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Misterios fortuitos revelados

Misterios fortuitos revelados

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Misterios fortuitos revelados -

La Virgen sonríe. Cerca ya de la casa, alguien, encargado de ver quiénes iban llegando, lo comunica, y salen a su encuentro hombres y mujeres — todos vestidos de fiesta — que las acogen con gran alegría, especialmente a María Santísima. La hora parece matutina, yo diría que hacia las nueve — quizás antes -, porque el campo tiene todavía ese aspecto fresco de las primeras horas del día por el rocío que hace aparecer más verde a la hierba y por el aire aún exento de polvo.

La estación me parece primaveral pues la hierba de los prados no está quemada por el verano y el trigo de los campos está aún tierno y sin espiga, todo verde.

Las hojas de la higuera y del manzano también están verdes, y todavía tiernas, y también las de la parra. Pero no veo flores en el manzano; y no veo fruta, ni en el manzano, ni en la higuera, ni en la vid.

Señal de que el manzano ha florecido ya, pero hace poco tiempo, y los pequeños frutos todavía no se ven. María, agasajada por un anciano que la acompaña — parece el dueño de la casa -, sube la escalera exterior y entra en una amplia sala que parece ocupar toda o buena parte de la planta alta.

Creo comprender que los recintos de la planta baja son las habitaciones propiamente dichas, las despensas, los trasteros y las bodegas; mientras que ésta sería el recinto reservado para usos especiales, como fiestas de carácter excepcional, o para trabajos que requieran mucho espacio, o también para colocar holgadamente productos agrícolas.

Si de fiestas se trata, lo vacían completamente y lo adornan, como hoy, con ramas verdes, esterillas y mesas ricamente surtidas de viandas.

En el centro, suntuosamente provista de manjares, hay una de estas mesas; encima, ya preparado, ánforas y platos colmados de fruta. A lo largo de la pared de la derecha, respecto a mí que miro, otra mesa, aderezada, aunque menos ricamente. A lo largo de la pared izquierda, una especie de largo aparador y encima de él platos con quesos y otros manjares me parecen tortas cubiertas de miel, y dulces.

En el suelo, junto a esta misma pared, otras ánforas y tres grandes recipientes con forma de jarra de cobre más o menos; son una especie de tinajas. María escucha benignamente a todos; después, se quita el manto y ayuda, bondadosa, a terminar los preparativos del banquete.

La veo ir y venir, poniendo en orden los divanes, derechas las guirnaldas de flores, mejorando el aspecto de los fruteros, comprobando si en las lámparas hay aceite. Sonríe y habla poquísimo y en voz muy baja, pero escucha mucho y con mucha paciencia.

Un gran rumor de instrumentos musicales viene del camino realmente poco armónicos. Todos, menos María, corren afuera. Veo entrar a la novia, toda emperifollada y feliz, rodeada de parientes y amigos, al lado del novio, que ha sido el primero en salir presuroso a su encuentro.

Y en este momento la visión sufre un cambio. Veo, en vez de la casa, un pueblo. No sé si es Caná u otra aldea cercana. Y veo a Jesús con Juan y otro, que me parece que es Judas Tadeo pero podría equivocarme respecto al segundo. Por lo que respecta a Juan, no me equivoco. Jesús está vestido de blanco y tiene un manto azul marino.

Al oír el sonido de los instrumentos, el compañero de Jesús pregunta algo a un hombre de condición sencilla y transmite la respuesta a Jesús. Y se encamina por las tierras, con sus dos compañeros, hacia la casa. Me he olvidado de decir que tengo la impresión de que María es o pariente o muy amiga de los parientes del novio, porque se ve que los trata con familiaridad.

Cuando Jesús llega, la persona de antes, puesta como centinela, avisa a los demás. El dueño de la casa, junto con su hijo, el novio, y con María, baja al encuentro de Jesús y le saluda respetuosamente.

Saluda también a los otros dos. El novio hace lo mismo. Pero lo que más me gusta es el saludo lleno de amor y de respeto de María a su Hijo, y viceversa.

No grandes manifestaciones externas. Pero la palabra de saludo: «La paz está contigo» va acompañada de una mirada de tal naturaleza, y una sonrisa tal, que valen por cien abrazos y cien besos. El beso tiembla en los labios de María pero no lo da.

Sólo pone su mano blanca y menuda sobre el hombro de Jesús y apenas le toca un rizo de su larga cabellera: una caricia de púdica enamorada. Jesús sube al lado de su Madre; detrás, los discípulos y los dueños de la casa. Entra en la sala del banquete, donde las mujeres se ocupan de añadir asientos y cubiertos para los tres invitados, inesperados según me parece.

Yo diría que era dudosa la venida de Jesús y absolutamente imprevista la de sus compañeros. Oigo con nitidez la voz llena, viril, dulcísima del Maestro decir al poner pie en la sala: «La paz sea en esta casa y la bendición de Dios descienda sobre todos vosotros»: saludo global y lleno de majestad para todos los presentes.

Jesús domina con su aspecto y estatura a todos. Es el invitado, y además fortuito, pero parece el rey del convite; más que el novio, más que el dueño de la casa. A pesar de ser humilde y condescendiente, es Él quien se impone.

Jesús toma asiento en la mesa del centro, con el novio, la novia, los parientes de los novios y los amigos más notables. A los dos discípulos, por respeto al Maestro, se los coloca en la misma mesa. Jesús está de espaldas a la pared en que están las tinajas y los aparadores.

Por ello, no lo ve, como tampoco ve el afán del mayordomo con los platos de asado que van siendo introducidos por una puertecita que está junto a los aparadores.

Observo una cosa: menos las respectivas madres de los novios y menos María, ninguna mujer está sentada en esa mesa. Todas las mujeres están — y meten bulla como si fueran cien — en la otra mesa que está pegando a la pared, y se las sirve después de que se ha servido a los novios y a los invitados importantes.

Jesús está al lado del dueño de la casa. Tiene enfrente a María, que está sentada al lado de la novia. El banquete comienza. Le aseguro que no falta el apetito, ni tampoco la sed. Los que comen y beben poco son Jesús y su Madre, la cual, además, habla poquísimo.

Jesús habla un poco más. Pero, a pesar de ser pareo de palabras, no se manifiesta ni enfadado ni desdeñoso. Es un hombre afable, pero no hablador. Sí le consultan algo, responde; si le hablan, se interesa, expone su parecer, pero después se recoge en sí como quien está habituado a meditar.

Sonríe, nunca ríe. Y, si oye alguna broma demasiado irreflexiva, hace como si no escuchara. María se alimenta de la contemplación de su Jesús, como Juan, que está hacia el fondo de la mesa y atentísimo a los labios de su Maestro.

María se da cuenta de que los criados cuchichean con el mayordomo y de que éste está turbado, y comprende lo que de desagradable sucede. Jesús, al decir esta frase, sonríe aún más dulcemente, y sonríe María, como dos que saben una verdad, que es su gozoso secreto y que ignoran todos los demás.

Jesús me explica el significado de la frase. Yo era el Hijo sujeto a la Madre hasta el momento en que la voluntad del Padre me indicó que había llegado la hora de ser el Maestro. Desde el momento en que mi misión comenzó, ya no era el Hijo sujeto a la Madre, sino el Siervo de Dios.

Rotas las ligaduras morales hacia la que me había engendrado, se transformaron en otras más altas, se refugiaron todas en el espíritu, el cual llamaba siempre «Mamá» a María, mi Santa.

El amor no conoció detenciones, ni enfriamiento, más bien habría que decir que jamás fue tan perfecto como cuando, separado de Ella como por una segunda filiación, Ella me dio al mundo para el mundo, como Mesías, como Evangelizador. Su tercera, sublime, mística maternidad, tuvo lugar cuando, en el suplicio del Gólgota, me dió a luz a la Cruz, haciendo de mí el Redentor del mundo.

Antes era tuyo, únicamente tuyo. Tú me mandabas, yo te obedecía. Te estaba «sujeto». Ahora soy de mi misión. Yo había puesto la mano en el arado para abrir con la reja no la tierra sino los corazones, y sembrar en ellos la palabra de Dios. Sólo levantaría esa mano una vez arrancada de allí para ser clavada en la Cruz y abrir con mi torturante clavo el corazón del Padre mío, haciendo salir de él el perdón para la humanidad.

