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Inspiración Oro Triunfal

Inspiración Oro Triunfal

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La ciudad quedó enteramente destruida, y los romanos, en busca de tesoro araron el sitio donde se había levantado el templo.

Ahora, al contemplar nosotros la entrada triunfal de nuestro Señor en Jerusalén, entre las palmas agitadas por la gente, cabalgando sobre los montones de palmas cuidadosamente colocadas por la multitud y aceptando las aclamaciones de alabanza y divinidad, es como si Zacarías hubiera visto la escena y hubiese escrito historia y no profecía.

Mis discípulos también dan el mismo testimonio. Las palabras del Señor los asombraron y afligieron, y posiblemente le preguntaron sobre la necesidad de tal sacrificio.

La comparación fue apta, e impresionantemente sencilla y hermosa a la vez. El agricultor que se olvida de echar su grano en la tierra, o no quiere hacerlo porque desea conservarlo, no recogerá nada; pero si planta el trigo en tierra buena y fértil, cada grano viviente se multiplica muchas veces, aunque por necesidad la semilla es sacrificada al hacerlo.

El significado del Maestro es claro; el que ama su propia vida a tal grado que no quiere arriesgarla o, si necesario fuere, ofrendarla en el servicio de Dios, perderá su oportunidad de lograr el abundante aumento de la vida eterna; mientras que aquel que considera el llamado de Dios tan superior a la vida, que su amor por su propia vida es como odio en comparación, hallará la vida que tan generosamente entrega o está dispuesto a entregar, aunque desaparezca por un tiempo como el grano que es enterrado en la tierra, y gozará del galardón de un desarrollo eterno.

Si lo anterior es cierto, en lo que respecta a la existencia de todo hombre, ¿cuán eminentemente importante no lo sería en la vida de Aquel que vino a morir a fin que el hombre viviera? Muy a menudo hoy en día los hombres viven tan apartados de las cosas espirituales que cuando el Señor les habla a sus oídos físicos, a sus mentes con sonido no audible, o a ellos mediante sus siervos autorizados que, cuando son dirigidos por el Espíritu, son como su propia voz, oyen solamente un ruido como sucedió en Jerusalén.

Lee, CR. octubre de , págs. Posiblemente El quiso enseñar varias cosas cuando maldijo a la higuera estéril. Los verdaderos ministros del evangelio siempre buscan bendecir, sin embargo las maldiciones penden sobre los que rechazan su mensaje.

Había sanado a multitudes; el viento y las olas habían obedecido sus palabras; en tres ocasiones había restaurado la vida a los muertos; fue propio que demostrara su poder para herir y destruir.

En las manifestaciones de su poder sobre la muerte, El misericordiosamente había levantado a una doncella de la cama sobre la cual había muerto, a un joven del ataúd en que lo llevaban a sepultar, a otro del sepulcro en donde se hallaba depositado su cuerpo muerto.

Al mostrar su poder para destruir mediante su palabra, sin embargo, tomó por objeto a un árbol estéril y sin valor. La religión de Israel se había degenerado en una mojigatería artificial, cuya ostentación y vana profesión sobrepujaba las abominaciones del paganismo.

Mateo , Versión Inspirada. McConkie, DNTC , Los principales sacerdotes eran los guardianes del templo y, de hecho, guardianes como ellos suponían de toda la estructura de la religión judía. Se hartaban en las ganancias de los negocios del templo, de manera que el templo no era solamente la fuente de su favorecida posición social la cual codiciaban tan celosamente sino también de sus ingresos, mejor dicho, de sus fortunas.

Aunque su declaración en aquella ocasión ofendió a los sacerdotes porque declaró ser el Hijo de Dios, del cual era el templo la declaración misma establecía que el templo le pertenecía a Dios, y en eso, al menos, los sacerdotes estuvieron de acuerdo. Aparentemente sus discípulos entendieron esta declaración porque comenzaron a cantar y alabarlo como el tan esperado Mesías.

