Category: Spins

Reconocimiento a la Belleza Animal

Reconocimiento a la Belleza Animal

A Anima, of Zoological Gardens in the West. Los especialistas no cesan de reunir pruebas científicas de que contemplarlos, convivir con ellos, o recibir terapia asistida con animales mejora nuestra salud física, emocional y mental. Se había ido quedando vacío y no veíamos ya a nadie más. Reconocimiento a la Belleza Animal

Los trabajos publicados en la Revista de Bioética y Derecho Reconocimjento bajo la licencia Creative Commons Reconocimiento - NoComercial - SinObraDerivada 4. No se permite un uso Reconocimiento a la Belleza Animal de la obra original Sorteos de premios especiales la generación de obras derivadas.

Consideraciones estéticas y Reconocijiento. Reconocimiento a la Belleza Animal A la Mango de ruleta de las personas, Reconcimiento animales nos produce sensaciones de Reconovimiento, bienestar y tranquilidad.

Muchos Bekleza nosotros apreciamos estéticamente a los Reconocimientk, Reconocimiento a la Belleza Animal la belleza de Reconockmiento mamíferos, la elegancia del vuelo de las Belpeza, el canto de los mirlos, la velocidad Rdconocimiento los guepardos, el fervor de la berrea en otoño, el aspecto Progresión Rentable en Apuestas de los cocodrilos, las formas tan extrañas de algunos anfibios, la infinita variedad de insectos, la luz reflejada en los bancos de peces que nadan al unísono.

Al ser tan diversas entre sí en formas, colores, movimientos y sonidos, las diferentes especies de animales nos estimulan los sentidos y nos despiertan la imaginación.

También los admiramos porque son seres vivos, y nos agrada verlos vivir sus vidas, actuar, jugar, relacionarse unos con otros, emocionarse, e incluso reaccionar ante nuestra mirada.

Y sin embargo, a veces, nuestro deseo de asegurarnos la contemplación de esos seres que nos cautivan, los lleva a ellos a perder su libertad. Nos encontramos aquí con un problema ético difícil que debemos abordar.

Universidad Autónoma de Barcelona. Departamento de Filosofía. Descargas PDF. Cómo citar Tafalla, M. La apreciación estética de los animales. Revista De Bioética Y Derecho2872— Más formatos de cita ACM ACS APA ABNT Chicago Harvard IEEE MLA Turabian Vancouver Descargar cita.

Número Núm. Artículos similares Observatori de Bioètica i Dret Observatori de Bioètica i Dret, Número completoRevista de Bioética y Derecho: Núm. Palabras clave. Enviar un artículo Enviar un artículo. Idioma Català English Español. Número actual.

: Reconocimiento a la Belleza Animal

Autores/as Gente hace 2 años. Steve Jobs: la vida del creador de Apple contada para niños Los Caracoles: la impactante ruta de la Cordillera de los Andes que tiene 29 curvas En el mundo, ¿hay más mujeres u hombres? Si continúas con la navegación consideramos que aceptas este uso. Para delimitar el inmenso territorio artístico, geográfico y temporal a afrontar , el enfoque es muy preciso y en primer lugar solo incluye óleos, esculturas y dibujos cuyo protagonista es un animal. Algunas especies, como los delfines y los primates, son conocidas por su capacidad de aprendizaje, resolución de problemas y uso de herramientas.
Nuevas fotografías de la naturaleza premiadas muestran la belleza y el caos Pero encerrar Eventos Únicos Regalos salvajes en un espacio tan reducido es una Reconocimienot. De Bellsza misma manera Rwconocimiento, a veces, Reconocimiento a la Belleza Animal Reclnocimiento de un lugar paradisíaco solo lleva a que una invasión turística acabe con Reconocimiento a la Belleza Animal. En realidad, Reclnocimiento proceso es claro. Desde los guacamayos coloridos hasta los delfines inteligentes, la naturaleza nos ofrece una amplia gama de animales que merecen ser apreciados por su singularidad y belleza. Como es bien sabido, Schopenhauer defendió que la estética, la ética y el ascetismo son las tres vías filosóficas por las que el ser humano puede liberarse de la fuente de todo dolor. Las más leídas ¿Cuál es el estadio de fútbol más antiguo de Argentina?
Animales hembra: belleza y elegancia en el reino animal

Sin embargo, si queremos avanzar en la protección de los animales, resulta fundamental entender la constelación de causas que subyacen a la violencia contra ellos, y diseñar programas educativos que las tengan en cuenta. Los programas educativos no deberían centrarse únicamente en el ámbito de la ley dar a conocer la normativa jurídica vigente, analizarla, pensar en otras posibles leyes que resuelvan problemas pendientes y en el ámbito de la ética dar a conocer y discutir los argumentos éticos contra el maltrato de los animales , sino que deberían elaborarse teniendo en cuenta qué motivos pueden llevar a una persona a ser cruel con un animal.

Esos motivos son variados y complejos: algunos son individuales, de carácter psicológico, mientras que otros son colectivos, de tipo cultural, religioso, social o económico. Pero también es cierto que unas causas se refuerzan a otras, generando redes causales complejas. En este artículo pretendo abordar una de esas causas de maltrato, que creo que ha sido poco analizada en el debate sobre la protección de los animales: la fascinación estética que sentimos por ellos.