Ese «ya», olvidado por la mayoría, quería decir esto: «Has sido todo para mí, Madre, mientras fui únicamente el Jesús de María de Nazaret, y me eres todo en mi espíritu; pero, desde que soy el Mesías esperado, soy del Padre mío.

Espera un poco todavía y, acabada la misión, volveré a ser todo tuyo; me volverás a tener entre los brazos como cuando era niño y nadie te disputará ya este Hijo tuyo, considerado un oprobio de la humanidad, la cual te arrojará sus despojos para cubrirte incluso a ti del oprobio de ser madre de un reo.

Y después me tendrás de nuevo, triunfante, y después me tendrás para siempre, tú tambien triunfante, en el Cielo. Pero ahora soy de todos estos hombres. Y soy del Padre que me ha mandado a ellos». Esto es lo que quiere decir ese pequeño, y tan denso de significado, «ya»». María ordena a los criados: «Haced lo que Él os diga».

María ha leído en los ojos sonrientes del Hijo el asentimiento, revestido de una gran enseñanza para todos los «llamados». Y Jesús ordena a los criados: «Llenad de agua los cántaros». Veo a los criados llenar las tinajas de agua traída del pozo oigo rechinar la polea subiendo y bajando el cubo que gotea.

Veo al mayordomo echarse en la copa un poco de ese líquido con ojos de estupor, probarlo con gestos de aún más vivo asombro, degustarlo y hablarles al dueño de la casa y al novio estaban cercanos.

María mira una vez más al Hijo y sonríe; luego, tras una nueva sonrisa de Jesús, inclina la cabeza, ruborizándose tenuemente: se siente muy dichosa. Un murmullo recorre la sala, las cabezas se vuelven todas hacia Jesús y María; hay quien se levanta para ver mejor, quien va a las tinajas… Silencio, y, después, un coro de alabanzas a Jesús.

Pero Él se levanta y dice una frase: «Agradecédselo a María» y se retira del banquete. Los discípulos le siguen. En el umbral de la puerta vuelve a decir: «La paz sea en esta casa y la bendición de Dios descienda sobre vosotros» y añade: «Adiós, Madre».

La visión cesa. Dice Jesus, y en seguida me invade la paz, y la alegría de esta paz luminosa pone alegre mi corazón: «Ve.

Le gustan mucho los epi¬sodios de los ciegos. Pues vamos a darle otro». Y yo veo. El Sol declina con gran belleza. Ha puesto al rojo vivo todo el Occidente, y el lago de Genesaret es una enorme lámina incandes¬cente bajo el cielo encendido.

Veo las calles de Cafarnaúm apenas empezando a poblarse de gente: mujeres que van a la fuente, hombres, pescadores preparando las redes y las barcas para la pesca nocturna, niños que corren ju¬gando por las calles, asnos yendo con cestos hacia la campiña, quizás para coger verduras.

Jesús se asoma a una puerta que da a un pequeño patio todo sombreado por una vid y una higuera; más allá, un caminito pedre¬goso que bordea el lago. Es la casa de la suegra de Pedro, porque éste está en la orilla con Andrés; prepara en la barca las cestas para el pescado, y las redes; coloca asientos y rollos de cuerdas, todo lo que se necesita para la pesca, en definitiva, y Andrés le ayuda, yendo y viniendo de la casa a la barca.

El agua está tranquila y habrá claro de luna. Los peces subirán a la superficie desde las capas profundas y mi red los arrastrará». Jesús baja despacito hacía el lago y se detiene en la orilla de arena gruesa y guijarrosa, cerca de la barca. Yo salgo al lado de la barca de Santiago de Zebedeo, y se va hasta el punto adecuado, así, emparejados.

Después se echa la red. Un extremo lo tenemos nosotros; Tú lo quieres tener ¿no? Luego, cuando toda la red haya bajado, remaremos despacio, o iremos con vela según la necesidad, describiendo un semicírculo sobre el lago, y cuando la vibración de la cabilla de seguridad nos diga que la pesca es buena, nos dirigiremos a tierra firme, y allí, casi en la orilla — no antes, para no correr el riesgo de ver huir la pesca; no después, para no dañar ni a los peces ni la red con las piedras — sacamos la red.

En ese momento hace falta tacto, porque las barcas deben acercarse tanto que desde una se pueda retirar el extremo de la red dado a la otra, pero no chocarse para no aplastar la bolsa llena de pescado.

Atención, Maestro, es nuestro pan. Ojo a la red; que no se descomponga con las sacudídas de los peces. Defienden su libertad con fuertes coletazos, y si son muchos… entiendes… son animales pequeños, pero cuando se juntan diez, cien, mil, adquieren una fuerza como la de Leviatán». En el fondo, una no es irreparable.

Pero si uno no tiene cuidado en limitarse a esa una y acumula, acumula, acumula, sucede que al final esa pequeña culpa quizás una simple omisión, una simple debilidad se hace cada vez más grande, se transforma en un hábito, se hace vicio capital.

Algunas veces se empieza por una mirada concupiscente, y se termina consumando un adulterio. Algunas veces se comienza por una falta de caridad de palabra hacia un pariente, y se termina en un acto violento contra el prójimo.

Él te ama y continuará amándote». Mi Reino está abierto a todo el género humano, y en verdad te digo que más abundante que la más copiosa de tus pescas será la mía en las noches de los siglos…: que cada siglo es una noche en la cual es guía y luz, no la pura luz de Orión o la de la Luna marinera, sino la palabra de Cristo y la Gracia que vendrá de Él; noche que conocerá la aurora de un día sin ocaso, de una luz en que todos los fieles vivirán, de un Sol que revestirá a los elegidos y los hará hermosos, eternos, felices como dioses, dioses menores, hijos del Padre Dios, similares a mí … Ahora no podéis entender.

Pero en verdad os digo que vuestra vida cristiana os concederá una semejanza con vuestro Maestro, y resplandeceréis en el Cielo por sus mismos signos. Pues bien, Yo obtendré, a pesar de la sorda envidia de Satanás y la flaca voluntad del hombre, una pesca más abundante que la tuya».

No lo seas. Vendrán otros, y en mi corazón habrá amor para todos. No seas avaro, Pedro. Tú no sabes todavía Quién es el que te ama. No podrías. Pues aún menos podrías contar los latidos de amor de que es capaz mi corazón.

Pues aún menos podrías contar las olas de amor que de este corazón se derraman para besar a los hombres. Estáte seguro, Pedro, de mi amor». Pedro toma la mano de Jesús y la besa. Se le ve conmovido. Andrés mira y no se atreve. Pero Jesús le pone la mano entre el pelo y dice: «Tambíén a ti te quiero mucho.

En la hora de tu aurora verás reflejado en la bóveda del cielo — le verás sin tener que alzar los ojos — a tu Jesús, que te sonreirá para decirte: «Te amo. Ven», y el paso a la aurora te será más dulce que la entrada en una cámara nupcial…».

Juan corre jadeante hacia ellos. Juan mira a Jesús con su ojo enamorado. Pedro interviene: «Verdaderamente empezaba a pensar que quizás ya no venías. Prepara pronto tu barca. Creía que Jesús estaba en nuestra casa y ha ido allí.

Le hemos dicho: «No está aquí. Quizás mañana te curará. Pero no quería esperar. Santiago decía: «Has esperado mucho la luz, ¿qué te supone esperar otra noche? Pero no atiende a razones…».

Se le ha agarrado al manto Y no le deja. Pero viene despacio, porque la orilla es pedregosa y él se tropieza… Maestro, ¿me perdonas el haberme comportado con dureza?

Pero en reparación ve a ayudarle al ciego y tráemele». Juan se marcha corriendo. Pedro hace un ligero movimiento de cabeza, pero calla. Mira al cielo, que tiende a hacerse azul después de tanto color cobre, mira al lago y a otras barcas que ya han salido a pescar, y suspira.