Cuando la ira y la violencia de la purificación del templo hubo terminado, los discípulos de Cristo se reunieron a su alrededor para recibir lo que El podía darles, pues era su casa y nadie con más derecho y más perfecto que El para ejercer allí su ministerio. Los principales sacerdotes y escribas ardían en cólera contra El, pero se hallaban impotentes.

Cuando Jesucristo echó del templo a los mercaderes, ¿por qué los líderes se sintieron ofendidos? Lean Marcos Lean Juan Creo que la Segunda Guerra Mundial, Corea y Vietnam nos han enseñado lo suficiente, en esta materia, como para hacernos desconfiar de las clasificaciones de pueblos y culturas basadas en tan confusos criterios.

Por otra parte, seguramente el instrumental metodológico y aun teórico manejado por el historiador resulta insuficiente para ir más allá de la percepción, la identificación y la descripción del fenómeno, lo que no es, por otra parte, un resultado desdeñable. La comprensión y la explicación del fenómeno reclamaría el uso de un instrumental que no parece estar disponible por el momento, al menos en un grado convincente, a juzgar por los resultados obtenidos por la psicología social histórica, si bien no cabe desesperar de sus posibilidades.

En el pensamiento venezolano se advierte una confusión al parecer insuperable entre los conceptos de patria, de república y de nación. Esta situación se corresponde con el bajo nivel crítico-conceptual de la historiografía que la sustenta.

De hecho, es una sinonimia que además de errónea es engañosa, pues está supeditada a un propósito ideológico determinado por el culto a los héroes, y más específicamente por el rendido a Bolívar. Podrían ensayarse muchas respuestas, alguna quizá fundada en la infortunada coincidencia del restablecimiento de la república con la comisión del delito de parricidio que motivó la condición divina a la cual me referí al comenzar este artículo.

Pero quizá no sea la más descabellada de las respuestas, la siguiente: en contraste con la perfección bolivariana labrada por el culto heroico, la nación, la patria o la república, lucen como un resultado más bien pobre, pero, por supuesto, no con una pobreza imputable al fundador sino a los beneficiarios.

en parte a nuestra propia culpa, ya que, mientras los argentinos, con sana y orgullosa premeditación, tras de una intensa labor de cultura y progreso, hicieron de su prosperidad un pedestal eminente a sus glorias vernáculas, nosotros, venezolanos, neocolom-bianos, ecuatorianos, como demasiado endebles para tan gloriosa pesadumbre, dividiéndonos primero y ensangrentándonos después, achicamos el pedestal, que no era el de una modesta gloria vernácula sino el de la gloria de América, hasta hacer del ingente bloque de mármol un rezago de ruinas, de la concreción gigantesca de luz un resabio de sombras.

Tú no tienes memorias de antiguas guerras, de conquistas lejanas, de batallas ganadas, de empresas ni de hombres inmortales …. Pero crece en riquezas y saber, y serás una nación poderosa en recuerdos, en grandes hechos, en triunfos y acciones heroicas … con sólo el nombre de Bolívar.

Es decir, que tal como lo afirmó rotundamente monseñor E. Es la explicación , y cualesquier otras consideraciones son complementarias, marginales o en todo caso no afectan la vigencia de esa explicación, obviamente primordial para el culto.

A él le debéis el aire que respiráis. Si la finalidad de la nacionalidad venezolana es realizarse a sí misma en Bolívar, resulta lógico que sea él quien guíe nuestros pasos. Así, en el ámbito nacional la acción de la Sociedad debía dirigirse:. Pero no se detiene allí el detalle de la ya vasta misión de la Sociedad.

Puesto que la nación-patria-república fue la creación de Simón Bolívar, es lógico que conciencia nacional y conciencia bolivariana luzcan como una sola y misma cosa, y es lógico igualmente que cualquier esfuerzo crítico ejercido en este sentido tenga que ver con todos los aspectos de esa amalgama de valores, enfrentando su nada reducida carga de prejuicios derivada de esa errónea sinonimia.

El punto de partida de los esfuerzos para despertar la conciencia crítica consiste en ventilar un presupuesto que no puede ser más sombrío ni absoluto: es el contraste entre un pasado que luce tanto más glorioso cuanto más lejano va quedando del presente, y un presente que luce tanto más desolador cuanto más se aleja del pasado.

