretación.

Com prensión e interpretación El problema de la interpretación D urante el siglo x ix , la m itología y el sim bolism o eran dom inios discu­ tidos especialm ente en lo relativo a su interpretación.

M ax Müller derivaba la m ayor pa rte de m itos de los fenóm enos solares, particu larm en te de la aurora como victoria sobre las tinieblas, m ientras Schw artz y su escuela d ab an preferencia a la tem p estad P ronto se agregó o tra m odalidad in te r­ p re ta tiv a que consideraba como secundarias todas las proyecciones a lo celeste y m eteorológico y como esencial la sim bolización de lo psíquico y e spiritual.

Así K arl O. M üller, en Kleine deulsche Schriften, consideró que el m ito de Orión no ten ía en esencia nada de a stral y sólo posteriorm ente fue identificado en el cielo.

E ste proceso de proyección a la esfera celeste, p a r­ ticularm ente a la a stral, se denom ina cataterism o. Desde el ángulo de la tradición sim bolista no h a y acaso p rioridad sino sim ultaneidad: todos los fenómenos son paralelos y correspondientes.

Las interpretaciones expresan el p u n to de p a rtid a del que las establece, m ás que la relación de causalidad ni de a n te rio rid a d en los hechos sistem atizados. E ste c ará cte r condicional de la interpretación es claram ente subrayado por G astón B achelard en su prólogo a la obra de Diel 15 , al decir, no sin ironía: «¿Es usted histo riad o r racionalista?

E n c o n tra rá en el m ito el relato de las dinastías célebres. Las p alab ras lo dicen todo, las leyendas se form an en to rn o a una locución. U na palabra deform ada, he ahí un dios m ás.

E l Olimpo es una g ram ática que regula las funciones de los dioses. E nonces, en el m ito aparece el m edio social, m edio prim itivo en el que el jefe se tran sfo rm a en dios. L a posición in te rp re ta tiv a que parece m ás am plia y conform e con el sentido original de m itos y sím bolos es la que rem o n ta su significado a las fuentes m etafísicas, a la d ialéctica de la creación.

Louis R enou alab a de Zim m er esa in n a ta te n ­ dencia — fidelidad m ejor al m ate ria l consultado — al sentim iento m etafisico del mito», en el que refunden lo filosófico y lo religioso Pero las discu­ siones en torno a las posibilidades de interp retació n no d a ta n de n uestro tiem ­ po, ni del que inm ed iatam en te lo antecede, sino que provienen de la A n ti­ güedad.

Seznec recuerda que los antiguos y a elaboraron teorías sobre el origen de los dioses, basadas en tesis in te rp re ta tiv a s que pueden sin tetizarse en tres. a ctitu d e s esenciales: a Los m itos son n arraciones Jnás o m enos a lte ra d a s de hechos históricos, de personajes elevados a la categoría de dioses, como aconteciera en período histórico con A lejandro el G rande, b Los m itos expre­ sad conflictos elem entales que co n stitu y e n la n a tu ra le z a, p o r 1q que los dioses.

N osotros diriam os que los m itos y con ellos gran p a rte de los sím bolos arquetfpicos son las tre s cosas a la vez. Mejor dicho, realidades históricas concretas; realidades cósm icas y n a tu ra le s; realidades m orales y psicológicas no son sino la reverberación en tres planos historia, m undo físico, m undo psíquico de las m ism as ideas-fuerzas en acción.

E l evem erism o, que da la preferencia a la in te rp reta ció n histórica, por o tra p a rte no afecta en n a d a la n atu raleza del sím bolo o la del m ito, pues, como dijim os a n te rio r­ m ente, la sim u ltan eid ad de lo paradigm ático a b stra c to y general y d e su concreción en un m om ento espaciotem poral no sólo no im plica contradicción, sino que es una ratificación de la v e rd ad en am bos planos, E n el m undo de los sím bolos ta in te rp reta ció n to tem lstica no hace sino establecer conexiones, sin d ilucidar significados; establece lineas de relación en tre seres d otados de «ritmo común», pero no alude al sentido de esos seres.

Decir que A tenas era el búho nocturno; la M agna M ater una leona; A rtem isa u n a osa, no agrega n a d a al significado de los dioses ni de sus anim ales sím ­ bolos. E s el análisis d el se n tid o lo único que puede p e rm itir re co n stitu ir la e stru c tu ra in te rn a de cad a sím bolo.