El pobrecito camina entre Santiago y Juan. Tiene entre las manos un bastón, pero no lo usa ahora. Va mejor dejándose conducir por los dos discípulos.

Los cuatro apóstoles se agrupan alrededor de los dos. Antes veía bien y trabajaba. Era herrero en Cesarea Marítima. Ganaba bastante. Siempre tenían necesidad de mi trabajo en el puerto y en los mercados que eran muchos.

Pero, forjando un hierro en forma de ancla — y puedes hacerte una idea de lo rojo que estaba si piensas que no ofrecía resistencia a los golpes — saltó un fragmento incandescente y me quemó el ojo. Ya los tenía enfermos por el calor de la fragua. Perdí este ojo, y el otro también se apagó al cabo de tres meses.

He terminado los ahorros y ahora vivo de la caridad…». No obstante, ahora es ella y mi mujer quienes ganan un poco de pan, y con esto y el óbolo que llevo yo, no nos morimos de hambre.

No pido más que trabajar como un buen israelita y ofrecer un pan a quienes amo». Que eres salud de los cuerpos y de las almas. Que eres luz para las almas y para los cuerpos, porque eres la Luz de Dios.

Él, el leproso, había osado mezclarse entre la muchedumbre, con el riesgo de ser apedreado, completamente envuelto en un manto, porque te había visto pasar hacia el monte y tu rostro le había encendido una esperanza en el corazón.

Y fui». Me repitió tu discurso y me dijo que Tú le curaste tocándole, sin repugnancia, con tu mano. Volvía de los sacerdotes después de la purificación. Yo le conocía, porque le había servido cuando tenía un almacén en Cesarea. Y ahora he venido, por ciudades y pueblos, preguntando por ti.

Y te he encontrado… ¡Piedad de mí! Jesús le conduce hacia la casa de la suegra de Pedro, a la luz atenuada del huertecillo, se le pone delante, pero de forma que los ojos curados no sufran el primer impacto del lago aún todo jaspeado de luz.

El hombre se deja llevar tan dócilmente, sin preguntar siquiera, que parece un niño dulcísimo. Jesús tiene extendidas las manos sobre la cabeza del hombre, que está de rodillas. Permanece así un momento. Luego se moja la punta de los dedos con saliva y toca apenas con su mano derecha los ojos, que están abiertos pero no tienen vida.

Pasa un momento. El hombre parpadea y se restriega los ojos, como uno que saliera del sueño y los tuviera obnubilados. El hombre, que llora y ríe al mismo tiempo, se alza y, pasado un instante de lucha entre el respeto y el deseo, levanta la cara y encuentra la mirada de Jesús, un Jesús sonriente de piedad, de una piedad que es toda amor.

El hombre emite un grito y tiende los brazos; es un acto instintivo. Pero en seguida se frena. Es Jesús quien abriendo los suyos arrima a sí al hombre, que es mucho más bajo que Él. Ve con mi paz». La luz… Pero si veo… veo todo… Ahí, el lago azul y el cielo sereno y los últimos rayos de sol y el primer atisbo de luna… Pero el azul más hermoso y sereno lo veo en tu ojo; y en ti veo la belleza del Sol más verdadero, y resplandecer lo puro de la Luna más santa.

Cada vez que mi párpado se abra o cierre sobre mi pupila renacida, renovaré este juramento. Y el hombre parte dichoso, seguro, mientras Jesús y los estupefactos apóstoles bajan a dos barcas y comienzan la maniobra de la navegación.

Y la visión termina. Y si lo hubiere, es muy infeliz, porque no conoce una de las bellezas más grandes de la naturaleza a la que la primavera ha despertado, la hecho cual una doncella, como debía haberlo sido en el primer día.

Con ellos viene también Simón de Alfeo. Van en dirección del sudeste, pasando las colinas que coronan Nazaret, atraviesan un arroyo, una llanura encogida entre las colinas nazaretanas y un grupo de montes en dirección hacia el este.

El cono semitrunco del Tabor precede a estos montes. El cono semitrunco me recuerda, no sé por qué, en su cima a la lámpara de nuestra ronda vista de perfil. Llegan al Tabor. Los demás desparramaos por las faldas, yendo por los caminos que lo rodean, y predicad al Señor. Quiero estar de regreso en Nazaret al atardecer.

No os alejéis, pues, mucho. La paz esté con vosotros. No hay casas en el monte. En la cima está aquella vieja fortaleza. Estás viendo que le he volteado las espaldas. No iremos a la fortaleza, y quien estuviere en ella ni siquiera nos verá. Voy a unirme con mi Padre, y os he querido conmigo porque os amo.

Estoy con mi Jesús sobre un monte alto. Con Jesús están Pedro, Santiago y Juan. Siguen subiendo. La mirada alcanza los horizontes. Es un sereno día que hace que aun las cosas lejanas se distingan bien.

El monte no forma parte de algún sistema montañoso como el de Judea. Se yergue solitario. Teniendo en cuenta el lugar donde se encuentra, tiene ante sí el oriente, el norte a la izquierda, a la derecha el sur y a sus espaldas el oeste y la cima que se yergue todavía a unos cuantos centenares de pasos.

Es muy elevado. Uno puede ver hasta muy lejos. El lago de Genesaret parece un trozo de cielo caído para engastarse entre el verdor de la tierra, una turquesa oval encerrada entre esmeraldas de diversa claridad, un espejo que tiembla, que se encrespa un poco al contacto de un ligero viento por el que se resbalan, con agilidad de gaviotas, las barcas con sus velas desplegadas, un tantín encurvadas hacia las azulejas ondas, con esa gracia con que el halcón hiende los aires, cuando va de picada en pos de su presa.

De esa vasta turquesa sale una vena, de un azul más pálido, allí donde el arenal es más ancho, y más oscuro allá donde las riberas se estrechan, el agua es más profunda y cobriza por la sombra que proyectan los árboles que robustos crecen cerca del río, que se alimentan de sus aguas.

El Jordán parece una pincelada casi rectilínea en la verde llanura. Hay poblados sembrados acá y allá del río.

Algunos no son más que un puñado de casas, otros más grandes, casi como ciudades. Los caminos principales no son más que líneas amarillentas entre el verdor. Aquí, dada la situación del monte, la llanura está más cultivada y es más fértil, muy bella.

Se distinguen los diversos cultivos con sus diversos colores que ríen al sol que desciende de un firmamento muy azul. Debe ser primavera, tal vez marzo, si calculo bien la latitud de Palestina, porque veo que el trigo está ya crecido, todavía verde, que ondea como un mar, veo los penachos de los árboles más precoces con sus frutos en sus extremidades como nubecillas blancas y rosadas en este pequeño mar vegetal, luego prados todos en flor debido al heno por donde las ovejas van comiendo su cotidiano alimento.

Junto al monte, en las colinas que le sirven como de base, colinas bajas, cortas, hay dos ciudades, una al sur, y otra al norte. Después de un breve reposo bajo el fresco de un grupo de árboles, por compasión a Pedro a quien las subidas cuestan mucho, se prosigue la marcha. Llegan casi hasta la cresta, donde hay una llanura de hierba en que hay un semicírculo de árboles hacia la orilla.

Voy allí a orar. Jesús se arrodilla sobre la tierra cubierta de hierba y apoya las manos y la cabeza sobre la roca, en la misma posición que tendrá en el Getsemaní.

No le llega el sol porque lo impide la cresta, pero lo demás está bañado de él, hasta la sombra que proyectan los árboles donde se han sentado los apóstoles. Pedro se quita las sandalias, les quita el polvo y piedrecillas, y se queda así, descalzo, con los pies entre la hierba fresca, como estirado, con la cabeza sobre un montón de hierba que le sirve de almohada.

Lo imita Santiago, pero para estar más cómodo busca un tronco de árbol sobre el que pone su manto y sobre él la cabeza. Juan se queda sentado mirando al Maestro, pero la tranquilidad del lugar, el suave viento, el silencio, el cansancio lo vencen.

Baja la cabeza sobre el pecho, cierra sus ojos. Ninguno de los tres duerme profundamente. Se ha apoderado de ellos esa somnolencia de verano que atonta solamente.