Ante el triste presente, la reacción más natural es una suerte de evasión hacia el pasado heroico. Esta actitud, generalizada hasta abrumar con el número de sus testimonios, encuentra acabada expresión en la prosa florida y tonante del mismo Eduardo Blanco, pontífice máximo del patriotismo heroico venezolano, quien combinó en un sólo movimiento del espíritu la condena de un presente disminuído, la tribulación de un espíritu patriota y su anhelo de evasión:.

Torna a encender en mi alma entristecida el fuego abrasador del entusiasmo por nuestras puras glorias; arrebátame en tus robustas alas de ese mísero polvo, donde se agitan con esfuerzo, encontradas miserias que avergüenzan y depravaciones que espantan.

Llévame allá muy lejos de esta profunda oscuridad, de esta noche sin meteoros, sin estrellas, en la que erramos como a tientas, desesperados de no llegar al fin, para ponerle término a la constante afrenta de la vida, en pugna siempre con las malas pasiones.

llévame lejos de tanta ruin mentira, de tanto corazón emponzoñado por el odio impotente, por la crueldad no satisfecha, por el rencor y la venganza; y siquiera con los ojos de la imaginación y de la fantasía, déjame contemplar como en días lejanos, aquella excelsa claridad, aureola de la Patria en los gloriosos tiempos de sus heroicos sacrificios, de su fe inquebrantable, de sus nobles propósitos.

Permita que torne yo a entrever, lleno de arrobamiento y como deslumbrado, la ancha vía esplendorosa que recorrieron nuestros padres, entre palmas de triunfo y gritos de Victoria. Se abrió, en ese momento, el inacabable inventario de los males de la sociedad y de sus causas, así como el de los posibles remedios y sus efectos, 28 por quienes fueron capaces, en algún momento, de sobreponerse al generalizado sentimiento de frustración generado por la convicción de la inutilidad del esfuerzo cumplido.

Cuando un personaje novelístico de Antonio Arráiz, el Dr. Para eso es que servimos: no hemos sabido ser libres. El auge y el predominio de este pensamiento corren parejos con el debilitamiento, si no con el abandono, de una postura científica que brotó, prometedora, con la constitución definitiva de la República de Venezuela.

Me refiero a la Comisión Corográfica de , dirigida por Agustín Codazzi, la cual ofreció en una visión geográfica y cartográfica del país, así como su primer intento de alcanzar una visión histórica crítica de sí mismo, a cargo ésta de Rafael María Baralt y Ramón Díaz.

Si de esta relación aparece la verdad histórica, habremos prestado un servicio más a nuestro país y tributádoles digno homenaje a los próceres de la patria. la primera que ha dado luz una grande y hermosa obra de este género; obra que ha merecido el aplauso de sabios ilustres y de corporaciones que tienen el cetro de las ciencias, haciéndoles admirar la sensatez y buen camino de una república de ayer, de un pueblo naciente que apenas descansa de treinta años de guerras y estragos; una obra, en fin, donde el geólogo, el geógrafo, el naturalista, el estadista encuentran con satisfacción una descripción científica de una parte hermosa y casi inexplorada del globo.

En cierta forma, el anuncio de lo que ha sido el curso de la conciencia crítica en el pensamiento venezolano, está presente en el revelador contraste entre el entusiasmo conque Fermín Toro recibió la obra de Codazzi y la apenas velada reticencia que demostró ante el llamado Resumen de la Historia de Venezuela, 32 de Baralt.

En efecto, al comentar esta obra se ocupó exclusivamente de criticar la apreciación que en ella se hace de la conquista y de hacer algunas consideraciones de estilo.

El disgusto que causó la obra de Baralt en José Antonio Páez y entre sus allegados no alcanzaría a explicar la omisión, por no ser el de Toro un espíritu timorato ni acomodaticio.

Los esfuerzos realizados para modificar esta situación son relativamente re cientes. Han tenido que ver con la renovación de la vida política e intelectual posterior a , y particularmente con ciertos desarrollados en el área de la formación docente.