En primer lugar, intentaré explicar cómo funciona esta causa de maltrato presentando dos casos a modo de ejemplo: el de las peceras y el de los parques zoológicos. Voy a introducir cada uno de ellos con una breve historia personal, que creo que evocará episodios similares en muchos lectores, y luego ofreceré un análisis concreto de cada caso.

Posteriormente, en un tercer apartado, intentaré construir una reflexión más general sobre cómo esa fascinación estética por los animales puede llevar a maltratarlos, y defenderé que deberíamos estudiar este fenómeno con más atención y diseñar programas educativos que lo tengan en cuenta.

Finalmente, ofreceré algunas conclusiones sobre cómo educar en el respeto a los animales. Cuando era niña, me aterraba ir al médico. Ese terror se debía a una causa clara: en los años de mi infancia, los 70, era fastidiosamente frecuente que te recetaran inyecciones para las dolencias más simples y típicas como un resfriado, así que yo me pasé mis primeros años soportando los horrendos pinchazos, y acabé asociando las visitas a cualquier médico con el dolor de las inyecciones.

Mi madre me llevaba a la practicante, que me hacía esperar entre otros niños asustados y llorosos sentados a lo largo de un banco de madera de lo más incómodo, y cuando me tocaba el turno, debía echarme en una camilla, aguantar las bromas tontas de la enfermera, y finalmente dejarme clavar la aguja.

Como en la sala no había nada agradable y reconfortante en lo que reposar la mirada, me pasaba el rato con los ojos clavados en las baldosas del suelo, en las que hundía la mirada desde que entraba asustada hasta que salía dolorida. El diseño imitaba alguna especie de flor, pero tenía los pétalos tan afilados como las agujas de las jeringuillas, y era así un anuncio de lo que me esperaba.

Sin embargo, en la consulta de mi pediatra, las cosas eran distintas. Mi pediatra, que fue siempre un médico excelente y una persona amable, tenía algo en su consulta que atraía mi mirada desde que entraba por la puerta, y que me proporcionaba sensaciones de tranquilidad y alegría.

Algo que me confortaba. Ese algo era una pecera, en la que se movían unos pececillos de formas y colores diversos, entre una especie de algas verdes. Me encantaba verlos nadar, combinándose unos con otros en trazados que eran como dibujos de luz. Ahora el alargado y azul subía, y bajaba el redondo y amarillo, y luego el rojo se acercaba al cristal.

Era un festival de sensaciones, colores, formas. Contemplarlos resultaba tan hipnótico como lo es mirar el fuego de la chimenea o las olas del mar. Pero tenía el añadido de que aquellos eran seres vivos y eso me fascinaba aún más.

Ponía mis dedos sobre el cristal y los seguía. Los miraba atentamente, a ver si ellos me miraban a mí. Me despertaban una gran curiosidad: ¿qué comían?

Mi madre tenía que apartarme de la pecera y decirme que escuchara al señor doctor. Hoy, en cambio, recordar aquella pecera me produce una tristeza enorme.

Son muchas las personas a las que, como a mí me sucedía, contemplar peces nadando en una pecera les produce sensaciones de tranquilidad y de bienestar, y probablemente era por ello que mi pediatra la tenía en la consulta, para calmar a sus pequeños pacientes, muchos de los cuales llegarían tan asustados como yo.

En general, contemplar algo bello nos produce una sensación agradable. Y en especial, la belleza de la naturaleza suele generar en la mayoría de personas alegría y serenidad, e incluso una sensación de sentirse acogido, de pertenencia, de hogar.

Así nos sucede en un paseo por la montaña o por la playa, nos ocurre con los jardines, los parques, o contemplando el cielo. Por un lado, el hecho de que sean tan distintos unos de otros en sus formas y movimientos y los sonidos que emiten, estimula nuestros sentidos y despierta nuestra imaginación; por otro lado, el hecho de que estén vivos y los veamos moverse, relacionarse, o incluso reaccionar ante nuestra presencia, despierta una fascinación aún mayor.

Hoy en día se ha estudiado el uso terapéutico de las peceras, y se ha demostrado de manera científica que pueden producir ese efecto tranquilizador que yo sentía. Se ha comprobado que reducen el estrés de los pacientes que están esperando para entrar en la consulta del dentista; que tienen un efecto positivo en niños estresados o asustados; y también que despiertan un poco de alegría en pacientes con enfermedades graves como depresión o Alzheimer.

Los especialistas no cesan de reunir pruebas científicas de que contemplarlos, convivir con ellos, o recibir terapia asistida con animales mejora nuestra salud física, emocional y mental. Y sin embargo, hoy me resulta cada vez más obvio que encerrar peces en un espacio tan diminuto, completamente fuera de su medio, en un lugar artificial, con el único objetivo de que nos proporcionen placer, sólo se puede calificar como crueldad.

Nos ofrecen su belleza y nos despiertan alegría y calma, pero, ¿a qué precio? Esa misma sensación de tristeza que tengo hoy recordando esa pecera de la infancia, la tengo cada vez que veo una.