De pronto los sacude una luminosidad tan viva que anula la del sol, que se esparce, que penetra hasta bajo lo verde de los matorrales y árboles, donde están. Abren los ojos sorprendidos y ven a Jesús transfigurado. Es ahora tal y cual como lo veo en las visiones del paraíso. Naturalmente sin las llagas o sin la señal de la cruz, pero la majestad de su rostro, de su cuerpo es igual, igual por la luminosidad, igual por el vestido que de un color rojo oscuro se ha cambiado en un tejido de diamantes, de perlas, en vestido inmaterial, cual lo tiene en el cielo.

Su rostro es un sol esplendidísimo, en que resplandecen sus ojos de zafiro. Parece todavía más alto, como si su glorificación hubiese cambiado su estatura. No sabría decir si la luminosidad, que hace hasta fosforescente la llanura, provenga toda de Él o si sobre la suya propia está mezclada la luz que hay en el universo y en los cielos.

Sólo sé que es una cosa indescriptible. Jesús está de pie, más bien, como si estuviera levantado sobre la tierra, porque entre Él y el verdor del prado hay como un río de luz, un espacio que produce una luz sobre la que él esté parado.

Pero es tan fuerte que puedo casi decir que el verdor desaparece bajo las plantas de Jesús. Es de un color blanco, incandescente. Jesús está con su rostro levantado al cielo y sonríe a lo que tiene ante Sí.

Los apóstoles se sienten presa de miedo. Lo llaman, porque les parece que no es más su Maestro. La luz aumenta mucho más por dos llamas que bajan del cielo y se ponen al lado de Jesús.

Cuando están ya sobre el verdor, se descorre su velo y aparecen dos majestuosos y luminosos personajes. Uno es más anciano, de mirada penetrante, severa, de barba partida en dos. De su frente salen cuernos de luz, que me lo señalan como a Moisés. El otro es más joven, delgado, barbudo y velloso, algo así como el Bautista, al que se parece por su estatura, delgadez, formación corporal y severidad.

Mientras la luz de Moisés es blanca como la de Jesús, sobre todo en los rayos que brotan de la frente, la que emana de Elías es solar, de llama viva. Los dos profetas asumen una actitud de reverencia ante su Dios encarnado y si les habla con familiaridad, ellos no pierden su actitud reverente.

No comprendo ni una de las palabras que dicen. Los tres apóstoles caen de rodillas, con la cara entre las manos. Quieren ver, pero tienen miedo.

Si quieres haremos tres tiendas, para Ti, para Moisés y para Elías, ¡nos quedaremos aquí a servirte! Mira también a Juan y a Santiago, una mirada que los envuelve amorosamente.

También Moisés y Elías miran fijamente a los tres. Sus ojos brillan, deben ser como rayos que atraviesan los corazones.

Los apóstoles no se atreven a añadir una palabra más. Atemorizados, callan. Parece como su estuvieran un poco ebrios, pero cuando un velo que no es neblina, que no es nube, que no es rayo, envuelve y separa a los tres gloriosos detrás de un resplandor mucho más vivo, los esconde a la mirada de los tres, una voz poderosa, armoniosa vibra, llena el espacio.

Los tres caen con la cara sobre la hierba. Es la gloria de Dios que desciende. Nadie se atreve a levantar la cabeza aun cuando el silencio es absoluto. No ven por esto que la luz solar ha vuelto a su estado, que Jesús está solo y que ha tornado a ser el Jesús con su vestido rojo oscuro.

Se dirige a ellos sonriente. Los toca, los mueve, los llama por su nombre. Soy Yo. Levantan la cara y ven a Jesús que sonríe.

Haceos dignos porque el tiempo está cercano. Obedeced al Padre mío y vuestro. Volvamos ahora entre los hombres porque he venido para estar entre ellos y para llevarlos a Dios. Sed santos, fuertes, fieles por recuerdo de esta hora. Tendréis parte en mi completa gloria, pero no habléis nada de esto, a nadie, ni a los compañeros.

Cuando el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos y vuelto a la gloria del Padre, entonces hablaréis, porque entonces será necesario creer para tener parte en mi reino. Todo sucede como se ha revelado, pero los que enseñan la revelación no la conocen y no la comprenden.

No ven y no reconocen las señales de los tiempos, y a los que Dios ha enviado. Elías ha vuelto una vez. La segunda será cuando lleguen los últimos tiempos para preparar los hombres a Dios.

Ahora ha venido a preparar los primeros al Mesías, y los hombres no lo han querido conocer y lo han atormentado y matado. Lo mismo harán con el Hijo del hombre, porque los hombres no quieren reconocer lo que es su bien.

Los tres bajan pensativos y tristes la cabeza. Descienden por el camino que los trajo a la cima. Es un día que no se olvidará. Primero nos llenó de miedo la gran luz que nos despertó, más fuerte que si el monte estuviera en llamas, o que si la luna hubiera bajado sobre el prado, bajo nuestros ojos.

Luego tu mirada, tu aspecto, tu elevación sobre el suelo, como si estuvieses pronto a volar. Tuve miedo de que, disgustado de la maldad de Israel, regresases el cielo, tal vez por orden del Altísimo.

Luego tuve miedo de ver aparecer a Moisés, a quien sus contemporáneos no podían ver sin velo, porque brillaba sobre su cara el reflejo de Dios, y no era más que hombre, mientras ahora es un espíritu bienaventurado, y Elías… ¡Misericordia divina!

Creí que había llegado mi último momento. Todos los pecados de mi vida, desde cuando me robaba la fruta, allá cuando era pequeñín, hasta el último de haberte mal aconsejado hace algunos días, vinieron a mi memoria. Luego me pareció que me amaban los dos justos… y tuve el atrevimiento de hablar.

Pero su amor me infundía temor porque no merezco el amor de semejantes espíritus. Y ¡Luego! Creí que había llegado la hora de ser juzgado y que el ángel me tocaba para tomar mi alma y llevarla ante el Altísimo… ¿Pero cómo hizo tu Madre para ver… para oír… para vivir, en una palabra, esos momentos de los que ayer hablaste, sin morir, Ella que estaba sola, que era una jovencilla, y sin Ti?

Eva tampoco lo temió mientras fue inocente y Yo estaba. Yo, el Padre y el Espíritu. Nosotros que estamos en el cielo, en la tierra y en todo lugar, que teníamos y tenemos nuestro tabernáculo en el corazón de María. Pero luego hablaste de muerte… Y toda nuestra alegría se acabó… Pero ¿por qué a nosotros tres?

Acordaos de ello, para que lo digáis a su tiempo. Empieza el sufrimiento del Jueves Santo. Los apóstoles -son diez- se dedican intensamente a preparar el Cenáculo.

Judas, encaramado encima de la mesa, observa si hay aceite en todas las ampollas de la lámpara, que es grande y parece una corola de fucsia doble.

Y es que está formada por una barra -el tallo- rodeada de cinco lámparas en ampollas que asemejan a pétalos; luego tiene una segunda vuelta, más abajo, que es toda una coronita de pequeñas llamas; luego, por último, tiene tres pequeñas lamparitas colgadas de delgadas cadenas y que parecen los pistilos de la flor luminosa.

Luego baja de un salto y ayuda a Andrés a colocar la vajilla en la mesa con arte. Sobre ésta se ha extendido un finísimo mantel. Y Judas Iscariote: -Uno de los mejores manteles de Lázaro.

Marta se ha empeñado en traerlo. A mi padre le encantarían. La plata y el oro en hojas se pliegan con facilidad cuanto están calientes. Pero tratado así… Para estropearlo basta un momento; es suficiente a un golpe mal dado. Se necesitan fuerza y ligereza al mismo tiempo. Sacadas del bloque, no soldadas.

Cosas de ricos… Fíjate que toda la limadura y lo desbastado se pierden. No sé si entiendes lo que te digo. Todos observan con admiración. Luego vuelven a su trabajo: quién coloca los asientos, quién prepara los aparadores. Habéis llegado con el Maestro y con nosotros y os habéis escapado de nuevo — dice Judas Iscariote.