La adopción de nuevos principios pedagógicos, y la introducción de nuevos procedimientos de enseñanza-aprendizaje, particularmente a partir de la fundación del Instituto Pedagógico Nacional, Simultáneamente con el proceso de vitalización política que ha tenido la sociedad venezolana desde la Segunda Guerra Mundial, fueron implantando progresivamente un modo de enseñanza de la historia que, sin romper expresa ni drásticamente con el modo tradicional, abrió cauces a la conciencia crítica.

Obviamente, esta evolución, aun moderada como ha sido, no podía menos que alertar a quienes, conscientes de la importancia que tiene en este sentido la enseñanza de la historia, no cejan en su empeño de preservar los fundamentos tradicionales del culto heroico, y particularmente los del culto a Bolívar.

Reflexionando sobre el curso histórico seguido por la sociedad venezolana, con frecuencia me he preguntado, y en varias ocasiones lo he planteado, si sería legítimo decir que la historia de un pueblo es, en sí y en tanto que conocimiento del pasado, una toma de conciencia de la propia existencia como pueblo.

De ser cierta esta proposición, la vida de un pueblo sería, a la vez, su ser histórico y el conocimiento de ese ser histórico, con lo cual se conseguiría la unificación absoluta y activa del pasado y del presente en un constante devenir. La historia sería, entonces, su propia madre: lo que de ella alcanzáramos a conocer se volcaría de nuevo en su cauce y se integraría en su discurrir.

El vehículo de esa integración, en el momento actual de la sociedad venezolana, sería la conciencia nacional, y la fuerza que activa esa reintegración sería el nacionalismo, en la medida en que éste constituye una toma de conciencia del ser histórico que se traduce en acción social orientada a favorecer su propio desenvolvimiento como ser nacional.

Esta preocupación por tomar conciencia de su propio ser histórico, y los esfuerzos puestos en trocar esa conciencia en factor activo de la vida de los pueblos, reviste para los pueblos de origen histórico reciente y de trabajosa formación, como lo es el venezolano, carácteres de lucha por la propia existencia.

Para ellos la historia no es el vago origen que, disuelto en la leyenda, les hace entroncar con las más remotas eras históricas vividas por la humanidad, cual sucede con las antiquísimas sociedades. Estas, al contrario de las nuevas o recientes, pueden autocontemplarse con la serenidad que les da el estar firmemente asentadas en el tiempo.

Su existencia, por azarosa que haya sido, por muchos eclipses que haya sufrido, ha permanecido cual una definitiva realidad. Su origen no tiene fecha, y no es poco lo que esto puede significar para la conciencia nacional de un pueblo.

Es diferente, y mucho, el cuadro que presentan aquellos pueblos de reciente formación histórica, cuya organización nacional es producto de un acto controvertido y aún más reciente—la formulación definitiva del proyecto nacional venezolano tuvo lugar en , al término de la fase bélica de la crisis de la sociedad implantada colonial venezolana que se desencadenó a comienzos de ese siglo—el cual les impone la obligación no sólo de justificar ese acto, sino también el más pesado deber de mantenerle expedita la vía a esa formación, a su desarrollo, apartando los obstáculos que a cada paso surgen.

Para un pueblo tal, la formación de la conciencia nacional reviste carácteres de tarea vital. Su firme adquisición significará la definitiva estructuración histórica, porque un pueblo en posesión de tal forma de conciencia podrá ser sojuzgado 35 pero jamás destruido.

Tarde o temprano, y la paciencia de los pueblos es la paciencia de la historia, la conciencia histórica—traducida en acción—triunfará de la opresión, y la vida del pueblo reanudará su curso, en el marco de la formación socio-política nacional u otra.

Ahora bien, la formación de la conciencia nacional ha sido tradicionalmente entendida en Venezuela como función de una historia cuya misión consiste en transmitir el legado heroico y reivindicar, con propósito ejemplarizante, a quienes constituyeron ese legado.