E l realism o que ve en lo fabuloso una copia a lte ra d a o una confabulación de elem entos diversos, tam poco hace sino su m in istra r u n a explicación secundaria sobre el problem ático «origen», SÍft p e n e tra r en la razó n de ser del ente. D ecir que la im agen del m urciélago d e te rm in ó la id ea del hipogrifo, la quim era y el dragón, es d a r u n com po­ nente m ínim o sobre el v alor expresivo y sim bólico de tale s anim ales fabu­ losos, pero sólo el análisis de la s condiciones en que aparecen, de su con­ d u c ta y de su finalidad, nos sitú a fren te al m ito del sím bolo y toda su cap a ­ cidad de transfiguración energética.

E l realism o llega a K rappe, cuando dice que la asociación ta n frecuente y conocida del árbol y la serpiente se debe «sim plem ente a la observación, fácil de hacer en todos los países en que h a y serpientes, de que estos reptiles tienen p o r lo com ún sus an tro s al pie de los árboles» A unque este origen fuera cierto, ¿qué nos explicaría sobre la vida in te n sa y la capacidad m ítica de este sím bolo para expresar la ten ta ció n bíblica?

L o sim bólico, evidentem ente, es otra cosa. La serpiente y el árbol se relacionan analógicam ente por su c a rá c te r lineal, por la sem ejanza del rep til con las raíces, p o r el p a ren ­ tesco de am bos seres erguidos con las colum nas J a k in y Bohaz, im agen del sistem a binario, de la co ntradicción esencial, del bien y del m al.

M ientras el árbol eleva las ra m a s al sol, como en éxtasis de adoración, la serpiente espera poder c la v a r el aguijón. E sto es lo esencial del sim bolo y no que las serpientes aniden ju n to a los árboles. Más a ú n , aplicando las leyes trad icio ­ nales, en las cuales los hechos nunca explican n a d a sino que son m eras con­ secuencias de los principios, diríam os que si la serpiente a n id a ju n to a los árboles es porque h a y la relación in te rn a an te s m encionada.

in reconocida trad icio n a lm e n te entre m acrocosm o y m icrocosm o, que la osofla ratifica considerando al hom bre como «m ensajero del ser» H eidegger , b e deriva que todo sím bolo puede ser in te rp re ta d o psicológicam ente.

Asi, por ¿jem plo, la habitación secreta de B arba Azul, donde no p e rm ite p e n e tra r © isa m ujer, es su pensam iento. Ju n g insiste en el doble v alor de la interp retació n psico­ lógica, no sólo por los d ato s que facilita sobre el m aterial nuevo y directo, ífe sueños, ensueños diurnos y fantasías, relatos, e b ras de a rte o lite ra tu ra , sino IpoT la com probación que éstos arro ja n sobre los m itos y leyendas de cará cte r «»lectivo Señala tam b ién que la interp retació n de los p roductos del incons­ ciente tie n e dos aspectos: lo que el sím bolo representa en si interpretación O bjetiva y lo que significa com o proyección, como «caso» p articularizado {interpretación subjetiva.

P o r nu e stra p a rte , la interp retació n o b je tiv a es ja que denom inam os com prensión, sim plem ente. La su b jetiv a es la v e rd a ­ d e ra interpretación, que consiste en la trad u cció n del sentido m ás general y profundo del sím bolo a un m om ento concreto p a rtic u la r, a unos casos d e te r­ m inados.

T am ­ b ién interviene en variable escala la tendencia del in té rp rete , a quien será Ciertam ente difícil su straerse de su orientación peculiar. E s en este m om ento fen el que los sím bolos, a p arte de su c ará cte r universal, pasan a sobredeterm inarse con sentidos secundarios, accidentales y tran sito rio s, en dependencia con la «situación» en que aparezcan, cual y a se dijo.

La espada, que to m á ­ bam os a n tes como ejem plo, sin de ja r de poseer el sentido o bjetivo y a que consignamos, poseerá un significado secundario — que podrá, incluso, por su tensión, ap arecer como p rin cip al en un in sta n te dado — según que ese sím bolo aparezca en el sistem a m en ta l de un m ilitar, un sacerdote, u n colec­ cionista, u n poeta, y nos referim os sólo a este condicionam iento, que es inde­ finido o cuando m enos m u y am plio, Interviniendo tam bién la caracterología.

E l sím bolo, asi, asciende o desciende según el nivel a l que es convocado. La dificultad de in terpretación, en consecuencia, es enorm e, m ie n tras, p o r el con trario , la de com prensión del sim bolo es casi elem ental. La dificultad de la in te r­ pretación psicológica consiste no ta n to en la polivalencia serial del sim bolo ritm o com ún , cu an to en la m u ltiplicidad de cosm ovisiones en que su expli­ cación puede ser am p a rad a , ya inconscientem ente p o r quien se h a lla bajo su im perio, o conscientem ente por la Weltanschauung del in térp rete.