Tienes cara de conejo agreste cuando siente tras sí al chacal — responde Judas Iscariote. Tú tampoco estás muy guapo desde hace unos días. Miras de una manera… Hasta se te han torcido los ojos… ¿A quién esperas, o qué esperas ver? Pareces seguro. Quieres parecerlo. Pero se te ve como a uno temeroso de algo — replica Pedro.

Tú llevas el nombre del Macabeo, pero no lo eres. El mío significa: «Dios otorga gracias», pero te juro que tiemblo por dentro como quien se supiera portador de desgracia y, sobre todo, tengo miedo de caer en desgracia ante Dios. Simón de Jonás, a pesar de su nuevo nombre de «piedra», ahora se manifiesta blando como cera en el fuego.

En la cautivadora novela El símbolo perdido, el renombrado autor Dan Brown lleva a los lectores en una montaña rusa intelectual a través de las cámaras ocultas de Washington D. Revelando una fascinante historia de misterios antiguos, sociedades secretas y simbología, Brown teje una narrativa que explora el profundo poder del conocimiento y la eterna batalla entre la ciencia y la religión.

Mientras el brillante simbólogo Robert Langdon corre contra el tiempo para descifrar pistas crípticas y desentrañar el enigma de una antigua pirámide, los lectores se verán irresistiblemente atraídos hacia un mundo donde nada es lo que parece, y cada secreto revelado los acerca más a descifrar la verdad última.

Prepárate para un viaje mentalmente desafiante y emocionante que te dejará cuestionando los cimientos mismos de nuestra sociedad moderna. En la icónica novela de Daphne du Maurier, "Rebeca", una narradora sin nombre se encuentra irresistiblemente atraída hacia el misterio tentador de la difunta primera esposa de su esposo, Rebeca.

Ambientada en el sombrío telón de fondo de Manderley, una gran mansión inglesa impregnada de intrigas y secretos, este escalofriante relato desenreda la enredada red del pasado y el presente, del amor y la traición.

A medida que el enigma en torno a la muerte de Rebeca se profundiza, el lector es lanzado a un mundo de suspense psicológico, donde el pasado se niega a permanecer enterrado y el espectro de Rebeca se cierne amenazador. Con su narrativa magistral y su atmósfera envolvente, "Rebeca" atrae a los lectores a un mundo de pasiones oscuras, secretos siniestros y una fascinante exploración de las complejidades del deseo humano.

La fortaleza digital. En la emocionante novela, La fortaleza digital, Dan Brown teje un cautivador relato de secretos y engaños, explorando el asombroso poder de la tecnología en el mundo del espionaje.

Mientras la máquina invencible de descifrado de códigos de la Agencia de Seguridad Nacional, TRANSLTR, enfrenta una amenaza insuperable, la criptógrafa Susan Fletcher emprende una carrera contra el tiempo para descubrir la verdad detrás de un peligroso algoritmo de cifrado que podría poner de rodillas a naciones enteras.

Con el destino del mundo en juego, La fortaleza digital sumerge a los lectores en un viaje electrizante donde una simple línea de código tiene el poder de revelar los secretos más oscuros, haciendo imposible soltarlo hasta la última página. El secreto. En los oscuros y retorcidos pasillos de la academia, donde se entrelazan la amistad y la traición, se encuentra "El secreto" de Donna Tartt.

Esta novela fascinante y atmosférica desentraña la misteriosa y escalofriante historia de un grupo unido de estudiantes privilegiados en una reconocida universidad de Nueva Inglaterra.

A medida que profundizan en sus estudios de los clásicos, su deseo de conocimiento se ve eclipsado por un oscuro secreto que los une.

La maestría de Tartt para contar historias teje hábilmente suspenso, dilemas morales y tensión psicológica, cautivando al lector desde la primera página y dejándolo anhelando más. Emprende un viaje donde las líneas entre la pasión, la obsesión y la amoralidad se difuminan, y descubre los escalofriantes secretos que acechan entre el aparentemente impecable brillo de la brillantez.

El secreto de mi marido. En la cautivadora novela de Liane Moriarty, El secreto de mi marido, nos adentramos en un vecindario aparentemente ordinario donde los secretos yacen justo debajo de la superficie. Cecilia Fitzpatrick se topa con una carta cuyo contenido tiene el poder de destrozar vidas y sacudir los cimientos de la confianza.

A medida que el libro ahonda en la naturaleza compleja del matrimonio, la pérdida y las complejidades de las decisiones, Moriarty teje un relato lleno de suspenso que dejará a los lectores cuestionando sus propias alianzas y límites morales.

Con su narrativa magistral y personajes profundamente imperfectos, El secreto de mi marido es una exploración reflexiva de las consecuencias de las decisiones y el impacto profundo que pueden tener en aquellos a quienes apreciamos.

La conspiración. En el mundo de las conspiraciones políticas y las aventuras llenas de emociones al límite, La conspiración de Dan Brown lleva a los lectores en un viaje lleno de giros impredecibles. A medida que la línea entre la verdad y la mentira se difumina, la decepción se convierte en un tema inherente en esta apasionante novela, cautivando al lector desde la primera página.

Inspirándose en controversias científicas y políticas de la vida real, Brown teje magistralmente un relato donde nada es lo que parece, manteniendo a los lectores al borde de sus asientos.

Desde revelaciones impactantes hasta encuentros que ponen en peligro la vida, La conspiración desafía nuestras percepciones sobre el poder, la traición y los extremos a los que las personas están dispuestas a llegar para proteger secretos.

Prepárate para embarcarte en una aventura impresionante que te hará cuestionar todo lo que creías saber. La reina en el palacio de las corrientes de aire. En una impresionante conclusión de la envolvente Trilogía Millennium de Stieg Larsson, "La reina en el palacio de las corrientes de aire" sumerge a los lectores en un mundo de astutas conspiraciones, venganzas a sangre fría y una resistencia inquebrantable.

Mientras Lisbeth Salander, la brillante y enigmática hacker, lucha por su vida y se esfuerza por revelar la verdad sobre su pasado traumático, el periodista Mikael Blomkvist se ve envuelto en una batalla de alto riesgo contra poderosos individuos decididos a silenciarlos.

Desentrañando una red de corrupción que llega hasta lo más profundo de la sociedad sueca, esta electrizante y reflexiva novela desafía a los lectores a confrontar los oscuros secretos que yacen bajo la superficie, al tiempo que refuerza el poder perdurable de la justicia y la notable fuerza del espíritu humano.

Lugares oscuros. En Lugares Oscuros, Gillian Flynn teje hábilmente una historia de retorcidos secretos familiares, recuerdos destrozados y la desesperada búsqueda de la verdad.

Este emocionante thriller nos lleva en un inquietante viaje a través de la oscuridad que yace en el psique humano, mientras nuestra protagonista, Libby Day, debe enfrentar su trágico pasado para descubrir la brutal verdad detrás del asesinato de toda su familia.

A medida que Flynn desentraña meticulosamente las intrincadas capas de engaño y traición, nos obliga a cuestionar la esencia misma del bien y del mal, dejándonos cautivados en una red de suspenso y ambigüedad moral.

Lugares Oscuros es una escalofriante exploración de los rincones más oscuros del alma humana, obligando a los lectores a emprender un emocionante y perturbador viaje del cual no pueden apartar la mirada. La mujer en la ventana. En el absorbente thriller psicológico, "La mujer en la ventana" de A.

Finn, una sensación de inquietante malestar impregna cada página mientras secretos, engaños y paranoia chocan dentro de la mente retorcida de su atormentada protagonista. Impulsada por su aislamiento del mundo exterior, Anna Fox, una mujer agorafóbica confinada en su casa de piedra rojiza en la ciudad de Nueva York, se obsesiona con observar la vida de sus vecinos a través de su lente de cámara.

Pero cuando es testigo de un impactante acto de violencia en la casa de enfrente, la frágil realidad de Anna se quiebra, dejando al lector cuestionando qué es real y qué es imaginado. Con su suspenso palpitante y giros psicológicos constantes, "La mujer en la ventana" atrapará a los lectores desde el principio, negándose a soltarlos hasta que la verdad inquietante finalmente sea revelada.

Alguien está mintiendo. En la aclamada novela Alguien está mintiendo, Karen M. McManus teje un fascinante relato de cinco adolescentes que entran en detención y solo cuatro logran salir con vida.