El punto de partida de tal concepción de esta función de la historia es inobjetable, si lo situamos en el marco de las consideraciones precedentes; el error comienza cuando se le estima como la misión de la historia, porque su cumplimiento ni agota las posibilidades del conocimiento histórico, ni es siempre compatible con los requisitos de la formación del conocimiento histórico.

Pero, ¿cómo transmitir el legado heroico siendo fiel a su esencia, a su tono, a su fuerza inspiradora? Son las formas de respuesta a esta interrogante las que establecen la diferencia, que llega a ser insalvable, entre quienes sostienen la posibilidad de esa transmisión sobre la base de un estudio histórico exigente en lo metodológico y desentendido de intencionalidad, y quienes, en cambio, parecen creer de alguna manera, junto con José E.

Santiago Key-Ayala hizo la siguiente parodia del investigador científico en historia para mejor abonar su defensa de este modo de historiar. La aceptación generalizada, llevada hasta el entusiasmo, que tuvo su obra, hizo de Eduardo Blanco el símbolo del patriotismo bien orientado.

Es imposible disociar la tradición, como conjunto de hechos y personajes, de la tradición como manojo de leyendas y versiones más o menos mágicas de esos acontecimientos y sus actores. Por otra parte, el ámbito social tan amplio en el cual actúa este complejo ideológico, así como la magnitud de las fuerzas comprometidas en esa actuación, permiten que a ella se supedite cualquier otra forma de aproximación al pasado, al igual que todos las expresiones culturales con éste relacionadas.

Nosotros, repito una vez más, así poseyamos una historia cuajada de hechos portentosos, que otras naciones envidian y aún intentan desfigurar, no la hemos asimilado de manera que sirva como espina dorsal para la estructura del pueblo.

Por eso nuestra colectividad carece de resistencias que le permitan luchar contra los factores disvaliosos que se han opuesto, ora por los abusos de la fuerza, ora por los desafueros de los demagogos, y permanentemente por la mala fe de muchos de sus mejores hijos, para que opte una conducta reflexiva que lo lleve, tanto en el orden interno como en la relación exterior, a una recta concepción de la libertad, de la dignidad y del poder.

Sobre la base de estos supuestos, que estimo más un producto de la reflexión sobre los excesos de la historia patria y de su eje el culto heroico, particularmente concretado en el culto a Bolívar, que el resultado de la valoración crítica del alcance real de la historiografía como factor de la formación de la conciencia nacional, vista esa acción en correlación con los demás factores del complejo cultural, lo que se ha venido planteando es el diseño de una política cultural que potencialice el efecto de la crítica, dotándola del respaldo administrativo imprescindible para abrir nuevos caminos a la conciencia histórica de los venezolanos.

Obviamente, al razonar de esta manera, quienes así lo hacen parecen no tomar debida nota de la relación funcional que existe entre la forma de la conciencia histórica contra la cual reaccionan y el aparato del Estado, primer beneficiario de la segunda religión, puesto que ésta provee una excelente palanca para la manipulación ideológica de la población.

Ya he comentado, aunque muy brevemente, el curso seguido por las reformas pedagógicas en la enseñanza de la historia—no hablamos de los contenidos porque en éstos el cambio ha sido menos dramático y por lo general más aparente que real. No puede menos que sentirse cierta tribulación por el hecho de que más de cuatro décadas después no se requiera una búsqueda muy intensa para comprobar que sigue con vida algo parecido a la visión de la independencia que produjo en Fermín Toro, seguramente más bajo el imperio de la retórica que siguiendo los dictados de la razón y del conocimiento histórico.

El objetivo: superar las visiones idílicas y deformadas de nuestra historia, que embotan la conciencia crítica y estorban la formación de una conciencia nacional acorde con los requerimientos de la sociedad venezolana contemporánea.

Si la existencia de estructuras que integran al individuo en el marco de la nación, o en el de cualquier otra forma de organización sociopolítica—por ejemplo, en las diversas modalidades del socialismo, donde el estado nacional ha sido substituido por el estado socialista—constituyera la clave para diferenciar las respuestas de las sociedades a la excitación ideológica basada en el culto a los héroes, ¿cómo entender el caso del recurso a Alexander Nevsky, de que hemos hablado?