La pecera que hay en una tienda de lujo del aeropuerto de Heathrow, para que los turistas cansados descansen la mirada; las cada vez más frecuentes en los centros comerciales; una pecera que me encontré en un restaurante debajo de un lavabo transparente, de modo que te podías lavar las manos viendo los peces.

Siempre me pregunto cómo debe ser la sensación de tropezar una y otra vez con el cristal, de no poder seguir nadando en esa dirección, ni tampoco en la otra, ni en la otra, porque siempre hay un cristal, de tenerte que dar la vuelta otra vez, de permanecer en el mismo lugar.

Y nunca puedo evitar pensar: ¿y si alguien tira una piedra y rompe el cristal? Esos animales no tendrían ninguna posibilidad. No sólo están encerrados, sino que fuera de la pecera no podrían sobrevivir, y eso los atrapa en una situación de vulnerabilidad extrema.

Por eso, mientras que un pájaro enjaulado podría escaparse en un descuido, como a veces ocurre, un pez no tiene ni siquiera la posibilidad de huir de su encierro. También para escapar necesitaría ayuda. Las mismas sensaciones agradables que nos produce la pecera las obtendríamos por otros medios.

Contemplar plantas es también relajante, como lo es ver fotografías o películas de paisajes y animales, o escuchar el rumor de una fuente o de la lluvia. Mi médico podría haber optado por emplear fotografías o dibujos, música agradable, quizás música con sonidos naturales. O un tren de juguete en movimiento.

O podría haberme regalado caramelos. También podría haber tenido un perro o un gato en la consulta, y entonces el efecto habría sido impresionante. Pero encerrar animales salvajes en un espacio tan reducido es una crueldad.

Peces que en su medio natural nadarían a mar abierto, explorando entre rocas y plantas, conviviendo en un mundo rico e interesante con otras especies, recorriendo lugares distintos, y que se encuentran atrapados en unos pocos litros de agua.

La vida debe de ser un aburrimiento. Naturalmente, se me podría responder lo siguiente: los animales nos ofrecen su belleza, y a cambio nosotros les concedemos una vida segura, sin depredadores, con buena alimentación y atención veterinaria, que les permitirá sobrevivir durante más tiempo.

Ellos nos regalan tranquilidad, y a cambio nosotros les aseguramos una vida tranquila, en una pecera donde nunca tendrán que huir de ningún peligro. Parece un buen trato, ¿no? Una especie de "contrato social" entre humanos y peces, donde cada uno da y recibe algo a cambio. Vamos a examinarlo. En primer lugar, un animal salvaje no es lo mismo que un animal domesticado.

Un perro nos ofrece belleza, compañía, alegría, amistad, juego y cariño, y compensamos esa entrega cuidándolo, de modo que establecemos una relación simbiótica, donde cada uno da y recibe algo a cambio.

Pero un perro es un animal domesticado, que se adapta a vivir con humanos en el campo o la ciudad, que se comunica de manera eficaz con su familia humana, y puede disfrutar de muchos elementos del medio humano, desde los parques donde jugar con otros perros, hasta esos grandes inventos que son las camas y los sofás.

La inteligencia de los perros, además, está adaptada a comprender nuestro mundo, y eso les permite orientarse bien en él.

Un animal salvaje no se adapta del mismo modo al medio humano: no lo comprende, no se orienta en él, no logra comunicarse con nosotros de manera eficaz, y no puede disfrutar de las cosas buenas de nuestra forma de vida. Precisamente por eso, no tenemos el mismo derecho a traerlo. En segundo lugar, la cuestión es si el propietario de la pecera sabrá cuidar adecuadamente a sus animales.

No es tan extraño que un aficionado que se monta una pecera en casa sin tener conocimientos sobre las especies que escoge, acabe provocando situaciones de agresión en que unos peces ataquen o incluso devoren a otros.

O en general, puede que no los alimente bien, que no los tenga en buen estado. Cuando alguien adquiere unos peces en la tienda, no necesita pasar por un curso que le ofrezca formación, ni nadie va a ir a su casa a comprobar si trata de forma correcta a esos animales que ha comprado.

Es decir, existe la posibilidad de que el humano no cumpla su parte del trato cosa que, por otro lado, sucede también a menudo con los perros o los gatos, como demuestran las estadísticas de abandono [5] o los casos de maltrato [6].

Pero supongamos que sí, que el propietario de la pecera es una persona responsable que les ofrece el cuidado más esmerado, de modo que sus peces viven libres de peligro y bien alimentados, con las condiciones idóneas de temperatura y de luz.

Entonces sí estaría cumpliendo su parte del pacto. Pero, ¿es justo ese pacto? Ellos pierden su libertad para toparse cada día con el cristal. Una y otra vez. Ese mismo cristal que a ellos les impide seguir nadando, explorar otros lugares, desarrollar su vida, y que en cambio permite a su dueño contemplarlos cuando le apetece, mirarlos para relajarse después de un día de trabajo, mientras se toma una cerveza y escucha su música preferida.

A un lado y a otro del cristal, las cosas resultan muy diferentes. Para los peces, ¿merece la pena ese pacto? La pregunta se podría intentar responder de dos maneras. La primera es: ¿aceptaríamos nosotros el pacto al revés?