Mientras el misterio se va desentrañando, cautivando al lector desde la primera página, secretos, mentiras y chantajes salen a la luz, cuestionando la fachada de inocencia mostrada por los aparentemente estudiantes perfectos.

Con la mezcla perfecta de suspenso, romance y giros inesperados, este apasionante thriller te mantendrá en vilo hasta la revelación final, obligándote a pasar las páginas y descubrir la impactante verdad.

Tiempo de matar. En el profundo sur de Mississippi, en medio de un ambiente cargado de tensión racial e injusticia, "Tiempo de matar" de John Grisham lleva a los lectores en un fascinante recorrido a través del retorcido camino del sistema legal estadounidense.

Ambientada en los años 80, esta escalofriante historia sigue la vida del joven abogado Jake Brigance, cuyos principios son puestos a prueba cuando se encuentra defendiendo a un hombre negro acusado de asesinar a los dos asaltantes blancos que violaron brutalmente a su hija de diez años.

Con una trama envolvente, temas que invitan a la reflexión y un despiadado examen de la capacidad de la humanidad para la venganza y la justicia, "Tiempo de matar" promete ser una lectura cautivadora y reveladora que desafía nuestras ideas preconcebidas sobre lo correcto y lo incorrecto, y nos obliga a enfrentar la preocupante realidad del prejuicio racial que asoló el profundo sur durante un oscuro capítulo de su historia.

Asesinato para principiantes. En el atrapante thriller de Holly Jackson, Asesinato para principiantes, un tranquilo pueblo suburbano se ve conmocionado cuando una estudiante de secundaria decide investigar un asesinato sin resolver como proyecto de último año.

A medida que Pippa Fitz-Amobi profundiza en el caso que ha atormentado a su comunidad durante cinco años, oscuros secretos y verdades largamente ocultas salen a la luz, desafiando su percepción sobre quién puede ser digno de confianza.

Con sus giros argumentales atrapantes, personajes complejos y suspense implacable, este libro mantendrá a los lectores en vilo, pasando páginas ansiosamente hasta que la verdad impactante finalmente sea revelada.

Asesinato para principiantes es un testimonio de la capacidad de individuos ordinarios para desentrañar los misterios más retorcidos, y nos recuerda que las apariencias a menudo pueden ser engañosas. Pequeñas mentiras. En la fascinante novela de Liane Moriarty, Pequeñas mentiras, el pintoresco pueblo costero de Pirriwee se ve sacudido cuando un impactante evento se desarrolla durante la noche anual de Trivia de la escuela.

Enmarcada en una aparente perfección de vidas, una intrincada red de secretos, mentiras y traiciones comienza a desmoronarse, revelando las oscuras complejidades de la maternidad, la amistad y la búsqueda implacable de una existencia aparentemente ideal.

Con una aguda combinación de humor, suspenso y perspicaz comentario social, Moriarty explora los temas universales de la identidad, la violencia doméstica y el poder de la amistad femenina.

Prepárate para quedar cautivado por este absorbente relato, mientras la autora entrelaza magistralmente las vidas de tres mujeres cuyos caminos convergen de maneras que te dejarán sin aliento, un thriller psicológico como ningún otro, donde nada es lo que parece y la verdad tiene la capacidad de trastocar todo lo que creías saber.

Heridas abiertas. En el fascinante thriller psicológico "Heridas abiertas" de Gillian Flynn, se revela el lado oscuro de un pequeño pueblo de Missouri cuando la periodista Camille Preaker regresa a su ciudad natal para informar sobre una serie de brutales asesinatos.

A medida que se adentra más en su investigación, Camille debe enfrentar su propio pasado atormentador y desentrañar los perturbadores secretos que yacen dentro de su propia familia.

Con su narrativa aguda e implacable, Flynn cautiva a los lectores desde la primera página, explorando las profundas complejidades de mentes dañadas y hasta dónde llegará uno para proteger sus secretos.

Este escalofriante relato te mantendrá al borde de tu asiento, cuestionando el verdadero significado de la familia, la identidad y la oscuridad que puede acechar en todos nosotros. Diez negritos. En la novela de misterio clásica, "Diez negritos" de Agatha Christie, los lectores son arrastrados hacia una historia llena de suspenso que gira en torno a diez desconocidos invitados misteriosamente a una isla aislada.

Mientras se establecen en su inquietante entorno, la inquietante verdad emerge: todos han sido atraídos aquí con un propósito siniestro.

A medida que los personajes intentan descubrir la identidad de su anfitrión, se les revela una escalofriante realidad: el asesino puede estar entre ellos. Con cada capítulo, la tensión aumenta, cautivando a los lectores en un emocionante relato lleno de giros, sospechas y una carrera contrarreloj.

Prepárate para quedar cautivado desde la primera página, mientras Agatha Christie teje hábilmente una red de intriga, manteniendo a los lectores al borde de sus asientos hasta que se revela la impactante verdad.

La paciente silenciosa. En el fascinante thriller psicológico de Alex Michaelides, "La paciente silenciosa", se desafían los límites entre la cordura y la locura. Alicia Berenson, una famosa artista, ha sido condenada a un centro psiquiátrico por el brutal asesinato de su esposo, Gabriel.

Desde aquella fatídica noche, Alicia no ha pronunciado ni una sola palabra, dejando sus motivos y la verdad encerrados en su mente turbada. Entra en escena Theo Faber, un implacable psicoterapeuta determinado a desentrañar el silencio de Alicia y descubrir la impactante verdad detrás de su inexplicable crimen.

A medida que los muros del pasado de Alicia comienzan a desmoronarse, Theo se embarca en un retorcido viaje a través de la oscuridad, la obsesión y el funcionamiento interno de una mente quebrada, dejando a los lectores al borde de sus asientos mientras también se ven cautivados por el enigmático silencio de Alicia y el misterio que se desentraña debajo.

En la cautivadora novela de Colleen Hoover, "Verity", la oscuridad acecha entre las páginas, invitando a los lectores a sumergirse en un retorcido relato de amor, engaño y secretos escalofriantes. Cuando la protagonista, Lowen Ashleigh, se enfrenta a la tarea de completar los libros restantes de una exitosa serie después de que la autora original, Verity Crawford, queda incapacitada, va desentrañando una verdad inquietante que amenaza con consumirla.

Con un suspense palpitante y una hábil combinación de romance y misterio, "Verity" invita a los lectores a un viaje emocionante en el que la línea entre la ficción y la realidad se difumina, dejándolos cautivados hasta la última página. El código da Vinci. En el emocionante thriller de Dan Brown, El código da Vinci, un antiguo secreto amenaza con desenmarañar la historia religiosa misma.

Mientras el renombrado profesor Robert Langdon se enreda en una peligrosa búsqueda que abarca continentes y desafía todo lo que creía saber, los lectores son lanzados a una carrera contra el tiempo que acelera el corazón.

Mezclando arte, historia y simbolismo críptico, esta cautivadora obra maestra empuja los límites de la fe, explora verdades ocultas y, en última instancia, nos obliga a cuestionar los fundamentos sobre los cuales se construye nuestra sociedad.

Prepárate para embarcarte en un viaje alucinante que te dejará cuestionando la esencia misma de nuestra existencia. La chica salvaje. En la cautivadora y lírica novela La chica salvaje, Delia Owens explora las profundidades de la soledad, la resiliencia y el notorio poder de la naturaleza.

Ambientada en los pantanos salvajes de Carolina del Norte, esta encantadora historia sigue el espíritu indomable de Kya, una joven que crece abandonada y sola en un remoto pueblo costero. Mientras Kya navega por las complejas dinámicas de la conexión humana, se sumerge en el mundo natural que la rodea, encontrando consuelo y sabiduría en su belleza intricada.

A través de la evocadora prosa de Owens y una narrativa cautivadora, los lectores son invitados a adentrarse en un exuberante paisaje donde los secretos están arraigados profundamente, invitándolos a vivir una historia de desamor, supervivencia y la implacable búsqueda de pertenencia.