Podría responderse que la figura histórica de Nevsky fue adaptada, no hasta hacer de él un precursor del socialismo—lo que habría sido francamente ridículo—sino haciéndola representar un momento de apogeo de valores que, sea dicho de paso, son vistos de esta manera como si fuesen de vigencia poco menos que intemporal.

Así, en este caso lo que se pone a valer es la aptitud del personaje histórico para simbolizar el patriotismo, el orgullo de un pueblo y de una cultura, la resistencia al opresor—el amor a la libertad—aunque haya sido en un mundo poblado de siervos.

Pero esto último es convenientemente dejado fuera de la evocación, como se vacía todo el pasado heroico de cuanto pueda contrariar la intención de la operación ideológica.

Al vincularse con esa evocación la forma de organización sociopolítica logra cuando menos tres cosas: en primer lugar, se inserta expresamente en una línea de continuidad histórica, la cual de hecho refuerza su legitimidad; en segundo lugar, ampara su existencia en la vigencia de valores que adquieren, de esta manera, la respetabilidad que les depara el pasado histórico; y por último, estimula la movilización de las fuerzas que conforman el más puro y elemental patriotismo, materia prima básica para fabricar héroes y pueblos disciplinados.

En otras circunstancias quizá habría bastado con ofrecer al combatiente la salvación de su alma, como acontece en las guerras santas de todos los tiempos, y posiblemente habría sucedido lo que al parecer, y de ser cierto lo que pretenden algunos observadores, ha causado hoy gran impresión a los dirigentes irakíes, es decir, el comprobar que algunos guardias revolucionarios iraníes ni siquiera intentaron disparar sus armas cuando cargaron en oleadas fanáticas contra las trincheras en los alrededores de Basra.

En materia de motivaciones del heroísmo individual siempre habremos de topar con el más elemental: en todos los tiempos ha habido mercenarios. Lo fueron los soldados y oficiales británicos, condenados a la miseria y a la disminución social una vez licenciados después de las guerras napoleónicas, quienes vinieron a Venezuela, bajo contrato, a vivir la terrible experiencia de una guerra bárbara por una causa que muy pocos de ellos llegaron a estimar.

Mercenarios gurkas, mercenarios puertorriqueños, pero ¿qué impulsaba al soldado procedente de Harlem o del Bronx, a morir combatiendo en los arrozales de Viet Nam? Podrían multiplicarse las preguntas. Estas y la búsqueda de respuestas componen una disciplina, la sociología militar, cuya importancia estratégica es evidente.

Parece llegarse a una respuesta según la cual el condicionamiento ideológico, cualquiera que éste sea, ha de operar sobre la base de ciertos mecanismos propios de la sociedad militar, que determinan conductas solidarias capaces de impulsar a los hombres a realizar actos de heroísmo, de diverso nivel.

Este asunto, cuya importancia y proyección supera el ámbito de la inquietud historiográfica, tiene que ver con las concepciones, muy en boga, de la llamada doctrina de la defensa nacional integral, en lo que concierne a la coherencia ideológica requerida en el cuerpo social para que éste sea capaz de reaccionar en forma determinada.

La conciencia histórica tradicional venezolana quiere que el pasado heroico, y específicamente Simón Bolívar, sirvan a un tiempo de acicate y de escudo que permitan compensar las alegadas deficiencias estructurales del pueblo venezolano.

Bolívar ha de ser un paradigma, siempre presente pero inalcanzable en su perfección por cuanto le sirve de base un patrón deificado. El pueblo cumple, en estas circunstancias, un rol más bien receptivo, por no decir pasivo; el cual, por otra parte, se corresponde con el que, según la historia patria, desempeñó en los momentos cuando la excelencia del paradigma—o sea durante las guerras de independencia—llevó ese pueblo a realizar tareas que estaban muy por encima de sus facultades demostradas, antes y después.