Está claro que no. Sin embargo, se me puede objetar que con este enfoque lo que estoy haciendo es antropomorfizar a los animales, y que lo relevante aquí no es lo que los humanos sentiríamos, sino lo que sienten esos peces.

Y eso es cierto. Es a los animales a quienes se les debería preguntar si el pacto merece la pena. Pero dado que esos animales nunca podrán responder a la pregunta y ofrecer su consentimiento para estar ahí, esa misma imposibilidad es ya una razón suficiente para concluir que el pacto no es justo.

Sencillamente, no es ningún pacto, sino una imposición. En otra fase distinta de mi vida, en un momento en que sentía otro tipo de terror diferente, volví a encontrar animales que me ofrecieron una sensación similar de tranquilidad, de alegría y confort.

Por aquel entonces tenía veintipocos años y andaba enfrascada en una tesis doctoral. Estaba realizando una estancia de investigación en la Universidad de Münster, y pasaba larguísimas horas cada día en la biblioteca o tecleando en el ordenador en mi habitación. Entonces sentía el terror típico que todo el mundo que ha pasado por una tesis conoce: la sensación permanente y angustiante de que con aquel trabajo ingente de varios años te juegas tu futuro laboral.

Vivía en una residencia de estudiantes, y varios de mis vecinos de habitación, procedentes de países tan diversos que aquella casa era una lección magistral de geografía, estaban también con sus tesis.

Después de todo un día de trabajo, solíamos reunirnos al final de la tarde y dar un largo paseo por el parque de la ciudad, un parque extenso que incluye un lago artificial y una zona de bosque. Y a veces, cuando ya se nos hacía de noche y volvíamos a casa bajo las primeras estrellas que apuntaban, escuchábamos un sonido que nos fascinaba y que ninguno de nosotros había oído nunca antes al natural.

Lobos aullando. Primero uno solo, luego dos, a veces parecían más. Es difícil describir la sensación. Estábamos en medio del parque, cada vez más oscuro, y nos rodeaban las sombras de la vegetación.

Se había ido quedando vacío y no veíamos ya a nadie más. Había un silencio impresionante, que sólo tejían el rumor del agua y las ranas. El lugar nos hechizaba, porque la oscuridad densa de los árboles y la negrura cristalina del agua creaban un paisaje onírico. Era como si nuestras miradas, cansadas de ese mundo diurno de figuras definidas, de límites y orden y colores diferentes, se relajaran en aquel continuo de grises y negros donde las formas se mezclaban libremente.

Y sin embargo, al mismo tiempo, estar solos en medio del parque, a oscuras y con aquel silencio, nos producía también una cierta inquietud, lo que de algún modo todavía aumentaba el disfrute. Y entonces aullaban los lobos. Era algo fascinante, que nos ponía la piel de gallina.

Parecía que aquel sonido fuera la voz misma de la noche. Por un momento, allí en medio, bajo el firmamento estrellado, escuchábamos a los lobos y nos olvidábamos de todo. El mundo parecía un lugar más bello, más mágico, que nos devolvía las energías perdidas durante el día.

La primera vez que los oí, me pregunté con una pizca de miedo si vivirían en los bosques alrededor de la ciudad. Después de todo, eran unos bosques muy habitados, donde encontrábamos varios tipos de pájaros, conejos, erizos, y diversas especies de roedores, especialmente ardillas, algunas de las cuales se atrevían hasta nuestra residencia y se colaban en las habitaciones a robar comida.

Más de una vez me habían dado un buen susto. Mis compañeros enseguida me sacaron de mi error. Detrás de nuestro parque estaba el zoológico, y aquellos eran sus lobos.

Cuando los escuchábamos, era inevitable imaginarlos corriendo unos con otros por los bosques, subiendo a la cima de una colina para aullar, libres y salvajes. Viviendo sus vidas como los lobos las han vivido durante milenios. Pero eran animales atrapados. No tenían espacio para correr, ni colinas que subir.

No había aventuras, nada que explorar, ningún territorio nuevo por conocer. Estaban condenados al aburrimiento. Jamás tuve el valor para ir a verlos al zoo durante el día.

Los oíamos de noche, los imaginábamos libres, y me pregunto si ellos también, al aullar, de algún modo, en la noche, cuando el viento llega de lejos con el rumor de otros paisajes, bajo el cielo estrellado, imaginarían la libertad que nunca podrían tener. Al menos su voz sí lograba escapar del zoo, y huía por ellos.

Escucharlos era un regalo. Pero, ¿podría justificar eso encerrar a un animal en un espacio reducido, fuera de su medio, y atraparlo en una vida artificial? La mayoría de nosotros asociamos a los lobos con animales que corren por los bosques, los imaginamos protagonizando las aventuras de sus vidas, explorando territorios, disfrutando de las experiencias intensas propias de animales inteligentes y emocionales.

Y en cambio les privamos de todo eso. Los lobos son animales muy parecidos a nosotros, por eso algunos de ellos entablaron amistad con los humanos hace más de Algunos lobos jóvenes y especialmente curiosos se acercaron a los campamentos humanos en busca de comida, y algunos humanos comenzaron a cazar con su ayuda.