U n caso lim ite de predeterm inación de significados por p a rte del que se en fren ta con el m aterial sim bólico lo tenem os en la escuela freudiana, que supuso desvelar la sexualidad universal de todos los objetos o form as p o r su factible integración en uno de los am plios grupos opuestos: m asculino, fem enino.

P ero y a los chinos, con su sím bolo Y a n g -Y in , los hindúes jf los hebreos hablan establecido la polaridad esencial del m undo de los fenóm enos, según los principios que dan lugar a los géneros y d entro de ellos, a los sexos.

E l T alm ud habla hecho tam bién. el in teresan te descubrim iento, citado por From m 23 , por el que, en su sis­ tem a in te rp re ta tiv o , lo sexual no siem pre aparece como significado, sino m u y frecuentem ente como significante.

Soñar, por ejem plo, relaciones sexua­ les con la m adre es alcanzar el m ás a lto grado de sabiduría.

Que los adivinos rom anos tenfan conocim ientos de este cará cte r lo prueba la interpretación d a d a a un sueño sim ilar de Ju lio César, a quien se le auguró la posesión de la tie rra.

Tam poco, por ello, se pueden negar las interpretaciones psicológicas que ap u n ta n a una finalidad sexual. Según este a u to r, el sím bolo «cristaliza en torno a un sistem a dinám ico, una e stru c tu ra en el tiem po y en las dim en­ siones de la personalidad».

E n estas deform aciones de la significación, ésta sufre una constricción a sus lím ites m ás exiguos, una frecuente identificación con el m ecanism o e spiritual que la integra y con el yo alterad o , com pen­ sando con la in ten sid ad esa reducción.

Todo se subjetiviza al m áxim o: el árbol no es ya el árbol cósmico, sino una proyección, de la persona; lo mismo acontece con la m o n ta ñ a. E l agua y el fuego exponen sólo el aspecto negativo y d e stru cto r, no el positivo de purificación y renovación.

P or las asociaciones, sólo se p e n e tra asim ism o en lo trágico y fúnebre; las flores y los anim ales se in te g ran en ta l sentido. De igual m odo, esa significación revierte sobre el o bjeto y tran sfo rm a en la m edida necesaria p a ra que sea especialm ente apto al tipo paroxístico de sim bolización.

L as casas pierden p u e rta s y ven tan as ab ertu ras, salidas al exterior, posibilidades de salvación ; los árboles pierden las hojas y nunca m u estran frutos. Las catástro fes que en el sim bolism o trad icio n al tienen el sentido am bivalente de destrucción, pero tam bién, de fecundación y renovación, aquí se circunscriben a lo negativo y desolador.

Se com prende que una sim bología fraguada desde interpretaciones tom adas a ese nivel no puede ten er pretensiones de ob jetiv id ad , no ya m etafísica, sino psicológica. En primer lugar, todos los símbolos de este juego pueden también aparecer en el formato gigante, que cubre 2x2 o 3x3 posiciones de símbolos.

Acto seguido, las combinaciones ganadoras desaparecen y dejan sitio a otros símbolos que caen desde arriba, con lo cual se pueden activar aún más premios, ¡sobretodo si el juego especial "Colossal Crush" añade multiplicadores de premio!

La ruleta de bonos puede salir en cualquier momento y otorgar premios en metálico de manera aleatoria o tiradas gratuitas, mientras que las propias tiradas gratuitas pueden aparecer como comodín gigante.

Por favor, consulta también todas las reglas en el juego en sí. No se asumen responsabilidades en cuanto a la integridad o precisión de este texto. Si hay fallos, se cancelan todos los pagos y jugadas.

Mi saldo. Inicia sesión y Jugar. Esto no solo llama la atención del jugador, sino que aumenta la posibilidad de que le siga un símbolo gigante que proporcionará un gran pago. Age of Aurora carece de los grandiosos juegos de ronda de bonificación que puede haber llegado a esperar de las máquinas tragamonedas de centavo.

Sin embargo, encontrarás que las bonificaciones son parte del juego normal para las tres versiones del juego. Mientras que la versión Gemini de Age of Aurora ofrece una ronda de bonificación de giros gratis, las otras variaciones mantienen el gran potencial de ganancias en el juego base.

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Author: Milkree

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