Son estos círculos ideológicos, en los cuales se combinan la conciencia nacional—en sus tres niveles de expresión ya reseñados: conciencia bolivariana, conciencia crítica y conciencia histórica—con el culto a los héroes que nutre la historia patria, y con el culto a Bolívar que corona todo el edificio, los que relevan cuán necesario es, para estudiar el funcionamiento de la conciencia nacional venezolana, el someter a cuidadosa valoración los términos héroe y pueblo, y sus correlaciones recíprocas.

Pero, a su vez, la comprensión del modo cómo se articulan la conciencia nacional y el culto a los héroes hasta el punto de confundirse, exige tener presentes los fundamentos históricos de esa articulación.

De otra manera correríamos el riesgo de desorientarnos en nuestra interpretación por efecto de lo forzado que hoy puede lucir esa identificación. El hecho cierto de la guerra a muerte no sólo marca el origen de la República venezolana, sino que arropa cualquier otro origen.

el primero de tus héroes ¡oh América! El Gran Libertador de pueblos y naciones ¡oh humanidad! Sentadas estas premisas, la conclusión obligante es obvia.

En su expresión positiva esa conclusión impone la glorificación de los héroes como instancia imprescindible para la consolidación y preservación de la nacionalidad. En su expresión negativa forma el anatema impuesto a quienes sean sospechosos de regatear sobre el significado de los héroes, o de cuestionar las exigencias de la liturgia de que se les rodea.

Se momifican. Siempre me ha mortificado esta tendencia tan venezolana a embriagarse con glorias pretéritas, a gorrear a los héroes, sin preocuparnos por imitarlos. La forja de ese instrumento de redención parte siempre del mismo material básico, es decir, la vida, la obra y el pensamiento de Simón Bolívar.

Sería inagotable el enunciado de testimonios de apoyo, así como sería prolijo el des sus matices. Tan sólo como muestra de hasta qué extremos puede llegar la falta de claridad conceptual en este ejercicio intelectual, y hasta dónde puede llegar el recurso a la irracionalidad que alienta en su fondo, vale la pena citar las palabras del escritor Ramón Díaz Sánchez en la IV Asamblea Nacional Bolivariana, en julio de Tenemos la necesidad de penetrar, de estudiar más el espíritu de Bolívar, para extraer de él no la enseñanza teórica de la obra de Bolívar.

Lo que nos hace falta para hacer efectivo al libertador Simón Bolívar es penetrar su conciencia. Y esto no es una cosa teórica sino de comprensión, de amor, que trasciende más allá de las meras palabras, para convertirse en una filosofía.

Y esto es lo que nos está haciendo falta. En ese clima intemporal, y para cumplir tal función fue escrita Venezuela heroica , publicada con motivo de la conmemoración del centenario del nacimiento de Simón Bolívar, en La juventud junta en una sola imagen la pintura real de la guerra que presencia y en que es actora, con la pintura idealizada de la guerra de sus padres.

Pero este libro es una llama; y su calor conforta y gusta. He ahí el libro de lectura de los colegios americanos: Venezuela heroica: he ahí el premio natural del maestro a su discípulo, del padre a su hijo. Todo hombre debe escribirlo: todo niño debe leerlo; todo corazón honrado, amarlo.

De ver los tamaños de los hombres, nos entran deseos irresistibles de imitarlos. Las consecuencias del uso político de la confusión creada entre conciencia nacional y culto a los héroes, y de los excesos cometidos en ese sentido, han creado, por lo general, situaciones dramáticas que han repercutido cruelmente en el pensamiento venezolano, representado sin embargo por quienes no pueden ser sospechosos de inmunes al culto, sino que por el contrario se erigen en defensores de su autenticidad.

Nadie más bolivariano, quizá, y nadie hasta entonces con más recursos para abonar su fe, seguramente, que Juan Vicente Gómez, dedicado casi cotidianamente a enaltecer el culto de que es objeto el Libertador, como acto de devoción personal pero igualmente con el propósito de amparar bajo su prestigio, universal entre los venezolanos, su obra de dictador.

Tiene precedente este balance. Fue sacado también para quien puede aspirar al título de fundador del culto a Bolívar, en el sentido de haberlo constituido en palanca ideológica de la acción política gubernamental, partidaria y personal, Antonio Guzmán Blanco.