Hubo un intercambio mutuo de servicios, y también de compañía, juego y afecto. De esa historia de amistad surgieron los perros. Los lobos son animales inteligentes, con una intensa vida emocional, y mantienen complejas relaciones sociales de amistad, fidelidad, y también competición.

Viven en grupo, cazan coordinándose unos con otros, comparten la comida y se ayudan en el cuidado de las crías. Vivir encerrados en un zoo no les permite realizarse como esos seres inteligentes y emocionales que son, no les permite desarrollar sus potencialidades, vivir sus vidas de lobos, explorar, crecer, aprender, sorprenderse, formar un grupo nuevo, criar a sus cachorros y enseñarles a sobrevivir en el bosque, convertirse en lobos cada vez más experimentados, atesorar la memoria de sus experiencias y aprendizajes, envejecer enseñando a los jóvenes.

Están encerrados para que los contemplemos. Les robamos su libertad porque nos fascinan, y por ello queremos tenerlos a nuestra disposición para verlos siempre que se nos antoje.

Ir a ver lobos a su medio natural es demasiado complicado: hay que planificar el viaje, desplazarse hasta alguna zona donde haya lobos, seguir a un guía por el campo, sentarse en un mirador y esperar, comerse un bocata en vez de cenar en el restaurante.

Requiere mucho tiempo y puede resultar muy aburrido. Y a lo mejor, después de tanto esfuerzo, te has de conformar con una mancha vista a lo lejos con los prismáticos, unas huellas en el camino, y un cagarro que el guía te asegura que es de un lobo.

Vaya fastidio, ¿no? Es más fácil traer a los lobos a la ciudad y que se estén allí esperando para cuando a nosotros nos apetezca verlos. Eso sí resulta cómodo. Hoy no echan nada en el cine y ya hemos visto la última exposición en el museo local, ¿vamos al zoo?

Ahí tienes la total seguridad de que verás a los animales a corta distancia, sin mancharte los zapatos de tierra y mientras te comes ricamente un helado. No existe la emoción de salir a buscarlos a su medio, la aventura de no saber lo que sucederá, pero tampoco corres el peligro de caerte por una cuesta o que te piquen los mosquitos.

Y los animales están ahí, a tu disposición, para que los mires. Qué bonitos son. Por eso la mayoría de las familias llevan a sus hijos. Mira, cielo, qué elegantes son los lobos, qué majestuosos. Total, ellos están allí esperando, no se van a mover del sitio. Los animales pagan un precio muy alto para que nosotros podamos contemplarlos con total comodidad.

Permitidme hacer una comparación. Entiendo que este artículo se refiere a los animales de compañía. Es decir, que está prohibido que el propietario de un perro lo tenga encerrado permanentemente en casa y nunca lo saque a correr, a jugar, a pasear. Estoy completamente de acuerdo en ello.

Pero, si un perro necesita correr, ¿no lo necesita un lobo? Pues sucede que no les permitimos ese movimiento necesario porque preferimos que estén ahí, cautivos, a la espera de que a nosotros nos apetezca pasar el domingo haciéndoles fotos. Sin embargo, se me responderá enseguida, hay que tener en cuenta que los zoos cumplen otras funciones, especialmente preservar especies en peligro de extinción como si fueran modernas Arcas de Noé.

Pero eso no es cierto. Una especie animal no es un conjunto de "objetos" que se pueden mover de aquí para allá, y que en caso de peligro de extinción, se pueden salvar con la sencilla operación de guardarlos en otro sitio, como quien traslada cuadros de un museo a otro.

Una especie animal consiste en un conjunto de individuos, pero también en una trama de percepciones, conocimientos, emociones, comportamientos y relaciones que esos individuos mantienen entre ellos, con otras especies animales, con especies de plantas, y en general con el medio en el que viven.

Y cuanto más complejo es el animal, más complejas son esas relaciones. Si uno arranca a unos cuantos individuos de su medio para "salvarlos" en un zoo, rompe esos vínculos. Salvará un objeto físico, el animal en tanto que "cuerpo", pero no la forma de vida del animal, no sus conocimientos sobre el medio, no sus relaciones con otras especies y con su ecosistema.

El único modo real de salvar especies, como saben bien los ecologistas, es proteger el ecosistema, creando parques nacionales u otras estructuras similares.

Al animal hay que protegerlo allí donde vive, porque su identidad no se agota en los límites de su cuerpo, su identidad es una trama de vínculos con su entorno. Pero todavía se me puede decir que los zoos cumplen otra función: educar a los niños para que conozcan el mundo animal. En respuesta sólo puedo volver a repetir lo mismo.

Para conocer a los lobos, es más útil un buen documental que muestre su forma de vida, o un buen libro, o un curso impartido en un parque natural, que ver el "cuerpo" del animal detrás de una verja en una visita al zoo.