La chica del tren. En el emocionante thriller de Paula Hawkins, "La chica del tren", un viaje cotidiano se transforma en un inquietante recorrido de obsesión y engaño.

Rachel, una divorciada problemática, encuentra consuelo en observar la vida de los demás durante su trayecto diario en tren. Sin embargo, cuando presencia un evento impactante desde la ventana del tren, se ve envuelta en una red de misterio y peligro. A medida que la perspectiva poco confiable de Rachel desvela la verdad detrás de este escalofriante incidente, los lectores se adentran en un mundo de narradores poco confiables, secretos ocultos y una trepidante carrera por descubrir qué sucedió realmente.

Prepárate para un emocionante viaje mientras "La chica del tren" explora las oscuras profundidades del comportamiento humano, dejando a los lectores cuestionando la confiabilidad de sus propias observaciones y espiando los secretos que yacen dentro de sus propias vidas.

En la emocionante novela de suspenso psicológico, Perdida de Gillian Flynn, prepárate para sumergirte en el retorcido y cautivador mundo de Nick y Amy Dunne.

Esta novela de lectura compulsiva nos presenta a una pareja aparentemente perfecta cuyas vidas dan un giro oscuro cuando Amy desaparece misteriosamente en su quinto aniversario de bodas.

A medida que la búsqueda de Amy se va desenredando, revelaciones impactantes y giros sorprendentes desafían nuestra comprensión de la verdad, el engaño y las complejidades de la naturaleza humana.

Desde la primera página, Perdida te mantendrá en vilo, cuestionando todo lo que crees saber sobre el amor, el matrimonio y hasta dónde llegará la gente para proteger sus secretos.

Los hombres que no amaban a las mujeres. En el apasionante thriller criminal, "Los hombres que no amaban a las mujeres" de Stieg Larsson, los lectores son transportados a un mundo oscuro y cautivador donde una oscura submundo se entrelaza con una enigmática hacker.

Mezclando suspenso, misterio y revelaciones impactantes, esta novela se adentra en las profundidades de la maldad humana y la búsqueda incansable de justicia. Con personajes complejos y una trama intrincada, "Los hombres que no amaban a las mujeres" promete una exploración fascinante y que provoca reflexión sobre secretos ocultos en la sociedad, dejando a los lectores anhelando más de la notable Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist.

Ángeles y demonios. En el emocionante thriller de Dan Brown, Ángeles y demonios, el pasado y el presente se entrelazan para revelar un sorprendente secreto que desafía los mismos fundamentos de la ciencia y la religión.

Ambientada en el corazón de la Ciudad del Vaticano, el renombrado simbólogo Robert Langdon se ve envuelto en una peligrosa carrera contrarreloj, luchando contra una antigua sociedad secreta conocida como los Illuminati.

Mientras descubre pistas crípticas, se enfrenta al choque entre mitos antiguos y tecnología de vanguardia y se enfrenta a fuerzas siniestras dispuestas a matar para proteger su agenda oscura, Langdon debe navegar por una red de engaños, peligro y descubrimientos iluminadores.

Prepárate para un viaje emocionante que te mantendrá al borde del asiento hasta la última página. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina. En la cautivadora novela de Stieg Larsson, "La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina", se despliega una red de oscuridad mientras Lisbeth Salander una vez más se ve envuelta en una peligrosa investigación.

Mientras intenta limpiar su nombre después de ser acusada de un crimen brutal, Salander descubre una verdad que la obliga a enfrentar su propio pasado destrozado y confrontar las fuerzas malévolas que se atreven a amenazar su existencia. Con un suspenso implacable y giros inesperados, Larsson invita a los lectores a un mundo donde la justicia es un bien escaso, y la resistencia de una mujer se convierte en una luz de esperanza en medio de las sombras.

Prepárate para un viaje escalofriante a través del submundo de la sociedad, donde la chica con el tatuaje del dragón lucha por su supervivencia, encendiendo un fuego que nadie puede extinguir. Éramos mentirosos. En la fascinante novela de E.

Lockhart, "Éramos mentirosos", prepárate para sumergirte en un mundo donde las mentiras, los secretos y las fronteras borrosas entre la realidad y la ilusión se entrelazan. Ambientada en una isla privada propiedad de la ilustre familia Sinclair, esta cautivadora historia sigue a la enigmática Cadence Sinclair Eastman, quien lucha por reconstruir los misteriosos eventos que llevaron a un accidente que cambió su vida durante el verano de sus quince años.

A medida que los detalles se desvelan, los lectores quedan cautivados por la intrincada red de intriga, empatía y engaño, pasando las páginas con avidez para descubrir la impactante verdad sepultada bajo las mentiras. Nacido en una pequeña granja en el sur de Polonia, Janus llegó a Estados Unidos cuando era niño después de que su padre se negara a unirse al Partido Comunista.

Dejaron su tierra natal en y se establecieron en el noroeste de Chicago. Adam Janus conoció a Teresa en una visita a su antigua ciudad natal, la llevó a Estados Unidos y se casó con ella en una gran y alegre boda en la misma iglesia y salón de recepciones donde los hermanos Janus celebraron sus matrimonios en Estados Unidos.

Después de su parada en la tienda de comestibles, Janus guardó alegremente sus compras y fue al baño, donde aparentemente se tomó dos Tylenol. Teresa Janus le dijo a la policía que no vio a su esposo tomar las cápsulas, pero salió del baño agarrándose el pecho y quejándose de dolor.

Cuando lo siguió al dormitorio, vio que sus ojos estaban fijos y dilatados, con dificultades para respirar. Teresa Janus miró hacia afuera y vio a dos vecinos hablando.

Sabía que una era una enfermera que hablaba polaco, así que corrió y pidió ayuda. Las mujeres entraron corriendo a la casa, donde la enfermera trató de reanimar a Adam Janus y la otra llamó a una ambulancia.

En el Hospital Comunitario del Noroeste en Arlington Heights, los paramédicos que intentaban revivir a Janus fueron recibidos por el Dr. Thomas Kim, director médico de la UCI, quien contaba con la confianza de los socorristas locales.

Kim también trató de salvar a Janus, pero su corazón nunca recuperó un ritmo normal sostenido. Adam, un padre de 27 años que jugaba con los relojes en su tiempo libre, fue declarado muerto a las pm. No había forma inmediata de saber qué lo mató, dijo Kim en una entrevista.

Entonces, el diagnóstico para él fue un ataque cardíaco masivo o una lesión cerebral masiva. Mientras tanto, Kim tuvo que contarle a la familia Janus la impactante noticia. Teresa Janus no hablaba mucho inglés en ese momento, por lo que el médico habló directamente con los padres y el hermano menor de Adam, Stanley, un residente de Lisle de 25 años que dirigía una tienda de autopartes en Chicago.

Poco después, la familia extendida de Janus fue a la casa de Adam y Teresa para consolarla y comenzar a hacer planes para el funeral. Stanley trató de excusarse. Su dolor de espalda había empeorado y quería regresar a su hogar en los suburbios del oeste con su esposa, también llamada Theresa.

Allí, Stanley tomó dos Tylenol de la botella que Adam había comprado ese mismo día. Tenía dolor de cabeza y ese mismo día había comprado Tylenol en una tienda de comestibles. Siguiendo el consejo de su médico, Reiner tomó dos cápsulas y se sintió mareada casi de inmediato.

Trató de llegar al baño, pero se derrumbó en una silla de la cocina y comenzó a tener convulsiones. Cuando un oficial de policía llegó al dúplex de la familia, convocado por el esposo de Reiner, sus ojos estaban fijos y dilatados.

Experimentó una convulsión tras otra mientras su suegra sollozante sostenía al recién nacido en sus brazos. Uno de los niños en edad escolar de Reiner estaba arriba y podía escuchar toda la conmoción, dijo el ex oficial de policía de Winfield, Scott Watkins, al Tribune.

Tribune no pudo localizar muchos de los registros policiales relacionados con la muerte de Reiner a pesar de las solicitudes de la Ley de Libertad de Información a múltiples agencias. El Departamento de Policía de Winfield dijo que proporcionó copias del expediente del caso a la Policía de Illinois antes de perder los originales en una inundación.