El saldo de sus afanes, una triste realidad, en las palabras de Rafael Fernando Seijas en Creen muchos que no existe en Venezuela el sentimiento de la nacionalidad que tan irresistiblemente contribuye en los países cultos al progreso general, artístico, literario, científico y político.

Ello es el resultado de las largas dictaduras que nos han dominado, dejando huella bien marcado de su paso, de sus hechos y de su influencia. No se siente ahora, como en los primeros tiempos de la República, orgullo, gloria de ser venezolano, porque al funesto alcance de los dictadores no han escapado invulnerables los hombres de la Independencia: se les ha denigrado comparándolos con caudillos vulgares, follones y rapaces, callando a los buenos ciudadanos para que no denunciasen semejantes iniquidades.

Atribuíase a fábula sus hechos más notables, porque de algún modo debía la envidia mostrar sus ocultas garras.

Esto dicho, pregonado y sostenido por la prensa durante largos años, se abría paso en el ánimo de los jóvenes y se creaba atmósfera de realidad. A la verdad que, al ser así, buena razón había para desamar la patria y no creerla digna ni de nuestro afecto, ni de nuestros servicios, ni de nuestra vida.

Bien pensaban también otros que, en presencia de la invasión inglesa [se refiere al intento de llevar la frontera de la entonces Guayana Británica casi hasta el Orinoco], se habrían holgado de ser conquistados por nación tan emprendedora y tenaz como la británica.

La iniciativa fue confiada en una carta pública a una junta formada por Agustín Aveledo, Miguel Páez Pumar, J. Núñez Ponte, Rafael Acevedo y Víctor M. Es una muestra, tan sólo, del incesante contrapunteo que en esta materia se ha desarrollado en Venezuela, entre gobiernos, entre gobiernos y oposición, entre partidos y aún entre personas e instituciones.

Sin poner nadie en duda la legitimidad del culto a los héroes y en particular a Bolívar, difieren las voces en cuanto a autenticidad, modos y eficacia del culto.

En el origen fue Carlyle. Ello corresponde a una manera de ver el asunto que es la más obvia y trajinada cuando se trata de comprender un rasgo cultural de los latinoamericanos, es decir la explicación a partir de las influencias europeas y de su realización, necesarimente degradada, en suelo americano.

Pero, algo hay de positivo en este enfoque, pues conduce inevitablemente por la vía de una revisión del concepto de héroe y de la capacidad de éste para hacer la historia.

En realidad, esta visión parece ser parte del asunto, pero no la explicación del mismo: sólo podría serlo si admitiéramos previamente que los historiadores son capaces de conformar la conciencia nacional, es decir, si admitiéramos que pueden ir más allá de aportar algo a la formación de una conciencia histórica que se asienta en procesos sociales de ámbito más vasto y primordial, como los que integran la estructura de poder interna de la sociedad venezolana, procesos en los cuales las estructuras de todo género, desde la económica hasta la ideológica, se combinan en un todo intrincado y avasallante.

Parece más prudente hablar de una conjunción de factores: las circunstancias históricas, los requerimientos y las motivaciones todavía no bien esclarecidos de la conciencia individual y colectiva o social, y la real influencia de la historiografía en la conformación de la conciencia nacional, particularmente en naciones incipientes.

De hecho, el culto a los héroes deformado por el mito carlyleano deformado y deformador de la conciencia nacional no es el único mito que padecemos. A él se unen otros, integrándose en un complejo de condicionantes psicológicos que según César Zumeta inhibe la potencialidad del pueblo venezolano.

El acogerse al pasado lleva implícita cierta repulsión por el presente, hasta el punto de juzgarlo indigno, lo que indujo a ignorarlo y a identificar el pasado con los héroes, como si sólo héroes hubiese habido en el pasado. No se trata sólo de un triunfo de la concepción individualista de la historia.

Es algo más: es la evocación selectiva del pasado en función de la inconformidad causada por el presente. Esta operación, en la que pone más el sentimiento que la razón, puede tener graves repercusiones actuales.

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Author: Juzuru

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