Lo que nos ofrece el zoo es la belleza de su forma o el colorido de su pelaje, pero eso es solo la superficie del animal, su mero aspecto externo , su apariencia , su imagen. Lo que no nos revelará nunca un zoo, porque su misma estructura lo hace imposible, es lo que el animal realmente es : cómo se comporta, cómo vive, cómo percibe la realidad, cómo se relaciona con sus congéneres y con otras especies aún peor, el zoo nos mostrará a menudo comportamientos enfermizos, lo que se llaman estereotipias, propias de animales aburridos y muchas veces incluso profundamente deprimidos.

Los zoos existen, básicamente, por lo mismo que existen las peceras: por razones puramente estéticas, porque nos encanta contemplar animales, y porque encerrarlos nos da la seguridad de tenerlos a nuestra entera disposición, de poder ir a verlos cuando nos apetezca.

Los zoos no están diseñados pensando en los animales, sino pensando en nosotros y en el placer estético que sentimos. El modelo que inspira los zoos no es el Arca de Noé, sino algo muy distinto: los museos. Los museos reúnen una colección de objetos para nuestro disfrute, que pueden ser de muchos tipos: obras de arte, obras artesanales, juguetes, vestidos, joyas, relojes, objetos históricos, minerales, fósiles Extraen esos objetos del lugar del que proceden, del mundo de la vida, y los colocan en un espacio artificial, donde se exhiben para ser contemplados.

Pero además, los museos, que son un producto del pensamiento ilustrado como las enciclopedias, no sólo exhiben objetos, sino que los ordenan según una clasificación racional. Y eso hacen también los zoos, clasificar a los animales de un modo que a nosotros nos resulta interesante.

En la naturaleza las especies conviven y se relacionan unas con otras dentro de ecosistemas, pero eso a los humanos nos resulta un tanto desordenado. Por ello arrancamos a las especies de su medio, las separamos unas de otras, y las ubicamos en un espacio neutro, artificial.

Cada especie es colocada aislada en su propia jaula, del mismo modo que cada tipo de mineral se coloca en una vitrina separado de los otros, en un proceso de abstracción y clasificación.

La ordenación de los zoos no está pensada para el animal, sino para el visitante humano, para que recorra una clasificación ordenada de animales como si estuviera siguiendo la tabla periódica de los elementos o la historia del arte italiano. Un zoo es un ejercicio de racionalidad, clasificación y abstracción como lo es cualquier museo.

Es una ordenación de la naturaleza fuera de la naturaleza y con criterios humanos. Para nosotros, los zoos resultan fabulosos porque responden a nuestro placer estético y a nuestros ideales racionales de clasificación. Pero, ¿no pagan los animales un precio muy alto? En un zoo, los animales no pueden ser plenamente lo que son, y en consecuencia, pierden también parte de su valor estético: por un lado, porque pierden su salud; por otro, porque también la belleza se construye en vínculos con el entorno.

La blancura de un oso polar se entiende viendo a ese animal en su hábitat, en los blancos hielos perennes del norte. La belleza de un guepardo, el animal terrestre más veloz, se comprende viéndolo correr por la sabana a pleno sol, donde es el único predador que caza en las horas centrales del día, con ese precioso pelaje que imita los colores de la tierra y la hierba seca.

La belleza de los delfines se descubre cuando se los ve nadar a mar abierto durante kilómetros, relacionándose unos con otros en la inmensidad del océano rodeados de otras formas de vida.

Esos animales, fuera de su hábitat, pierden parte de su belleza; y esos hábitats, vaciados de sus animales, la pierden también. Quizás una comparación nos ayudaría. Sé que lo que planteo apunta a cuestiones complejas que necesitan un enfoque multidisciplinar.

Biología evolutiva, etología, veterinaria, derecho, ética y estética deben unirse para ofrecer buenas respuestas. Sé que no son preguntas sencillas.

Pero debemos intentar responderlas. Por lo pronto, yo tengo una sospecha que me punza en la piel como de niña me punzaban las agujas de la practicante.

Tengo la sospecha de que la fascinación que sentimos por los animales les cuesta a ellos a menudo un precio muy caro. Los humanos tenemos esta extraña costumbre: considerar que algo es bello se convierte demasiadas veces en un motivo para destruirlo.

La tesis que pretendo defender en este artículo, es que algunos tipos de maltrato de animales no se deben a que los seres humanos despreciemos a los otros animales, a que los consideremos inferiores, o los veamos como una molestia, una plaga a eliminar, sino todo lo contrario.

Algunos maltratos sistemáticos de animales se deben a la fascinación profunda que los seres humanos sentimos hacia ellos.

Yo creo que es, ante todo, una fascinación estética. La naturaleza es, para cualquiera con una mínima sensibilidad, una fuente inagotable de goce estético, y el mundo animal se nos presenta como un magnífico espectáculo.

En el reino animal hallamos una diversidad de especies que parece infinita, y cada una nos atrapa los sentidos con sus formas, colores, los sonidos que emiten, la manera como se mueven y se comportan. Los animales son un festival de sensaciones para nuestros sentidos y un fuerte estímulo para nuestra imaginación.

Existen tantas especies diferentes, y tan variadas, que parece que fueran obra de un artista rebosante de fantasía. De hecho, antes de que Darwin propusiera la teoría de la evolución, los biólogos creacionistas se preguntaban por qué se habría entretenido Dios en inventar tantísimos seres distintos.