Un portavoz de la policía estatal dijo que todos los informes relacionados con los asesinatos de Tylenol se almacenan en microfichas y no se pueden buscar electrónicamente.

La agencia está revisando gradualmente más de 30, páginas en sus archivos de Tylenol, pero los informes policiales derivados de la llamada a la casa de Reiner aún no han aparecido.

La hija de Reiner, Michelle Rosen, ha pasado más de una década investigando el asesinato de su madre. Hizo un llamado a las agencias de aplicación de la ley para que publiquen sus registros de investigación para que las familias de las víctimas y, por extensión, el público puedan tener respuestas.

Al dar acceso a todos los archivos, podemos examinar la información disponible. Los registros del forense del Condado DuPage indican que Reiner fue llevada al Hospital Central DuPage en Winfield y colocada en soporte vital.

La joven madre, que creció en Villa Park y jugaba softbol, murió al día siguiente. De vuelta en la casa de Janus, una familia atónita se reunió para hacer planes para el funeral. Stanley estaba allí, por orden de su madre.

También su nueva esposa, Theresa, de 20 años, conocida como Terri entre sus amigos. Al igual que los Janus, su familia emigró de Polonia y creció en un hogar donde el polaco era el idioma principal. Los dos se casaron apenas tres meses antes en una gran ceremonia celebrada en St.

Hyacinth en Chicago, una ornamentada iglesia católica que ha sido el corazón de la comunidad polaca de la ciudad durante generaciones. Cientos de personas asistieron a su recepción en el salón de banquetes White Eagle en Niles, el mismo lugar donde los hermanos mayores de Stanley, Joseph y Adam, celebraron sus bodas.

Stanley y Terri estaban tan recién casados cuando entraron en la casa de Adam Janus ese día que ni siquiera habían recibido las pruebas del fotógrafo de su boda. Nunca verían las imágenes de Terri, con un vestido de encaje con una falda amplia y escalonada, sonriendo mientras miraba con adoración a Stanley.

Y durante los primeros tres meses después de la boda, la vida fue realmente buena. Pasaron su luna de miel en Hawái, establecieron una casa frente a la de sus padres en Lisle y se embarcaron en un ambicioso proyecto de remodelación.

Pero ahora, los recién casados estaban sentados en la cocina de Adam, planeando un funeral en la misma iglesia en la que acababan de casarse.

Stanley, que sufría de dolor de espalda crónico y dolor de cabeza debido a la tristeza del día, dijo que necesitaba tomar un par de Tylenol.

Preguntó si alguien más quería un poco y su madre negó con la cabeza. Llevaba analgésicos en el bolso y ya se había tomado dos pastillas en el hospital. Terri, sin embargo, tenía un dolor de cabeza que no mostraba signos de disminuir. Cogió un vaso de agua y siguió a su marido al baño.

Empezó a desplomarse, pero su hermano Joseph lo agarró y lo tiró al suelo. Terri Janus se quejó de que también le dolía el pecho. Mientras un miembro de la familia llamaba a una ambulancia, Teresa Janus sacó rápidamente a sus dos hijos pequeños de la casa y se los llevó a un vecino.

Ella había visto estos síntomas solo unas horas antes y quería protegerlos del horror. Cuando el despachador dio la dirección, S. Mitchell Ave. Los paramédicos de la estación acababan de estar allí hace unas horas por un hombre caído.

Y ese hombre había muerto. El teniente de bomberos Chuck Kramer ordenó a una unidad que siguiera a la ambulancia hasta la casa. Era inusual que los vehículos más grandes respondieran a una emergencia médica, pero dos llamadas a la misma dirección en menos de seis horas fueron alarmantes.

En el interior, los paramédicos intentaban revivir a Stanley mientras yacía en el suelo. Uno de los médicos miró a Kramer con miedo en los ojos. Luego gimió y cayó al suelo. Kramer supuso que se había desmayado, pero cuando le dio la vuelta, supo que se trataba de algo mucho más serio.

Los paramédicos subieron a la pareja a ambulancias separadas y se dirigieron al Northwest Community Hospital. Preocupado por la presencia de algún tipo de contagio aéreo u otro veneno ambiental mortal en la casa, Kramer puso a toda la familia Janus en autos de policía y los envió también al hospital.

Mientras las ambulancias corrían hacia el hospital, el Dr. Kim estaba a punto de irse después de un largo turno. Pero una enfermera lo detuvo para decirle que dos personas se habían desmayado en la casa de Janus y estaban en camino.

Asumió que eran los padres de Adam, abrumados por el dolor. La enfermera dijo que no, es su hermano. Kim movilizó al departamento de emergencias y comenzó a tratar a Stanley y Terri tan pronto como llegaron.

El resto de la familia Janus fue puesto en cuarentena en una sala de reuniones del hospital con la policía, los bomberos y los paramédicos que respondieron a la llamada. Kim aún no sabía por qué Adam Janus estaba muerto o por qué dos parientes estaban gravemente enfermos. No sabía que otras dos personas habían sido afectadas de la misma manera.

Una hora más tarde, en un pueblo a 20 millas de distancia, Mary McFarland, una madre soltera con dos niños pequeños, tomó su descanso para cenar en el centro comercial de Yorktown. Después de pasar por un divorcio dos años antes, su vida parecía estar estabilizándose un poco. La mujer de Elmhurst, de 31 años, tenía un buen trabajo en la tienda Bell Telephone de Illinois en el centro comercial, donde los salarios sindicales y los horarios flexibles eran ideales para alguien con niños pequeños.

Ella también había comenzado a salir con alguien. Después de cenar con Hoffman, McFarland regresó al piso de la tienda. No pasó mucho tiempo antes de que se deslizara a la sala de descanso para lidiar con un dolor de cabeza.

Las migrañas eran comunes en la tienda, gracias a las luces fluorescentes parpadeantes y a los clientes que se quejaban constantemente. Illinois Bell incluso proporcionó un frasco de analgésicos genéricos para que los trabajadores los tomaran según fuera necesario.

Sin embargo, McFarland prefirió su propia medicación. Sacudiendo dos cápsulas de Tylenol de su envase para ella, le ofreció algunas a su compañera de trabajo Diana Hilderbrand, también en la sala de descanso.

McFarland fue llevada al Hospital Good Samaritan en Downers Grove, donde los médicos le dijeron a su familia que sufrió un accidente cerebrovascular catastrófico. Con las terribles condiciones de Stanley y Terri Janus, para Chuck Kramer era obvio que alguien necesitaba llamar a un experto en salud pública.

Sólo conocía a una persona que calificaría: su amiga Helen Jensen, la enfermera del pueblo de Arlington Heights. Como la única funcionaria de salud pública de la ciudad, Jensen hizo de todo, desde vacunas contra la gripe para los bomberos hasta atención médica domiciliaria para pacientes con cáncer.

Ella no es de las que retroceden ante un desafío. El teniente de bomberos, que todavía estaba en el hospital, la llamó a su casa y le dijo que necesitaba ayuda para averiguar cómo tres personas jóvenes y sanas de la misma familia se enfermaron tan repentinamente.

Jensen, que había estado preparando la cena para su familia, agarró las llaves de su auto y salió corriendo de la casa, todavía con pantalones cortos y una camiseta.

Jensen llegó al hospital 15 minutos después y entró en la sala de cuarentena. La gente adentro se maravilló de su coraje. Ella es valiente. Jensen pidió hablar con la viuda de Adam, Teresa, que estaba sola al otro lado de la habitación y parecía innegablemente perdida.

Con un familiar como intérprete, Teresa acompañó a Jensen a través de la mañana de Adam y la reunión familiar más tarde esa tarde. En su relato, Jensen notó que las tres personas que se enfermaron habían tomado Tylenol. Jensen le pidió a Teresa una llave de la casa y le dijo a un oficial de policía del pueblo que la llevara allí de inmediato.

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Author: Tole

2 thoughts on “Misterios fortuitos revelados

  1. Entschuldigen Sie, was ich jetzt in die Diskussionen nicht teilnehmen kann - es gibt keine freie Zeit. Aber ich werde befreit werden - unbedingt werde ich schreiben dass ich in dieser Frage denke.

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