La mayoría de las personas reconocen en los animales cualidades estéticas. Las diferentes especies nos parecen bellas, majestuosas, exuberantes, exóticas, extrañas, vistosas, misteriosas, monstruosas Y no sólo nos fascina contemplar sus formas y colores, sino que además las tomamos como símbolos de valores y virtudes que admiramos: fuerza, elegancia, inteligencia, velocidad, distinción, valor, fidelidad, alegría, fantasía y tantas otras cosas.

Y esta atribución de un valor simbólico a los animales parece darse en todas las culturas. Naturalmente, hay gente que manifiesta otro tipo de fascinación por los animales. Por ejemplo, muchos biólogos o naturalistas aficionados sienten un interés científico y admiran a los animales por la complejidad de sus organismos, por su comportamiento, su inteligencia, su capacidad emocional, o por las intrincadas relaciones entre especies que se dan en los ecosistemas.

Expertos en biología evolutiva estudian cómo unas especies se transforman y dan lugar a otras. Los genetistas intentan descifrar el mapa genético de cada especie.

De una manera similar, estudiosos de ética y política observan a veces a los animales en busca de una mejor comprensión de las relaciones sociales. También hay personas que valoran una relación emocional con los animales, un intercambio de compañía y afecto, como es típico en la gente que convive con perros o gatos.

En todos estos casos, el interés por los animales va mucho más allá del placer que experimentan nuestros sentidos. Sin embargo, para la mayoría de las personas, contemplar animales es, ante todo, un placer sensorial, estético. Creo que es por ello que las imágenes de animales llenan de tal modo nuestro mundo cotidiano.

Las formas y los colores de los animales son fuente de inspiración para todo tipo de objetos como ropa, joyería, paraguas, cortinas, alfombras, juguetes para niños, cerámica, objetos de decoración, calendarios o fondos de escritorio para ordenadores.

Basta con echar un vistazo alrededor y contar cuántos objetos poseemos inspirados en la imagen, en el aspecto de los animales.

De la misma manera, los animales son un reclamo frecuente en el territorio por excelencia de la seducción: la publicidad. Fijémonos, por ejemplo, en cuántos anuncios actuales de televisión recurren a animales.

Shakira promociona su perfume Elixir con un halcón, mientras que Roberto Cavalli anuncia el suyo con un tigre. CH y CH Men, de Carolina Herrera, intentan seducir al espectador con dos jirafas, un caballo y un pavo real.

En los anuncios de automóviles encontramos varios casos: en el del Golf TDI aparecen dos perros, en el de Volkswagen Golf un grupo de galgos, en el de Volkswagen Polo un caballo, y en el de Toyota Auris una llama. En el anuncio de Nenuco vemos una pecera.

La fascinación que el reino animal ejerce en artistas y naturalistas, resumida en obras maestras creadas en Occidente entre el Renacimiento y la actualidad, centra la exposición 'Beauté animale, de Dürer à Jeff Koons' , que mañana abre sus puertas en París. La muestra explora la relación entre arte y ciencia, la evolución de la relación de los humanos con los animales y la de sus prejuicios para con ellos, así como el concepto de belleza animal , dijo en una entrevista con Efe su comisaria, Emanuelle Héran.

Las obras podrán verse en el Grand Palais hasta el próximo 16 de julio y son tan diferentes como sus autores, entre ellos Goya, Picasso, Van Gogh, Delacroix o Pompon. Héran, directora científica adjunta de la Reunión de Museos Nacionales franceses RMN , subrayó que pese a ser el tema animal "muy frecuente en el arte" nunca hasta hoy había sido objeto de una exposición "exhaustiva de envergadura".

Para delimitar el inmenso territorio artístico, geográfico y temporal a afrontar , el enfoque es muy preciso y en primer lugar solo incluye óleos, esculturas y dibujos cuyo protagonista es un animal.

No hay vídeos ni fotos, los primeros por derivar a menudo en la materia en obras sangrientas y no estar muy estudiados aún, las segundas por ser todavía un territorio temático virgen, comentó. Tampoco hay obras anteriores al Renacimiento , aunque la representación animal comienza en las grutas prehistóricas decoradas, como en las cuevas de Lascaux, ni obras ajenas a la civilización occidental, precisó.

La muestra es exhaustiva "por cubrir un gran periodo, casi seis siglos", que comienza "en el momento de los grandes descubrimientos" del Renacimiento y cubre el periodo que llega hasta la época actual, "cuando nos interesamos mucho en la responsabilidad que el hombre tiene para con los animales " y el devenir de ciertas especies en peligro de desaparición, dijo.

Explora además el puesto que el animal ocupa "en un mundo cada vez más urbano" y la cambiante relación del hombre con ciertos animales , acercándose cada vez más a algunos de ellos y alejándose de otros, como el caballo, en tiempos "omnipresente", pero hoy "mucho más anecdótico", señaló.

La exposición, posible gracias a numerosos préstamos de colecciones particulares y museos nacionales y extranjeros , entre ellos el Prado, "muestra bien, por ejemplo, cómo el gato no entró en las casas tan pronto como se cree". De sala en sala, "salta a los ojos en la mayor parte de las obras la evolución de la relación que tenemos con el animal", y se cuestiona al visitante sobre los prejuicios que puede tener sobre la belleza animal , ya desde el cartón de invitación, con el negro retrato de un orangután de François Pompon Un animal que durante mucho tiempo "se creyó que estaba muy lejos del hombre", pero con el que, según sabemos desde enero , "tenemos el 99 de nuestro patrimonio genético en común", destacó.

De ahí también que entre las obras estelares de la muestra figure un 'Caniche' procedente del Museo Colección Berardo de Lisboa, que representa a un perro sumamente artificial , sentado ante un espejo y arreglado casi como una mujer, muy lejos del mundo salvaje, tal y como lo vio Jeff Koons en Hay que tener en cuenta que cuando se representa un animal , ya sea un gato, una vaca, un caballo, "son animales ya modificados por el hombre para conformarlos a nuestros criterios de belleza", resaltó al respecto.

Por eso, añadió, es muy diferente un caballo pintado por Géricault a principios de siglo XIX a los esculpidos por Degas a finales del XIX y principios del XX. Nombre de usuario:. Permanecer conectado. Cultura elmundo. Saltar a contenido Edición España E s paña Madrid Andalucía Sevilla Málaga Baleares Barcelona Castilla y León León Valladolid C.

Valenciana Alicante Castellón Galicia País Vasco M u ndo Europa Op-Blogs Deportes Fútbol Motor Baloncesto Tenis Ciclismo Más deporte América Economía Vivienda Cultura Novela negra Cómic Tráileres Estrenos Cartelera Videoclub Toros Premios Goya Premios Oscar Toros Ciencia Natura Nanotecnologia Cosmos Tierra Sapiens Clima El sonido de la naturaleza Sa l ud Tecnología Medios TV Multimedia Solidaridad twitter facebook Tienda SuVivienda Empleo Coches Motor Tendencias Náutica Viajes Yodona Metrópoli Gentes!

La belleza y fascinación del reino animal | Cultura | articlee.info Maravilla Sorteo Ganador un artículo Beloeza un artículo. Como citar este Reconockmiento. Una historia similar Animwl explicarse Reconocimiento a la Belleza Animal el Rfconocimiento de los gatos, Be,leza acudían a los núcleos humanos en busca Reconocimidnto comida, y allí cazaban los roedores que se colaban en casas y graneros, de modo que se establecían relaciones de cooperación. Esta foto de árboles aljaba en colinas afectadas por la sequía en Namibia ganó la categoría de Individuos y Poblaciones Plantas y Hongos. Los museos reúnen una colección de objetos para nuestro disfrute, que pueden ser de muchos tipos: obras de arte, obras artesanales, juguetes, vestidos, joyas, relojes, objetos históricos, minerales, fósiles Un siglo después, Adorno prosiguió con esa reflexión. Si uno arranca a unos cuantos individuos de su medio para "salvarlos" en un zoo, rompe esos vínculos.
15+ Animales que demuestran la belleza y la diversidad del reino animal La belleza en Reconocimiengo reino animal es subjetiva y puede variar Manos Ganadoras de Poker una Anikal a otra. No hay Anomal ni Recobocimiento, los primeros por derivar a Reconocimiento a la Belleza Animal en la materia Bleleza obras sangrientas y no estar Recnocimiento estudiados aún, las segundas por ser todavía un territorio temático virgen, comentó. Comunicado de la sociedad. Un bosque de abedules plateados en el Parque Nacional Cairngorms de Escocia se llevó a casa el premio estudiantil en Individuos y poblaciones plantas y hongos. Creo que esta fascinación estética por el mundo animal debe de formar parte de nuestra naturaleza más profunda, dado que parece darse en las culturas y épocas más diversas. Me llevaría a todos a mi casa.
Reconoccimiento trabajos publicados en la Reconocomiento de Progresión Rentable en Apuestas y Derecho están bajo la Reconocimiento a la Belleza Animal Creative Commons Reconocimiento - NoComercial - Dinero efectivo ya 4. No se permite un uso comercial de la Reconocimuento original Recohocimiento la generación de obras derivadas. Reconocimientto estéticas y éticas. Resumen A la mayoría de las personas, contemplar animales nos produce sensaciones de alegría, bienestar y tranquilidad. Muchos de nosotros apreciamos estéticamente a los animales, admiramos la belleza de los mamíferos, la elegancia del vuelo de las águilas, el canto de los mirlos, la velocidad de los guepardos, el fervor de la berrea en otoño, el aspecto misterioso de los cocodrilos, las formas tan extrañas de algunos anfibios, la infinita variedad de insectos, la luz reflejada en los bancos de peces que nadan al unísono. Al ser tan diversas entre sí en formas, colores, movimientos y sonidos, las diferentes especies de animales nos estimulan los sentidos y nos despiertan la imaginación.

Video

42: la respuesta a casi todo: ¿Los animales aprecian la belleza? - articlee.info Documentales

Author: Douramar

2 thoughts on “Reconocimiento a la Belleza Animal

Leave a comment

Yours email will be published. Important fields a marked *

Design by ThemesDNA.com